Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

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1 de mayo de 2012

Amiga de los sueños por Emilio Porta


Ilustración de Jhon William Godwar
No, no tenía amigos. Al menos amigos reales, de carne y hueso. Amigos que pudieran tocarla o dejar sobre su piel una simple caricia. Algo tangible, como es la amistad o el amor para la mayoría de los mortales. Ella lo derivaba todo a sus silencios. Los convertía en nube o en modo de ser. Levantaba la mirada más allá de su sonrisa, oculta, escondida, pero diáfana en los días de lluvia, cuando todo era techo para sus sueños.

Victoria no bajaba casi nunca al comedor. En realidad le daba igual comer o no. Delgada, cada día estaba más delgada, decían,  pero ella sabía que su cuerpo era bello, hermoso, más allá de las líneas que los demás trazaban, más allá de todas las líneas. Victoria, sabía, además, que su cuerpo era también su alma y que encerraba todos sus sueños, los sueños que amaba porque de ellos nacían todos sus relatos. Conservaba la carta que ellos, una noche, escribieron. Las palabras de Hans Christian Andersen, el joven danés que nunca pudo vivir más allá de su fantasía y la disfrazó de realidad.
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11 de febrero de 2012

El plan de Victoria


Leonora Carrington

 Veo todas las tardes a Victoria Robles en el salón, en un sillón, al lado de la ventana que da al porche, con su cuaderno de notas – supongo que será el cuaderno de notas número mil de los que guarda y acaricia como si fueran el corazón de un niño perdido – escribiendo, sin levantar la cabeza de su pequeño horizonte, con las manos sujetando los renglones que, impenitentemente, dibuja en el papel. Esos renglones que quizás contengan un mundo lleno de secretos que solo ella conoce. Mientras escribe, apoyada en una tablilla de madera con unas flores silvestres grabadas en una esquina, Victoria sonríe. Seguramente habla con alguien en silencio, seguramente juega con alguien.

Hace unos días, una de esas tardes que la encontré sola, aislada en su escritura, me atreví a preguntarle sobre su cuaderno. Esta es la breve conversación que mantuvimos y cuyo final me llevó a un sobrecogedor y precioso descubrimiento.

- Hola...no quiero molestarte, pero te veo siempre escribiendo, llenando hojas y hojas sin parar…¿son cuentos, historias?

Victoria levantó la vista y sonrío, pero no dijo nada. Yo le sonreí también y la miré.
Comprendí que la pregunta había sido inoportuna, que había interrumpido sus pensamientos, y añadí:

- Ya, son cosas personales…perdona mi indiscreción. Sigue, no te molesto. Era simple curiosidad, por acercarme un poco a ti.
- Son…cuentos. Cuentos para niños…y también notas de la vida. Sí, también notas de la vida.
- Ah…¿y…publicas lo que escribes?
- Bueno…escribo…y supongo que sí, que algo verá la luz fuera de mi, pero no es lo importante.
- ¿Qué es lo importante?
- Lo importante es el plan.
- ¿El plan?
- Bueno, mi plan.
- ¿Tienes un plan?
- Todos tenemos un plan.
- Qué pequeño misterio, ¿no?
- Si. La vida es un misterio. Nuestra vida, desde luego, lo es. Un plan inmenso lleno de planes particulares. Algunos no llegan a conocer el suyo, y, simplemente, aceptan los planes de los otros.
- Y…- me atreví a seguir, una vez roto el primer hielo - ¿tú conoces el tuyo?
- Sí.
- ¿Podrías contarme algo de él, o ya estoy entrando demasiado en tu intimidad?
- No. Si te he contestado es porque, de vez en cuando, no soy esa extraña aislada que no habla con nadie. Si lo he hecho es porque me has parecido bien.
- ¿Te he parecido bien?
- Si – rió con ganas – me has parecido bien. Y sí, te voy a dejar leer algo, y quizás entiendas un poco mi plan.

Victoria sacó un sobre de una carpeta que tenía al lado. Era un sobre violeta y dentro había una carta que parecía de otro tiempo. Un papel amarilleado por los años en el que se veían unas líneas escritas en tinta china.

- Lee. Puedes leer.
- Gracias…

La carta decía así:


Estimada señorita:

Observo, desde la privilegiada atalaya de la gloria que ahora habito y soñé en vida, sus esfuerzos por vivir, cada día, lejos del ajetreo de la ciudad. Observo sus intentos de ser usted misma, a través del pensamiento y la escritura, de crear historias en las que la imaginación sea el vehiculo para viajar y comprender la existencia, para llenar sus horas de juegos y no pensar en la crueldad de la vida, en tantas cosas que nos destruyen y nos llevan al infierno del dolor. Como sabe, mi existencia fue extraña y solitaria, y la llené de páginas escritas dirigidas a los únicos que pueden habitar el mundo sin pretensiones, los únicos seres para los que el presente lo es todo, para los que no hay diferencia entre la realidad y la irrealidad: los niños.
Yo mismo fui un niño grande, un niño que no quería crecer y que decidió trazar un plan ajeno a todo lo que le rodeaba. Un plan que incluía vivir con la única luz de una cajita de cerillas, perderse arrastrado por la corriente formada por la lluvia en el alma de un diminuto soldadito de plomo, salvar sus sueños convirtiendo en cisne a un patito feo. Yo no era atractivo para los demás, pero intenté encontrar un mundo paralelo donde poder volar entre las calles, e hice de Copenhague  un lugar habitable y mágico, solo porque allí enseñé a mis alumnos, y porque allí escribí y creé mis cuentos.
La escribo desde el pasado, Victoria, porque se lo que es no comprender del todo lo que sucede a nuestro alrededor, no comprender el sentido de la vida y, sin embargo, tener que dárselo. Encontré su dirección en mis sueños, supe que usted entendería mi camino, y por eso le escribo esta carta. Quizás, en el futuro, nos encontremos en eso que los demás llaman existencia. Pero, mientras, solo le pido una cosa: escriba. Deje que su mano contenga todo el universo. Ponga en hojas todo lo que intenta. Mezcle su cotidianeidad con la fantasía. Y no se rinda nunca.

Hans Christian Andersen.


Me quedé helado. Me pareció, que, en ese momento, la magia se podía tocar, era sólida, y estábamos inmersos en ella. Que todos mis conceptos sobre lo posible y lo imposible se venían abajo. Que lo que creía que tenia sentido, no lo tenía, y lo que, aparentemente, era absurdo, era un camino abierto hacia la inmensidad de lo que me quedaba por descubrir. Devolví la carta a Victoria y, con una sonrisa, apreté su antebrazo, añadiendo un “Gracias” tenue y cálido. Ella apretó también mi brazo y, mirándome fijamente, me dijo con suavidad y firmeza:

- Este es mi plan. Este es el plan. Encontrarle.



Nota.- Victoria Robles es escritora de cuentos infantiles. Vive permanentemente en su mundo de sueños. Es una mujer atractiva, hermosa, pero solitaria. Habla poco y, normalmente, permanece en su mundo de escritura, en su mundo interior, que es su exterior. Este relato, aunque parezca inverosímil, es absolutamente real.

Emilio Porta
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10 de febrero de 2012

El secreto de Andrea

A la pequeña Andrea le fascinaba que le contaran el cuento de Blancanieves. Se imaginaba que ella era la princesita abandonada y encontrada por siete divertidos enanitos, que la idolatraban y no podían vivir sin su presencia. Pensaba que todos estaban medio enamorados de la niña, que, sin conocer quien era, no aspiraba a otra cosa que a hacerles la jornada más agradable cuidando de su pequeña casa. A Andrea le gustaba inventarse historias y sucesos protagonizados por ella misma a partir de los cuentos que leía o le contaban. Un día escondió los gorros de los enanos y todos se volvieron locos buscando por el jardín ese atuendo, pues era imposible imaginarlos sin esa pequeña prenda sobre su cabeza. A Andrea le gustaba representar sus propias historias, sus cuentos sobre los cuentos, y para ello utilizaba el jardín y el invernadero anexo para desarrollar su fantasía. 

- Crear cuentos sobre los cuentos - decía su abuela - como si no hubiera ya bastantes cuentos en el mundo, bonitos y llenos de magia, para tener que enmendar la plana a los grandes autores que los crearon.
- Déjela, madre, es una niña llena de imaginación. Seguro que, cuando crezca, ella también será escritora.
- Escritora de cuentos, Victoria...Como se ve que no es tu hija. Lo más probable es que, a este paso, confunda la vida real con la vida imaginada, dos cosas muy distintas. Y no distinguir la realidad de la fantasía le traerá siempre problemas.

En el fondo Victoria sospechaba que su madre tenía razón. Ella había vivido siempre en un mundo ajeno a su modo de pensar y sentir. Miraba a Andrea y recordaba sus enlaces frustrados, su negativa a unirse para siempre a un hombre, justo en el último momento y por un detalle inesperado que le hacía comprender que no era la persona con la que iba a ser feliz compartiendo una vida. Victoria Robles miraba a Andrea y se veía reflejada en su carita, pecosa como la de ella, blanca de piel y azul la mirada, como la de ella. Y más claros sus ojos, pero igual de inocentes.

-  Me recuerdas tanto a tu sobrina. Tú también, de pequeña, vivías en las nubes. Creías que la vida era de color de rosa, que no había problemas. Y mírate. Una mujer preciosa unida...a un gato. Sola y sin un hombre que la sostenga.
- Nunca quise que un hombre me "sostuviera", madre. Precisamente me hice maestra para trabajar y no tener que depender de nadie.
- Y por eso, finalmente, no te casaste. Al final veías en cada hombre que te pretendía una amenaza para tu vida. Y, sin embargo, llegaste a comprar el traje de novia cuatro veces...
- Y aún los guardo. Me hace ilusión conservar el pequeño momento de ilusión que supuso su compra.
-  Eres extraña, Viky, una chica, bueno, una mujer ya, extraña. Es como si pensaras que valía más lo que te habías creado alrededor del matrimonio que el matrimonio en sí.
-  Algo así, sí, algo así.

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