Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

22 de febrero de 2012

Hilos en la niebla II por Carmen Fabre




Louise se desvaneció, desapareció entre la niebla mientras su enigmático mensaje se esfumaba con ella. Sus palabras, su voz, su desabrimiento resonaban en mi interior.

Todo el dolor que llevaba dentro, el dolor que me había traído a Mhanseon seguía intacto y el encuentro con ella no hizo más que aumentarlo de  modo exponencial. Una sensación nuevamente de fracaso se apoderó de mí. Los ojos se me  iban llenando de lágrimas que pugnaban por salir y mi garganta seca era incapaz de articular palabra alguna; me  rompí, desaté mis sentimientos, lancé  un grito que agrietó la niebla  y… lloré, al fin era capaz de llorar. Louise había consiguió provocar en mí la catarsis necesaria para lograrlo…lloré hasta vaciarme.

Agotada y tras tranquilizarme algo, me dirigí a Mhanseon cruzando de nuevo aquel bosque fantasmagórico. Entré por la puerta de la cocina, allí estaban  Marion y Arthur, cada uno con sus quehaceres. Marion preparando la cena  y Arthur, poniendo en la bandeja las bebidas solicitadas por algunos de mis compañeros en esta extraña aventura anual. En cuanto me vieron, se percataron de que algo me pasaba.

-¿Qué le ha ocurrido, Carmen? ¿Se encuentra bien-? preguntó Marion mientras me tomaba cariñosamente del brazo.

-Siéntese-dijo Arthur-ayudándome a hacerlo. Creo que mi temblor era más que perceptible.

Les relaté mi encuentro con Louise Svensson .Mientras lo hacía, noté que se miraban con complicidad en varias ocasiones. Al acabar, agotada por la tensión, apoyé la cabeza encima de la mesa.

-Es peligroso buscar a Louise, Carmen, su dolor se ha transformado en odio hacia cualquier contacto humano, no soporta su cercanía ¿Quiere tomar alguna infusión, un café…?-dijo Marion.

-Agua con gas, por favor-contesté- pero prefiero tomarla en mi cuarto, necesito descansar un rato.

Arthur hizo un gesto de asentimiento y siguió con su tarea.


Fui a mi cuarto y saqué del bolso de viaje uno de mis numerosos cuadernos, elegí el de tapas negras, era un regalo de mi hermana Aurora; recuerdo perfectamente cuando me lo dio,  en la clínica de Lisboa, busqué en mi estuche el bolígrafo violeta y me dispuse a intentar escribir. Las palabras se agolpaban en mi mente, esas  palabras no articuladas  que tenían encerrada mi historia, esas que no era capaz de transformar en sonidos delante de nadie,  aparcadas en el baúl de los sentimientos no dichos  y que muchas veces se habían quedado en el equipaje del silencio, otras se diluían por mi sangre, viajaban por las venas hasta instalarse en un rincón del corazón y quedarse allí, donde más daño hacían. Esas palabras se iban traduciendo en signos,  en letras, en pequeños insectos saltarines que formaban conceptos, ideas… en sortilegios que  libraban mi alma de la inutilidad del sufrimiento.
El cuadro de Morrigan, colocado  por Arthur en la pared de mi habitación, me daba una sensación de tranquilidad, sus  ojos y su vestido rojo parecían dictarme cada palabra que escribía. La vida y la muerte unidas en una presencia que me resultaba perturbadora y, a la vez, deseada. El enigma de su vida y desaparición después de su muerte parecían tener la clave para que yo me quedase en Mhanseon, mas no sabía ni por dónde empezar.
Cené en mi habitación, todavía no tenía amigos entre los escritores que vivirían conmigo este año tan particular. Había varios con los que creía poder conectar: Laura, Vichoff, Ritman y algunos más pero no me encontraba bien.  Casi nunca desde “aquello” me siento bien.

Hacia las tres de la madrugada, cuando pensé que no quedaría nadie, bajé al salón. La chimenea estaba encendida y me acerqué, al ir a sentarme en una de las butacas frente a los retratos oí una voz:

-Buenas noches, Carmen.

Algo sobresaltada giré la cabeza y vi una figura sentada en una silla de ruedas. Lo reconocí de inmediato, era Benjamin Cooper, su retrato estaba al lado del de Louisse, encima de la chimenea.  Vi a un hombre de color, de edad parecida a la mía, ojos negros como tizones y relativamente corpulento. Tenía una trompeta entre las manos y un cuaderno encima de la manta que le cubría las piernas.

-Buenas noches-dije algo desconcertada- ¿me puedo sentar o le molesto?

-Siéntate.

Me acomodé en la butaca y fijé hipnóticamente mi mirada en el fuego de la chimenea, pasó un buen rato durante el que los dos estuvimos en silencio. No sabía realmente qué hacer, después de la experiencia con Louise, no me atrevía a hablar.

-¿Para qué has venido a Mhanseon, Carmen? –preguntó.

-He venido para quedarme, no quiero volver a mi realidad.

-Cuéntame tu historia.

Esas simples palabras y dichas del modo en que lo hizo Benjamin fueron suficientes para que, de un modo solo atribuible al ambiente mágico de la casa y a él, comenzase a relatar sin miedo mi vida durante los últimos cinco años, a verbalizar los sucesos que me habían convertido en lo que era actualmente. No sé si fue el tono de su voz, su actitud corporal o cuál fue la causa pero consiguió lo que ninguno de mis médicos  en tres años de terapia.

Fui pasando los episodios de mi vida como las cuentas de un rosario, con la misma devoción de una fiel y confiada creyente;  se superponía el pasado con el presente y el futuro, simplemente, no estaba. En un susurro, como en una confesión volqué mi alma y mientras lo hacía prendía fuego a las lágrimas que llevaban su nombre y mi tiempo dejo de estar encerrado en  un reloj de arena.

No sé cómo pero  acabé con la cabeza apoyada en sus rodillas y él acariciando mi pelo, terminé justo cuando los dedos largos y rojizos del amanecer raptaban las estrellas de la noche.

-Carmen, vamos a elaborar un plan. No te irás de Mhanseon.  Lo primero que debes hacer es ir al pueblo, a la librería Mushroom Pillow y una vez allí…

En ese mismo momento, una voz conocida ya por mí, retumbó en el salón.

-¡Será si yo lo permito!

Me levanté inmediatamente y al volver la cabeza, encontré  los ojos duros y negros de Louise en los que se reflejaban  las llamas de la chimenea…

Carmen Fabre

5 comentarios:

  1. ¿Sabes a quién le encanta escribir en cuadernos portugueses? A Paul Auster. Ja! Y él es uno de mis escritores favoritos. He vuelto a leer la historia con tranquilidad, Carmen, ya sabes que esta vida de prisas no deja que una haga bien las cosas. En tu relato hay algunos momentos dignos de ser recordados, no sólo lo del cuaderno, sino también lo de ir pasando páginas de una vida como las cuentas de un rosario, precioso. Me encanta la idea de que introduzcas Mushroom Pillow, eres un ángel, pero te lo agradezco, porque así se concatenan ideas entre nosotros y el proyecto Mhanseon aún se vuelve más complejo e interesante. ¡Vaya telita con Louise! Qué saboría es, jamía. A ver si después de estos meses consigues que esta mujer se vuelva algo más dulce, ofú, que te tiene amargadita, jajaja!
    Muchas gracias por este nuevo relato Carmen, lo estás haciendo muy, pero que muy bien.
    ¡Bezo!

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  2. Tus hilos continuan tejiendo un espléndido tejido literario...

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  3. Qué maravilloso relato, Carmen, nada hay como poder vaciar el alma, ¿verdad?

    Espero la continuación con ansiedad, mientras siento el calor de las llamas de este fuego. La niebla siempre me entumece los sentidos.

    Besos y un fuerte abrazo.

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  4. Gracias Emilio... ahora a seguir tejiendo, me siento Penélope.

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  5. Atxia vaciar el alma es tranquilidad y sosiego necesario siempre, cada uno lo hacemos de una manera y cuando las condiciones son adecuadas.

    Gracias¡¡

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