Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

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5 de junio de 2012

A la sala de música llegó el asombro por Luna


Aún el rostro de Louise continuaba iluminado con la presencia de Héctor, hasta que el paso diáfano de los aviones gemelos dibujando figuras geométricas en dos líneas paralelas sobre el despejado azul celeste, se hicieron concurrentes. No pudo ocultar la agitación de su cuerpo, y, como una abeja, clava el aguijón en su alimento, aferró ella las uñas a la tierra. Un extraño frió emanó de su traslúcida piel, luego, como pudo, posó las manos, para proteger protegió el rostro de la imparable escarcha que a él llegaba, en plena primavera; al tiempo intentaba evadir las lenguas blancas que dejaban las turbinas en el cielo.

Corrió hacia la rotonda que circula la garita del constado izquierdo a la entrada principal de la mansión en busca de refugio. Caía, caía y volvía a caer. Llamó angustiosamente a una tal Helen, y pidió auxilio a un hombre, quizás su marido, quizás su ayudante de enfermería. Pedía la dotación para primeros auxilios.

Todos quedamos atónitos ante la tragedia que se hacía palpable a los recuerdos de Louise.

Cuando sobrevolaban de regreso las aeronaves, venía ella a nosotros. Allí, quizás en su imaginario, yacían los heridos, tropezaba bruscamente dejando a medio camino el maletín salvavidas, que no era otro, que una cesta de petunias, y buscó refugio bajo la silla de Benjamín, estrujando sus piernas, y chasqueando la hierba joven que asomaba en la vereda.

Todos vimos conmovidos la escena. Akane emitió en su rostro la sugerencia de socorro para Louise, Tal vez, una voz de aliento cercana o una caricia a sus manos, le devolvería la paz. Héctor continuaba con las manos en los bolsillos y atinaba a aspirar profundamente como si algo le entrecortara la vida. Después liberó uno de sus brazos, se frotó los ojos y pausó la respiración detenida  en un profundo y sonoro suspiro. ¡Cuánto desearía un café cargado o una bebida fuerte!
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2 de junio de 2012

Cumpleaños por Nanny


En cuanto acaba un frugal desayuno, Louise se marcha al jardín, a hundir sus manos en la cálida tierra, a sentir el aroma de sus flores, a sentir la brisa en el rostro. Hoy tiene menos ganas aún de relacionarse con nadie de lo que es habitual en ella. Se ha levantado antes que los demás, se ha preparado unos sandwiches para almorzar y no piensa abandonar el trabajo con las plantas mientras el sol brille en el cielo.

Hoy más que nunca Louise desea, necesita, precisa de la soledad porque hoy, justamente hoy, es el cumpleaños de su pequeña y los recuerdos pesan y duelen tanto que no le quedan fuerzas para lidiar con banalidades sociales.

Hoy a Louise le duelen las entrañas, casi como si se hubiera puesto otra vez de parto, pero hoy no parirá una preciosa niñita sino un dolor caliente y profundo que le desgarra el corazón. 

Mientras hunde sus manos en la tierra, Louise siente que las primeras lágrimas comienzan a brotar al tiempo que los recuerdos inician su triste desfile: Louise luciendo, orgullosa y feliz, su enorme tripa de embarazada rumbo al hospital; Louise tumbada en la cama, soportando los primeros dolores, mientras su marido le sujeta las manos; Louise en el paritorio, exhausta, empujando con toda las fuerzas de que es capaz mientras aprieta los dientes para no soltar ni un sólo grito... y, por fin, su niña, su preciosa niña, con su carita arrugada, sus ojos cerrados, su diminuta manita cerrada en torno a su dedo. Su pequeña comiendo por vez primera, su niña en brazos de su orgulloso padre, su hijita dormida a su lado. Y los primeros pasos, y su primer mamá y...

Los recuerdos ahogan a Louise mientras sigue cavando, plantando, quitando malas hierbas, regando... Intenta contener el llanto que se le agolpa en el pecho y, entonces, desde la sala de música surge una música triste, una melancólica balada de trompeta. Benjamín está tocando y, como si supiera lo que Louise necesita, ha escogido una melodía llena de nostalgia, aflicción y dolor que sacude a la mujer como una ola y permite que el llanto, por fin, se desborde y rompa contra sus ojos.

Louise llora hasta caer rendida y, entre sus amadas flores, se queda dormida y sueña con la mano de su pequeña agarrada a la suya mientras pasean bajo el cálido sol de primavera...


Nanny
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30 de mayo de 2012

El día que abrió la boca y pestañeó sin irritarse por Luna


“El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
No para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
He pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Soy y seré siempre el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso”.
(Fragmento de Tabaquería de Fernando Pessoa)




No era el rojo cobrizo del sol naciente acostumbrado en Mhanseon por esta época y a esa hora, el que se echaba de menos, eran las manos que acostumbraban a pasar dirigiendo una carreta con equipos de jardinería y nuevas plantas crecidas en el invernadero. A cambio, un opaco plomizo que dejaba hilos del rastro de una luna hundida en el firmamento y una leve mancha blanca grisácea la protegía, como si algo quisiera ocultar o algo presagiara.

Había visto desde lejos a Héctor, de quien sabía era latinoamericano, pero no me había interesado acercarme a él. Quizás porque siempre le había visto acompañado de la espigada pelirroja, Victoria Robles quien se desplaza con la finura de los flamingos. Figuré el sonido de los pasos de Akane a los de un potrillo caminando un pedregal, tras de mí, y con la conciencia en la mano, irrumpimos el papiro que el hombre había dejado caer de sus piernas y la pluma desgonzada entre sus dedos, parecía querer levantar el vuelo, mientras él dormía profundamente.

Abril 4 de 1980

Adios Ica. Adiós para siempre Huacachina

La niebla de la mañana se colaba por el umbral de la puerta y la nueva luz inundaba los cristales. Muchas geografías y una generosidad de picos, para el Alto Perú, ¡cuántos picos! Cuantas cimas blancas. Cuesta tanto abandonarte mí adorada Huacachina y tu hermoso oasis rodeado de palmeras y huarangos. No volveré a perderme entre ustedes, amigos verdes. No volveré a correr ni a beber de tu agua. Que costo tiene ser un Latorre. – ¡que costo por Dios!— y, tu, padre, porque tenías que haber sido descendiente del Marquéz de Torre Hermosa, porqué tuviste que emparentar, con esa menuda morena, sobrina del endemoniado presidente Ramón Castilla? Aun que ella mi madre haya sido. De que te sirvió padre la opulencia, si la felicidad siempre fue una aventura. Una fantasía desgracida. Cuánta sangre acomodaste en tus manos mientras enroscabas el dinero producto del explotado caucho. Seguramente este papiro llevará mi último reclamo. Soy tan rico padre, como tan, solo, que no valen ya los reclamos, aun cuando seas solo un fantasma.”. (Héctor la Torre).
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16 de mayo de 2012

Kira por Atxia




Louise y la  pequeña Kira, sentadas en el sofá que hay en el porche de la casa, miran el cielo. Kira no deja de moverse, nerviosa,  esperando el momento en el que comience la lluvia de estrellas anunciada para esa noche. 

-Tranquilízate, Kira, todavía hay mucha claridad para que se puedan ver las estrellas. ¿ Qué quieres que hagamos mientras? 

-Mami, ¿por qué no me cuentas una de tus historias? –dice la niña mientras se estira en el sofá y apoya la cabeza en el regazo de su madre. 

Louise sonríe mientras le retira un rizo que le cae sobre la frente. “Cada día se parece más a Liliana. Sus rasgos tan finos, el pelo  negro ensortijado, los ojos verdes...” 

-¿Te acuerdas  del libro que leímos la semana pasada? 

-¿El Principito? 

-Sí. ¿Y recuerdas que al final del libro Antoine pedía que si alguien se encontraba a Principito le escribiera una carta para decirle que había vuelto? 

-Sí. 

-Pues yo le escribí esa carta. Hace unos años, antes de que tú nacieras, tu padre y yo estábamos trabajando en África. Los días que teníamos descanso, aprovechábamos para escaparnos al desierto. Nos gustaba el silencio que había en él, el tacto de la  arena, el misterio que esconde, su constante movimiento...Un día, mientras tu padre preparaba el fuego junto al que cenábamos cada noche, me alejé del campamento para dar un paseo. Y cual fue mi sorpresa cuando, tras una duna, divisé la figura de un niño que se acercaba hacia mí. Cerré los ojos. ¡No podía ser! Pero al abrirlos de nuevo, continuaba allí, avanzando, cada vez más cerca. 

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27 de abril de 2012

El alma de la música por Luisa Grajalva




A Rafael Bonaval, que habla y escribe desde el alma de la música.

Benjamín pensaba en el contraste entre la suavidad del azul de las hortensias y el azul acero de los ojos de Louise, pero tuvo que interrumpir sus pensamientos cuando advirtió que estos últimos estaban clavados en los suyos.

-¿Piensas estar mirándome toda la tarde?

-Si te molesta, me voy inmediatamente. Pero me gusta ver la vida que das a esas hortensias. Y preguntarme si ellas son capaces de devolverte algo de esa vida.

-Es todo lo contrario. En el lugar donde nací se decía que quien cuida hortensias muere.

Recién pronunciada la frase, Louise pensó que había hablado de más. Ni siquiera sabía por qué había recordado de pronto esa estúpida superstición. Se apresuró a tratar de quitarle importancia.

-Pero ya imaginarás que es una estupidez en la que no creo.

La siguiente pregunta de Benjamin la tomó por sorpresa.

-¿Quieres morir, Louise?

Podría haber respondido con cajas destempladas, decirle que se metiera en sus asuntos y la dejara en paz, pero parecía que sus pensamientos esa tarde querían tomarse la libertad de expresarse en voz alta, incluso a pesar suyo. 

-No-dijo.   

-Entonces, ¿quieres vivir?

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8 de abril de 2012

Recuerdos y futuro por Laura Frost


Le vi nada más atravesar las puertas de la librería. Estaba al fondo, de espaldas y parecía entretenerse con la lectura de la contraportada de un vinilo. Soy incapaz de descifrar como fue posible que, entre todas las personas y niños que aquella tarde se encontraban en Mushroom Pillow, mi foco de atención se dirigiera hacia él de un modo tan instintivo. Quizá fuera por el elegante abrigo negro de solapas anchas que portaba, tan parecido al que le acompañaba en aquellos años de instituto, o por el dorado de los mechones de pelo, pero lo cierto es que comprendí que la brújula averiada en la que se había convertido mi corazón había descifrado un norte magnético, poderoso y primario, en cuanto detectó la atracción de Rodrigo de la Vega Raatgerink. No le había vuelto a ver desde entonces, cuando su universo perfecto de niño mimado y rico se desvaneció como un hechizo barato al descubrirse la trama de corrupción en la que estaba envuelta su familia. Lo único que supe con los años es que su madre —una holandesa que dejó su trabajo como interprete en la ONU para casarse con un diplomático español—, había fallecido de un cáncer. Rodrigo desapareció de la faz de la tierra y pasados los meses, que parecen años cuando sólo tienes dieciocho años, todos parecieron olvidarse de él. A mi me costó un poco más, y siempre tuve la sensación que nunca me abandonó por completo. Los años de insultos y vejaciones a las que me sometió habían dejado sobre mi piel una marca de agua fangosa que, de vez en cuando, rezumaba un hedor insoportable.

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27 de marzo de 2012

Nada habrá después de ti por Alina


«Se perdió, como el agua en el agua.»

«El tiempo no rehace lo que perdemos»

«―¿Lo creerás, Ariadna? ―dijo Teseo―. El minotauro apenas se defendió.»

«Juzgar a una persona no define quien ella es. Define quien eres tú.»

«Temí que no me abandonara jamás la impresión de volver»


Louise era de él, pero él no era de nadie. Decían de ella que era una criatura que no sentía, que estaba loca porque solo se relacionaba con sus plantas. Ella odiaba las etiquetas, le molestaban hasta en la ropa. Estaba envuelta en una melancolía muy densa, nadie quería acercarse pero, en la mansión, todos opinaban, todos parecían conocerla. Yo miré en sus ojos y comprendí por qué ya nunca se deshizo de la tristeza, comprendí que había vivido todo lo que había visto. Hay seres a los que hasta la luz del sol ―cualquier roce con la vida― parece dañarles irreparablemente y se protegen inútilmente con capas y capas de ropa, de cremas, miles de cautelas que no sirven de mucho porque la sensibilidad es un arma doble filo.

No sé si era tan mayor como parecía. Sé ―por pequeñas conversaciones que mantuvimos― que no le gustaban las confidencias; que se sentía más segura entre los hombres que entre las mujeres; que no tenía amigas; que aquel militar ruso se llevó el sabor y el color de sus días. Él murió, entonces vinieron los días absurdos que dieron paso a días vacíos. Un silencio denso y asfixiante, lleno de matices y de aristas cortantes, lo ocupó todo.  Se apoderó de ella un desasosiego impreciso y recurrente, un no saber qué.  A menudo recordaba  a su abuela, en la sillita de mimbre, hilando lana, moviendo sus manos, serena y abstraída, transformando esa masa informe en un fino cordel y se decía «Hila, Louise, hila tu pensamiento, ponle vértices y obtén algo útil de él. Que no te atrape en su caos. Haz un cordón para atarte el pelo o para sujetar un ramo de colores». La anuló ese desasosiego, ese desagüe abierto en alguna parte. Después de perderle Louise se abandonó ―no como se abandonaba cuando él le hacía el amor y se olvidaba hasta de su nombre― se abandonó rindiéndose. Se dejó llevar por la deriva hueca y ordenada de la rutina. Se levantaba y seguía un guión de actos mecánicos. Fue ahí, en la resignación, dónde comenzó su derrota cotidiana. Los paisajes que habitaba se volvieron planos, como telas de decorado. Su vida perdió las dimensiones que la definían. El gris del asfalto fue tiñéndolo todo, alcanzó los bordillos, empezó a subir por los postes de los semáforos, por las lunas de los escaparates, por el calzado de los transeúntes y llegó a las antenas de las azoteas. Al principio Louise no fue consciente de ello. Un día, de pronto, se dio cuenta. Estaba en medio de un paso de peatones, había un puesto de flores en la acera y… ¡todas eran grises!  Cogió un trozo del pan que llevaba en la bolsa, se lo metió en la boca y ¡no sabía a pan! No podía tragarlo. ¡No sabía a nada! Lo escupió. Un tipo gesticulaba desde el interior de una furgoneta de reparto. Louise no entendía lo que quería decirle, de su boca no salían sonidos. Golpeaba el volante pero el claxon no emitía ningún ruido. El disco del semáforo estaba gris. Se acercó más a las flores. Las violetas no olían a nada. Comenzó a andar apresuradamente. Pisaba montones de hojas caídas, se hacían migas bajo las suelas de sus zapatos pero no crujían al romperse.
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11 de marzo de 2012

La doble personalidad de Louise por Luna




--Aquí descansa la Luna-,-- aquí descansa la luna-.

Canturreaba insistentemente una voz yendo y viniendo por la estrecha escalera de piedra que conecta el pasillo de la segunda planta para  llegar a mi habitación. De comienzo, suspendí  mi observación a las estrellas pues sabía que esa noche, Orión hacía su mayor presencia del año y por eso abandoné temprano la cena de gala. Atendí, como los aristócratas gatos con todos los sentidos en vanguardia a la voz que subía y bajaba. Lo extraño era no sentir pasos, oírlos me daba confianza de que quien caminaba por ahí era un mortal. Por fin me atreví a entreabrir la puerta y espere que el canturreo se acercara y así fue. Era Akane Fuchida, vestía un hermoso quimono amarillo, bordado en hilos azul turqueza, el cabello recogido en una moña y trenzada con hebillas de murano. Sus rasgos orientales no le dejaban mentir su origen. Tanto sus ojos como los labios formaban un artístico juego de líneas verticales. De inmediato abrí la puerta 

--Tu debes ser Akane-. Dije, sonriendo.

Ella soltó las líneas de sus ojos y sus labios y los entornó en óvalos graciosos y respondió,

 --si, y sé que tu eres Luna-,- igual sonreí y volví a interrogar, --y ¿ tu, como lo sabes?-. 

Entonces volvió a canturrear con su voz de flauta, --Aquí descansa la luna--, -¡claro! caí en cuenta, que tonta era, mi nombre había sido delatado por la inscripción de la habitación. Ella terminó su canto y me hizo una reverencia japonesa, después extendió su brazo, apoyó la mano en la puerta y dijo:

 --Se que miras todas las noches las estrellas-, 

--si lo hago, cómo lo sabes?-pregunté- 

--Mi habitación está hacia el interior de Mhanseon y la ventana mira en diagonal a este altillo, veo cuando giras el tubo y escucho cuando cambias los objetivos. Me he llenado de curiosidad, pues mis poemas hablan de los cuerpos celestes, mas nunca los he visto más allá de lo que siento-.  

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27 de febrero de 2012

¿Dónde guardarías un secreto? por Mara Nefill


El olor a tierra húmeda lo impregna todo. Ha llovido durante cuatro largos días, fabricando lagos para los pájaros en los llanos y guardando a las ovejas en las cabañas. 

La lluvia, aunque permanentemente presente en las nubes, parece coger siempre de sorpresa a los habitantes de estas tierras, boscosas y agrestes. Nadie parece acostumbrarse a que ella es, más que nadie, la dueña y señora del lugar. Así ha sido siempre, desde que recuerdo, incluso antes, lo veo en cada cuadro, en cada fotografía, en cada relato,  que han ido dejando los que caminaron por estos paisajes. Unos poco tiempo, otros tanto, que sus huellas crearon senderos nuevos en el bosque.

Me gustaban, me gustan, estos días, en los que el silencio se adueña de los caminos, cerca las casas y obliga a sus huéspedes a permanecer en ellas, esperando  el arco iris que les permita volver a sus paseos.

Cuando llueve me gusta sentarme en el jardín, debajo de la estatua de la ninfa, mi karrigan. Sus brazos abiertos guardan mi sombra de los ojos que, cada segundo, se asoman a la ventana del salón para ver si ya, por fin, ha escampado. Desde este privilegiado lugar  contemplo toda la mansión y el jardín que la rodea, puedo recorrer los senderos marcados por los rododendros, llegarme hasta el  macizo de hierbaluisas y mentas salvajes, saltar las matas de margaritas, ahora un poco aplastadas por la lluvia, y sin moverme, rodear el invernadero donde las orquídeas se guardan de los fríos.

Las orquídeas. Antes no estaban aquí. Llegaron con él.

A la tarde que llegó le precedieron otras dos de lluvia, y, como hoy, jugaba debajo de la karrigan a desvelar los misterios de los acertijos. Recordaba a mi padre, mirándome fijamente a los ojos, preguntándome ¿Dónde guardarías un secreto? ¿En dónde esconderías lo que no quisieras que fuera encontrado?

No se atrevía a llamar a  la puerta, se quedó inmóvil mirando a un lado y a otro, como esperando el milagro de no estar donde estaba, de no tener que estar aquí. El chofer que lo trajo dudó, al verle en ese estado, si irse o no, pero tenía otro viaje que atender y, al fin y al cabo, no era problema suyo. Así que dejó al hombre de extraño acento delante de la puerta sujetando la maleta con una mano mientras que con la otra se aferraba a la solapa de la chaqueta.

Tuve que esperar hasta que la cara blanca de Louise se encontró con los ojos negros del extranjero.

—Héctor, Héctor Latorre— balbuceó, intentando un saludo. Sus ojos iban de la cara de Louise a la maceta que sujetaba con fuerza—. ¡Un orquídea… es una…—.La sorpresa brotó de su garganta si poder callarla.
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22 de febrero de 2012

Hilos en la niebla II por Carmen Fabre




Louise se desvaneció, desapareció entre la niebla mientras su enigmático mensaje se esfumaba con ella. Sus palabras, su voz, su desabrimiento resonaban en mi interior.

Todo el dolor que llevaba dentro, el dolor que me había traído a Mhanseon seguía intacto y el encuentro con ella no hizo más que aumentarlo de  modo exponencial. Una sensación nuevamente de fracaso se apoderó de mí. Los ojos se me  iban llenando de lágrimas que pugnaban por salir y mi garganta seca era incapaz de articular palabra alguna; me  rompí, desaté mis sentimientos, lancé  un grito que agrietó la niebla  y… lloré, al fin era capaz de llorar. Louise había consiguió provocar en mí la catarsis necesaria para lograrlo…lloré hasta vaciarme.

Agotada y tras tranquilizarme algo, me dirigí a Mhanseon cruzando de nuevo aquel bosque fantasmagórico. Entré por la puerta de la cocina, allí estaban  Marion y Arthur, cada uno con sus quehaceres. Marion preparando la cena  y Arthur, poniendo en la bandeja las bebidas solicitadas por algunos de mis compañeros en esta extraña aventura anual. En cuanto me vieron, se percataron de que algo me pasaba.

-¿Qué le ha ocurrido, Carmen? ¿Se encuentra bien-? preguntó Marion mientras me tomaba cariñosamente del brazo.

-Siéntese-dijo Arthur-ayudándome a hacerlo. Creo que mi temblor era más que perceptible.

Les relaté mi encuentro con Louise Svensson .Mientras lo hacía, noté que se miraban con complicidad en varias ocasiones. Al acabar, agotada por la tensión, apoyé la cabeza encima de la mesa.

-Es peligroso buscar a Louise, Carmen, su dolor se ha transformado en odio hacia cualquier contacto humano, no soporta su cercanía ¿Quiere tomar alguna infusión, un café…?-dijo Marion.

-Agua con gas, por favor-contesté- pero prefiero tomarla en mi cuarto, necesito descansar un rato.

Arthur hizo un gesto de asentimiento y siguió con su tarea.

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19 de febrero de 2012

Esencia por Atxia


Akane se despierta con los primeros rayos del sol. A pesar de la serenidad que reina en la casa, Akane necesita bañarse en la armonía de la naturaleza. Ella es su guía en la búsqueda de la tranquilidad, de la paz, del silencio que necesita para estar atenta.

Sale de su habitación y, cuando llega al final del pasillo, ve la puerta de la habitación de Louise entreabierta. “Qué extraño, con lo celosa que es Louise de su intimidad. ¿Estará bien?”  Llama suavemente. -¿Louise, estás ahí? -nadie responde. La habitación está impecable. Mira a su alrededor y apenas encuentra objetos personales, como si fuera la estancia de una persona acostumbrada a viajar sin equipaje, consciente de que todo lo que necesita está en su interior. Se acerca al escritorio que hay frente a la ventana que da a su querido invernadero. Junto a un portarretratos, del que supone será una fotografía de su marido e hija, hay unos pequeños frascos de cristal con unos rollos de papel en su interior. A su lado, junto a un recipiente vacío, un folio con un pequeño poema, apenas dos versos escritos con una elegante letra, un nombre y una fecha.

“Escucho ese latido, eterno,
que se antepone al silencio.”

Samai, Camboya, 1976


Akane coge el portarretratos y mira la fotografía. Es una escena divertida en la que un hombre moreno, de rostro anguloso y unos dulces ojos almendrados, eleva por el aire a una niña de unos siete u ocho años con una cara risueña y pecas que le dan un aire travieso. Unos pasos airados atraviesan la habitación asustando a Akane. -¡Deja eso ahora mismo! –grita Louise mientras intenta quitarle el portarretratos. En el forcejeo, la imagen se cae al suelo rompiéndose el cristal protector en mil pedazos.
-¡Mira lo que has hecho!
-Pero yo...Louise, lo siento, no era mi intención.
-¿Ni siquiera entre estas paredes puedo encontrar un poco de paz? ¿Quién te ha dado permiso para registrar mis cosas?
-Yo... vi la puerta abierta y entré a ver si estabas bien.
-Ya, como si a alguien le importara lo que pudiera ocurrirme. ¡Vete, aléjate de mí! 
Akane sale corriendo sin poder evitar que las lágrimas aneguen sus ojos, mientras Louise, con furia, recoge los cristales de suelo y, al tirarlos a la papelera, se corta la mano. Lousie asombrada de conservar aún la capacidad de sentir dolor, mira como las gotas de sangre ruedan por su palma. “Llevo tanto tiempo escondida entre plantas, que  me he olvidado de que soy humana.” Su marido, desde la fotografía, parece asentir. “Quizás haya sido demasiado dura con Akane. Ella siempre ha sido amable conmigo y, cada vez que ha intentado acercarse a mí, solo ha recibido desplantes.” Tras lavarse y curar la herida decide ir en su búsqueda. Mira en su habitación, en el salón, en la sala de música, en el comedor... y, al no encontrarla, se dirige hacia el bosque.

Hace frío. Nubes de tormenta se ciernen sobre el horizonte. Louise se sube el cuello del abrigo para resguardarse del inmisericorde viento de enero. –Akaneeeeeee. Las primeras gotas comienzan a caer cuando llega al borde del lago y la encuentra sentada en una roca.
-Vamos, regresemos a casa.
-Déjame tranquila...
-Ya tendremos tiempo de discutir después. ¿No ves que se avecina una tormenta? Deja de comportarte como una chiquilla.
Akane se levanta ofuscada y, sin mediar palabra, comienza a caminar. Louise va tras ella. Las gotas de lluvia se multiplican y ambas corren hasta guarecerse en el invernadero.
-Akane, yo...lo siento.
-¿Sentir? ¡Tú no sabes lo que es sentir...! ¿Crees que eres la única que ha sufrido? Te escondes entre tus plantas, en tus poemas...Tu vida está vacía, solo albergas odio.
Louise, con el rostro lívido, se sienta en un banco que hay a su lado.
-Qué fácil es juzgar sin conocimiento de causa, Akane, confundes odio con rabia. Si, siento rabia porque no comprendo que el ser humano, siendo capaz de realizar verdaderos prodigios, se haya convertido en un ser autodestructivo que devasta y mutila los sueños de la buena gente. He aceptado que no tengo influencia en el devenir de muchos acontecimientos, soy consciente de ello, demasiadas personas han muerto en mis brazos como para no saberlo...pero admitirlo no me exime de la responsabilidad de cambiarlo. Dices que mi vida está vacía, qué equivocada estás...Soy heredera de un plan que Yerik, mi marido,  y yo comenzamos hace años y  me legó tras su muerte. Recoger en mis poemas la esencia de aquellos que no pudimos ayudar y salvar en vida. Recordarlos, preservar su memoria, recatarlos del olvido que supone formar parte de una fría estadística...Sentir y saber que ninguna muerte carece de sentido.

Lousie se levanta y, sin añadir ni una sola palabra más, se dirige hacia la casa. Una vez en su habitación, tras secarse y cambiarse de ropa, se sienta en el escritorio. Coge un folio de papel y escribe:

“La calle amanece gris,
vacía, distinta…”

Constantin, Rumania, 1985

Alguien llama a la puerta. Louise la abre y se encuentra con Akane que le muestra, sin decir nada, unos frascos de cristal. Louise sonríe. Es la primera vez que Akane la ve sonreír.

Atxia
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Los duelos de Louise por Luna


Como es costumbre, en cualquier lugar que me encuentre, todas las tarde salgo a caminar y hoy martes, un día anticipado al acordado con Louise Svensson, para platicar sobre el jardín de Mhanseon, la vi, venía en mi dirección.

¿¡Quién es ella!?- murmuré automáticamente, cuando la vi.

--¿Ella?—preguntó, mirando en recorrido circular sobre su eje.
--Ella soy yo – dijo bromeando mientras penetraba sus ojos en el castaño de los míos,  después, dejó escapar una sonrisa de inquietud y enjutó el entrecejo.

--¿A que ella te refieres?- Preguntó.

--Louise, disculpa por favor la descortesía, por ahí debí comenzar-. Lamenté no haberle saludado de comienzo.

–No todo es válido ante un asombro-, justifiqué.
 --Cuéntame, que ha pasado con esa persistente tos tuya de la semana pasada?- Pregunté para desagraviar mi lo descortés.

--La tos pasó. Gracias - contestó secamente.
--Hoy viene conmigo una dosis de nostalgia, una parte de la que he llevado por siempre- carraspeó y  ciñó los ojos.

--Siii… te hace bien, contar un poco de tu tristeza, te prometo ser fiel a tus deseos. Soy buena confidente- prometí.

--Hay tanto para contar, que si no lo cuento todo, al menos por una vez, no podría ser menor mi frustración ni estar en paz para la eternidad.- confesó con  lelo de sus manos que miraban hacia el cielo-.

_No te hagas problemas,  ¿quién no tiene una historia? y ¿qué historia no tiene picos y hondonadas? La alenté.

--Es cierto-. --A propósito, he traído café (exhibió un termo de color rojo tinto y de litro y medio aproximadamente), suelo hacerlo en invierno y en otoño. Podemos caminar un poco, para hacerle frente al frío y aprovechar el brillo del sol. Podrías hacerte ilusión que es un día cálido y tropical-, repuso con sarcasmo (como si conociera mi lugar de origen) en medio de una impecable sonrisa, que dejó ver el blanco  de sus dientes -.

Dimos entonces marcha entre senderos trazados por los pinos milenarios, cuyas  sombras color caoba apagado confrontan por ésta época, vientos y heladas.

--Creo que aún falta tiempo para comenzar en el invernadero—dije señalándolo con la mano y recordando para no perder el interés del primer encuentro-.

--Quizás podríamos postergar el proyecto del jardín, Louise, para escuchar tus sentimientos. La tierra que pisamos y de la que re-nacen nuevas vidas, nos darán una tregua- proseguí. --Quiero decir, las semillas y la tierra nos sabrán esperar-. Después de todo, ellas serán madres. -Argumenté.

- Tienes razón - repuso ella -perdiendo cabizbaja su mirada en la gravilla.
—Ahora dime, a que ella te referías al comienzo que te causó sorpresa al verme?

- Al parecer tuve una visión extraña- respondí automáticamente evitando parecer tonta y asustadiza.

--Alguien te acompañaba, vestía un traje largo de color pastel y no la veía caminar. El rostro, era idéntico al tuyo y sonreía, sin embargo algo había de dolor que contagiaba. Ese algo era una nube con figura humana, que lentamente se desvaneció ante mi presencia, creo-. Expliqué.

(Louise sonrió), --no te preocupes, en Mhanseon y sus alrededor, con cierta frecuencia verás revelaciones, a quienes algunos les llaman fantasmas, otros duendes, brujas, o monstruos. Son imaginarios creados por el miedo. En todo caso,  son inofensivos o se hacen huraños ante quienes su imaginario los han creado de ese modo. Los fantasmas hacen parte del patrimonio de esta casa como los hay en todos los castillos y mansiones. Puedo decirte que sin ellos, no habría vida aquí en Mhanseon. Toda casa es del tamaño del mundo interior que se quiera revelar, y la casa es casa si alguien la habita; como un cuartel, es cuartel si hay soldados o una escuela, es escuela si hay niños; incluso sigue siendo casa para los difuntos que mueren en ella guardando secretos, o, ¿no? -me confrontó-

--Si, así es, y vale igual afirmar, que la casa es nuestro mundo?- pregunté tontamente para asegurarle que había comprendido su teoría mientras contenía dentro de mí, ciertas burbujas de pánico.

--Así es- respondió segura.

Después, me invitó a pasar a la bodega de herramientas, prendió la lámpara de kerosene, yo me ofrecí a servir el café mientras ella se liberaba del impermeable.
Pausó y continuó: --Cuentan que cuando Pandora, abrió su caja imaginaria, encontró al lado de la esperanza, la imaginación. Eso no me ocurrió precisamente. --Fíjate, lo que ha pasado con mi esperanza e imaginación-, dijo replegando un silencio que venía-. --Mi padre fue un bolchevique intenso y mi madre una polaca tolerante. Los dos caminaron los percances hostiles que cimientan los desastres de una guerra pobre, hija de otra. Mi madre aprendió el oficio de enfermera y Varsovia la llamó a curar heridos. Allí nací, entre los cadáveres de hombres y edificios confundidos en una sola masa y el traqueteo de fusiles y cañones. Para entonces mi padre ya había muerto y mi madre tenía que ocultarme y evitar que llorara, mis pañales fueron los retazos de camisas que dejaban los soldados al morir y en estas penurias aprendí a caminar y a tomar de la mano al riesgo. Cuando terminé la escuela, estaba huérfana y violada por soldados ebrios y apestosos. Me repudié por ello y maldije a cambio de orar. Luego, aprendí de mi madre a curar heridos, siguiendo como ella en la rutina de ver morir más que vivir. Así que en mi caja de Pandora  no había esperanzas para mí; solo la imaginación para vivir salvando a otros cuando podía y odiando al victimario. No cumplía los 23, cuando vino a la campaña de enfermería un oficial ruso, con el cuerpo casi destruido a cargo de un artefacto. Me dediqué a cuidarlo día y noche y él me recompensó con su amor a pesar de mi hosca desconfianza. Con suficiente paciencia, logró atravesar con sus ojos mi resurrección. Viví con él en mi cambucho y nació la pequeña Yuri. Mi marido fue dado de alta del ejército por la incapacidad total  de sus piernas, entonces se dedicó a cuidad la niña, le enseñó estrategias belicosas y la llamó mi pequeño soldado, Un día, mientras yo compraba la comida en el mercado, el cambucho fue objetivo militar del ejército enemigo. Murieron así mi marido y la pequeña Yuri. De nuevo se arrasó el asomo de la esperanza. Copé todos los sentimientos de odio. No lloré, porque al llanto nunca tuve acceso. Aún no se llorar-. Pausó, parecía haber terminado su historia. Me conmoví tanto que mis ojos se nublaron y disimulé, marcando círculos con mi dedo en el suelo. Después reacomodé mis codos sobre las piernas, le observé, buscando también sus ojos y me atrevía a preguntar:
--¿Porqué estás aquí Louise? ¿Cómo has llegado a Mhanseon?-
Arrancó desde su fondo un suspiro y expulsó bocanadas del vaho que el frío provoca en los pulmones, tan grandes, que por un momento me remontó a los dragones. Serenó el ánimo y prosiguió.
--No podía quedarme en ese lugar Polonia, sufrida y miserable. Caminé, caminé días y noches, recorrí kilómetros y en Hamburgo supe que pisaba tierras alemanas, con terror me aventuré a continuar, si moría que importancia tenía, quizás era mejor morir, y, tal vez el instinto de conservación me obligó a esconderme ante movimientos sospechosos, a veces me alimentaba de basuras y otras de plantas silvestres, siempre las hay por fortuna y aun cuando las guerra las reduzca ella bregan y le ganan a los escombros. Finalmente me aventuré  para atravesar  el canal como un intrépido polizón ,y lo logré. Volví a caminar kilómetros, era verano. Vi camas de tulipanes tendidos y me dediqué a acariciarlos. ¿Sabes cuánto hacia que no veía una flor en su esplendor? Mucho tiempo-. –se respondió con amargura así misma, como si ella se encontrara en soliloquio-. Continuó --Escuché de la boca de dos desconocidos en la puerta de una taberna a quienes pedía una moneda, la oferta de trabajo de un jardinero para Mhanseon. Estuve atenta y los seguí, cuando se disponían a ir por el trabajo. Esperé que ellos se retiraran y toqué a la puerta. Me recibió Arthur, yo le pedí trabajo a cambio de un techo y comida y el aceptó sin reparos después de contarle mis derrotas, le mostré que era fuerte para el campo. Así abandonó la idea de darle el trabajo al hombre de la taberna, quizás construyó una contundente disculpa al día siguiente.  Aquí me ubiqué y comencé a desarrugar y ordenar en las noches, los papeles que daban cuenta de mi historia. Mi deseo de escribir fue más grande que el deseo de deshacerme de esos apuntes por momentos y, se fortaleció en el momento mismo en que evidencié la fuerza natural por vivir que tenía la hierba silvestre que había en mi camino, de la que me alimenté muchas veces en mi viaje hasta aquí.

--Así, que esto no es fácil platicarlo -.- me dijo penetrando el azul de sus ojos nuevamente en los míos, ahora, habían abandonando esa atmósfera de dulzura del primer encuentro y los transmutó a una mirada de hielo.

– Confiarlos ahora a un mortal me darán la paz que necesito - Concluyó LOUISE, canturreando y con una sonrisa siniestra y debelando mi presencia, se hizo nube, se elevó cruzando la techumbre del depósito. Salí del lugar pensando si ella se habría liberado. Miré las dos tazas de café, sin probar y frías.
De vuelta al salón, como un resorte soportando mi cabeza, mi obligó a girar para buscar el muro en que pendían las fotografías de esos escritores atrapados en el tiempo de Mhanseon. Observé que el cuadro donde debería permanecer Louise, se encontraba vacío.

¡No podía creerme que había estado hablando con un difunto! o al menos así justifiqué los dos eventos: una nube que la  seguía  al momento del encuentro y otra que se esfumaba por la techumbre del depósito. 


Luna11
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El Descubrimiento de Louise Svensson por Luna



Ayer en la tarde, cuando el sol, solo dejaba un tímido asomo a su recuerdo caminaba en los lugares que serían los  parques de Mhanseon. La arquitectura a ello me conducía. Caminaba abrigada como obligan los inviernos.


Pasear e intentar hablar con la tierra y sus caminos, es un antojo necesario que me acompaña desde siempre, y en los veranos, hacerme una espiga mas de los trigales. Desde siempre he sabido que soy parte de la tierra, que para alcanzar sus secretos hay que estar de su lado, y yo, hace tiempo esbocé un secreto que voy a revelar. Cuando se llevan flores al cementerio, no se habla ni al que fue padre, madre, hermano o hijo, se habla a la tierra y ella lo compensa con alivio. Así que sintiéndome parte de la tierra he ido conociendo los tesoros que guarda, las huellas que le han reportado mayores experiencias, los llantos que se han sembrado en ella y las risas que le han dejado una estela de recuerdos en sus ecos.

Con Ron, la mascota que acompaña a Aspid hemos logrado una buena amistad, y suele ofrecerme su compañía cuando observa que busco el camino al lago, a las praderas o a los espacios desolados que muy pronto florecerán.

Movida por la curiosidad a responsabilidad del exquisito Conde Torn, me dispuse a hacer una ronda al invernadero; semillero de esperanzas para la próxima primavera. Sentí que alguien trataba de toser discretamente, al darme vuelta, encontré de frente a una mujer rozagante, con ojos de color azul profundo. De lentes transparentes y marcos rectangulares, sus mejillas color rosáceo vivo, como si ellas no se percatara del invierno. Enfundada en un impermeable emplumado y los rastros de una bufanda de colores de verano, se dejaban ver  entre los ángulos del cuello y el capote que le protegía la cabeza. Es una mujer muy grande y vigorosa, de contextura atlética, diría yo. No me sorprendió encontrarla de repente, porque su tos, había anticipado su presencia. Mutuamente nos sonreímos y nos dijimos, --¡hola!-, acompañado de una sonrisa mutuamente espontánea. Yo, traté de excusarme por estar husmeando su territorio, como lo vine a saber más tarde. Pero la mujer me tomó por el brazo y me dijo que le hacía feliz encontrarse con alguien que a hurtadillas le contemplara sus bebés. 
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12 de febrero de 2012

Secretos de cristal por LGrajalva


Es fácil observar que las flores los saben y los guardan. Es más, se nutren de ellos y luego los exhalan en forma de color o de perfume. Pero nadie lo ve más que yo. Excepto Morrigan, por supuesto. Pero Morrigan es parte de las flores, como es parte del aire de Mhanseon, de su luz y sus sombras, de su fuego y su música. Morrigan…, flor y fruto, risa y llanto, palabra y silencio.  Morrigan…, mi espíritu, la hija que perdí,  el hombre cuyo cuerpo aún añoro, los sueños que enterré en la tierra de este invernadero, el tiempo que no pasa, el frío que desprende mi alma helada o el calor de la fiebre que, por las noches, en mi habitación, me consume, la que me hace volcar la desesperación en mis poemas.

No es la paz lo que busco en este invernadero. Lo que busco es la ausencia, mi ausencia de las cosas, de mí misma, de la vida que me cerró sus puertas o a quien se las cerré,  ya no me importa. Hundo mis manos en la tierra y ya no soy yo, Louise, el estéril desierto, me hago la ilusión de que vuelvo a dar vida. Me pierdo en el color, en el perfume de las flores, y ellas me revelan los secretos de todos, aunque no quiera verlos… Morrigan se vuelve música y suena en mi interior, para que no enloquezca, pero esa música es siempre tan triste…

Todos vienen aquí alguna vez, sobre todo Akane, Benjamin y Héctor. A ellos, como a mí, les consuelan las flores de este invernadero. O tal vez asocian su dolor con alguna, lo sé por cómo Héctor contempla las orquídeas, o Benjamin las rosas, o Akane espera la floración de los cerezos que están fuera, tras el cristal, mientras confecciona sus preciosos centros de ikebana.

Sí, las flores nos convocan a todos porque absorben nuestros secretos, no importa si creemos que los cuentan o no. Muy pocos sabemos que las flores hablan y menos aún poseemos la facultad de interpretar su lenguaje.  Pero el azul de las lobelias o el plumbago revela los secretos que ahogó el mar; el rojo de hibiscus y rosas habla de pasión y sangre; los iris violeta, de traición; los heliántemos amarillos, de inconsciencia; los tulipanes y strelitzias naranja, de celos; las azaleas rosadas, de hipocresía…

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11 de febrero de 2012

El encuentro secreto



Louise miraba a su alrededor, incapaz de fijar la mirada en ninguno de esos rostros que la observaban con lástima. “El tiempo lo cura...” “No tienes que aprender a sufrir, tienes que convivir...” Louise veía mover los labios en sus semblantes pero solo escuchaba fragmentos de frases mutiladas. Las mismas frases que ella había dicho miles de veces en el ejercicio de su profesión, y que ahora le parecían carentes de sentido. 
Uno a uno, los asistentes al funeral se marcharon dejándola sola. ¿Sola? No. La culpa la acompañaba, la perseguía desde el día del accidente. “Me llevaré el secreto a la tumba.” Esas fueron las últimas palabras de su marido antes de que arrancara el coche. Se dicen tantas cosas sin pensar en su significado... El destino, quizás vengándose por las veces que se había negado a postrarse ante él, se reía de ella sin que pudiera hacer nada por silenciar sus carcajadas. 

Revivía la escena una y otra vez. La carta sin remitente. La fotografía y la nota que había en su interior.  El miedo. La discusión sobre si debían confesar la verdad. La mirada airada de su marido. Y sus últimas palabras: “Me llevaré el secreto...”

Louise corrió hacia la cocina. Buscó en el cubo de la basura la nota que había roto su marido. “Aquí está.“ Jueves, a las 19:00, en la cafetería de la Plaza Mayor. Louise miró el reloj, las 17:30. Se puso el abrigo, cogió el bolso y salió a la calle. Llegó a la cafetería y, tras pedirle una infusión al camarero, se sentó en una mesa junto al gran ventanal que daba a la plaza. Desde allí podía ver el exterior sin ser vista desde fuera. Sacó del bolso un sobre y extrajo la fotografía que había en su interior. En el reverso un nombre y una fecha: Liliana, 1969. Una joven sonriente la miraba con unos bellos ojos verdes, penetrantes, intensos... los mismos que tenía su pequeña. 

Un hombre cruzó la puerta de la cafetería. Louise le reconoció inmediatamente, aunque, despojado de su autoridad y arrogancia, no parecía el mismo. Se acercó a la mesa.

-Hola, Louise, ¿me recuerdas?

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6 de febrero de 2012

Hilos en la niebla por Carmen Fabre



La vida me había dado un corte de mangas y yo intentaba doblar esa esquina con la elegancia de un gato.


Necesitaba tiempo para revisar mi pasado, pasar el presente y plantearme si deseaba tener un futuro y, como siempre, lo haría escribiendo; no soy capaz de ordenar pensamientos, situaciones y emociones sin escribir.


La historia de Mhanseon me atrapó desde el momento en que Carmen Agudo la compartió en el grupo de lectura. Una casa, un santuario para los que eligen la escritura como medio de comunicación con el Universo, una casa en la que puedes quedar atrapado en el tiempo y en el espacio, una casa en la que la voz de Morrigan se puede convertir en mi voz interior y conseguir que por fin me escuche.


Con el corazón por alquilar, mi vida tóxica en las venas y el destrozo ya consumado, me dirigí a Mhanseon dispuesta a que germinase en mí la semilla de una nueva arquitectura neuronal .


Al cabo de pocos días me encontraba junto a la cancela de entrada, de pie y con dos maletas ,una  a cada lado de mi cuerpo,  apoyadas en el suelo. Toda mi vida iba en ellas.La magia se distribuía alrededor; no era necesario ningún sentido para percibirla. Hice el atisbo de tocar la aldaba cuando la parte derecha de la cancela se abrió muy lentamente, sin emitir sonido alguno, dejándome libre el acceso a la finca.

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