Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

10 de febrero de 2012

Etsuko por Nanny


La tarde allá afuera es gélida. En el interior de la casa, sentada en el washitsu1, la pequeña Akane disfruta del calor que proporciona el kotatsu2 bajo la mesa mientras su madre, ensimismada, peina su larga melena. 

Lo único que quiebra el silencio es el rugir del mar que rompe en la playa cercana. 

El calor, el sonido de las olas, el suave movimiento del peine sobre su cabello, la van dejando placenteramente adormecida, por eso le llevó un rato darse cuenta de que su madre había comenzado a hablar y, aunque parecía hacerlo más para sí misma que para su hija, Akane se enderezó un poco y prestó atención a lo que decía.

Y habló Etsuko de Kaito, un muchacho fuerte, expansivo, ruidoso e irresistiblemente atractivo del que se enamoró sin remisión y al que sus abuelos rechazaron desde el primer instante. Si Etsuko hubiera sido una buena hija, habría renunciado a Kaito pero era una adolescente tozuda y rebelde, así que siguió viéndolo a escondidas y no se lo pensó demasiado cuando Kaito le propuso fugarse con él. Era todo tan romántico que no supo resistirse.

Contó Etsuko que todo fue bien mientras duró el viaje hasta Tokio pero que, una vez instalados allí, Kaito cambió por completo o, tal vez, se quitó la máscara de amabilidad y encanto que hasta entonces había usado con ella. Kaito bebía y vagueaba todo el día. El resquicio de loca esperanza que quedaba en el alma de Etsuko, el que la hacía creer que Kaito volvería a ser el que era, se resquebrajó con el primer insulto y se hizo añicos con el primer golpe.

Akane comenzaba a sentir frío a pesar del kotatsu. Le hubiera gustado salir huyendo del washitsu para no seguir oyendo a su madre, pero no podía. Quisiera o no, seguiría escuchando hasta el final. Etsuko, sin percatarse de la agitación de su hija, prosigue con su historia. 


Narra, mascullando más que hablando, cómo fue el día en que Kaito la entregó a otro hombre a cambio de unas monedas, como lo soportó todo inmóvil, con lágrimas en los ojos, pero en silencio, sin gritar, ni protestar, ni defenderse. Ese fue el primer hombre que pagó por ella, luego vendrían más, muchos más, demasiados. Algunas noches Kaito le traía los clientes a casa (a veces uno, a veces dos, a veces un grupo de borrachos); otras, la mandaba a la calle a por ellos. Y Etsuko, anulada y transformada en sombra sin voluntad, obedecía siempre, sin rechistar ni luchar.

Akane siente el dolor de su madre en las manos que ahora la peinan con más fuerza, en la tensión del cálido cuerpo, en la voz quebrada que se empeña en contar cosas que ella no quiere oír. La niña es demasiado pequeña para historias tan grandes.

Pero Etsuko no piensa detenerse, en realidad casi no se percata de que su hija está con ella, y continúa adelante, empeñada en llegar hasta el final y describe, entonces, el miedo y la esperanza renacida que sintió al saber que esperaba un hijo. No sabía quién era el padre  ni le importaba, ese niño era suyo y con eso le bastaba. Sólo entonces Etsuko quiso luchar y escapar de aquella vida mísera. Una noche hizo un hatillo con sus escasas pertenencias y se disponía a salir de la casucha que compartía con Kaito cuando este regresó, borracho y violento, como siempre. Con un simple vistazo, Kaito supo inmediatamente lo que Etsuko iba a hacer y, por supuesto, trató de impedirlo, pero esa noche no se encontró con una mujer hundida y sumisa, sino con una madre dispuesta a pelear por su hijo.

Etsuko se enfrentó a Kaito, le gritó, le devolvió los insultos y, cuando él intentó golpearla, ella se defendió. Tomó un cuchillo de la cocina y, en la refriega, se lo clavó en el cuello. Kaito, sorprendido, la soltó para llevarse las manos a la garganta. Etsuko aprovechó ese momento para coger su hatillo y salir corriendo. Desde la puerta oyó a Kaito caer al suelo con estrépito. Nunca supo si aquella cuchillada lo mató, pero tampoco siente demasiado interés en saberlo.

Akane pide a su madre que calle pero su madre está tan inmersa en el pasado que la voz de su hija no llega hasta ella.

Etsuko sigue contando como se las apañó en las calles, mendigando, robando y prostituyéndose. Quería recuperar una vida honrada, pero caer en la miseria era mucho más sencillo que salir de ella y más si eres una mujer embarazada y sin honor como era ella. Al llegar el momento del nacimiento de su hijo, Etsuko seguía en la misma pobreza extrema.

Akane tiene una imaginación tan vívida que es capaz de sentir el frío, el hambre y el miedo de su madre en aquellas circunstancias. Las lágrimas caen silenciosamente por sus mejillas. Las de su madre hace rato que humedecen su negra melena. El momento de callar pasó hace tiempo, no queda otro camino que continuar hasta el final.

El niño nació de cualquier manera en una sucia habitación. Era demasiado pequeño, demasiado débil. Etsuko no podía amamantarlo, estaba tan desnutrida que no tenía leche y estaba tan débil ella misma que no podía levantarse del mugriento catre en el que había parido. El bebé, su pequeño Haruto, apenas vivió dos días y Etsuko se culpó, se culpa aún, por ello. No hay día, cuenta a Akane, que no escuche su llanto hambriento, su llanto de niño enfermo, su llanto de niño muerto. No hay noche, susurra entre sollozos, que no desee tenerlo en sus brazos, acunarlo y acallar su llanto.

Y aunque luego su suerte cambió y logró salir de la inmundicia, encontrar un buen hombre y tener una preciosa hija, Etsuko no logra olvidar al pequeño Haruto y ese llanto interminable, inconsolable, doloroso. Etsuko siente que tiene que ir con él, que está muy solo, que necesita el amor de su madre.

Akane no comprende qué quiere decir su madre pero el terror se apodera de su corazón.

Etsuko deja de peinar el cabello de Akane, sus manos caen sobre su regazo, su cara oculta por su hermosa melena negra. Y le dice a la niña que tiene que irse, que debe hacerlo, que ha de cuidar del pequeño Haruto que la llama desde el mar. Y, le pide, le ordena, le suplica incluso, que no cuente a nadie nada de lo que hoy le ha escuchado.

Akane, por fin libre, se levanta y sale corriendo del washitsu, dejando a su madre sola con su tristeza infinita, con sus funestos recuerdos, con el llanto de un bebé muerto mucho antes de su nacimiento. Akane huye con un secreto demasiado pesado para sus hombros, un secreto que ha prometido no contar, un secreto con el que no sabe qué hacer y que la seguirá, quiera o no quiera, durante el resto de su vida.

Nanny (Dolo Espinosa)

1 comentario:

  1. Duro, intenso el diálogo ,mejor monólogo de una madre "con " su hija, en el fondo con ella misma. Enhorabuena.

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