Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

27 de abril de 2012

El alma de la música por Luisa Grajalva




A Rafael Bonaval, que habla y escribe desde el alma de la música.

Benjamín pensaba en el contraste entre la suavidad del azul de las hortensias y el azul acero de los ojos de Louise, pero tuvo que interrumpir sus pensamientos cuando advirtió que estos últimos estaban clavados en los suyos.

-¿Piensas estar mirándome toda la tarde?

-Si te molesta, me voy inmediatamente. Pero me gusta ver la vida que das a esas hortensias. Y preguntarme si ellas son capaces de devolverte algo de esa vida.

-Es todo lo contrario. En el lugar donde nací se decía que quien cuida hortensias muere.

Recién pronunciada la frase, Louise pensó que había hablado de más. Ni siquiera sabía por qué había recordado de pronto esa estúpida superstición. Se apresuró a tratar de quitarle importancia.

-Pero ya imaginarás que es una estupidez en la que no creo.

La siguiente pregunta de Benjamin la tomó por sorpresa.

-¿Quieres morir, Louise?

Podría haber respondido con cajas destempladas, decirle que se metiera en sus asuntos y la dejara en paz, pero parecía que sus pensamientos esa tarde querían tomarse la libertad de expresarse en voz alta, incluso a pesar suyo. 

-No-dijo.   

-Entonces, ¿quieres vivir?


Observó verdadero interés por la respuesta en los ojos de su interlocutor. Contestó casi en un susurro.

-Tampoco.

No sabía si estaba dando las respuestas a otro o a ella misma, había entrado en una especie de automatismo. Él, en cambio, seguía poniendo toda la atención.

-¿Entonces?-interrogó de nuevo.

Louise le miró fijamente, ya sin dudar de que había entrado en una cuesta abajo y no iba a encontrar en su interior un freno que pudiera impedirle responder. La voz se le quebró y un brillo húmedo apareció en sus ojos.

-Quiero que vuelvan, Benjamin, que vuelvan todos los que vi morir.

Por un momento, el hombre pareció dudar de haberse atrevido a llegar tan lejos. Intentó aquietar la tormenta de la que se sabía provocador.

-Piensa que mientras estén en tu recuerdo…

No pudo terminar la frase. El tono apagado de Louise se transformó en un estallido de ira.

-Ni se te ocurra, Benjamin, ni se te ocurra intentar ofrecerme la misma frase de consuelo que yo usé mil veces con las personas a quienes tuve que dar la noticia de que alguien al que querían se había ido para siempre, ni se te ocurra cometer la estúpida torpeza…

-Perdona, mi intención…

Pero ella no le oía y continuó hablando.

-Quiero que vuelvan tal como los recuerdo… Estar con ellos de nuevo, verlos, hablarles... Y sé que puedo lograrlo, por eso permanezco aquí. Morrigan va a ayudarme, no sé por qué caminos, pero sé que lo hará. 

-¿Morrigan?

-Morrigan, Ben, Morrigan. Y tú lo sabes tan bien como yo. Sabes que sólo ella puede enseñarte cómo volver a andar. Por eso estás aquí. Tú lo sabes y yo también lo sé. 

Durante unos instantes, los dos callaron y permanecieron mirándose fijamente. Fue Benjamin quien rompió el silencio.

-¿Puedes acompañarme a mi cuarto? Quiero enseñarte algo.

Sin decir nada, la mujer se situó detrás de la silla de ruedas y la impulsó hasta que ambos estuvieron en el cuarto de Benjamin. Louise le vio dirigirse a su mesa de trabajo, encima de la cual había una cadena de música y varias pilas de CD’s. El hombre buscó entre ellos, eligió uno y lo abrió, pero antes de extraer su contenido habló de nuevo:  

-Louise, esto puede dolerte, pero, al mismo tiempo, abre vías para curar. La música camina sobre las intuiciones y explora sendas de nuestro interior que ni siquiera sospechamos que existen. Al igual que Mhanseon, posee dimensiones y estancias secretas, pero conduce a  ellas y te abre sus cerrojos. A veces te permite conocerlas despacio y otras apenas te deja vislumbrarlas, pero permanece como una mano tendida hacia lo invisible, a la que puedes siempre dar la tuya para ir más allá. Y a veces ese camino duele y alivia a la vez. 

Hizo una pausa para tratar de descubrir sus pensamientos, pero ella permanecía quieta y atenta. Se animó a continuar:

 -Sólo necesito que me prometas una cosa: que no te levantarás y te marcharás a la mitad, que vas a escuchar hasta el final. 

Louise se sentó en la silla situada junto al escritorio. 

-Ponlo-dijo por toda respuesta.

Ben deslizó el CD en la ranura del reproductor y la habitación comenzó a llenarse de súplicas. La Sinfonía de las Lamentaciones de Henryk Górecki saturó de notas dolientes, de voces suplicantes, tras su separación de las personas más amadas, la ya débil luz de la tarde. No hacía frío, pero Louise cruzó los brazos sobre el pecho y se acarició los hombros como si pretendiera abrigarse o protegerse. Escuchó el primer movimiento, la primera elegía, cabizbaja y sin abandonar ese gesto. Cuando la música llegó al segundo, un llanto silencioso se abrió paso a través de sus ojos sin que la mujer hiciese nada por detenerlo. Ben se acercó, puso su mano sobre la de ella y la mantuvo así durante el tercero y último. Del jardín sólo llegaban unas tenues luces cuando la música terminó, pero Benjamin no encendió ninguna lámpara ni soltó la mano de Louise. Fue esta quien primero habló:

-¿Por qué has querido que la escuche?

-No trataba de cometer la crueldad de hacerte revivir el pasado, sino de que sintieras tu dolor compartido. Podría decirte que quizás hay algo por lo que ti te tocó despedirte y a ellos partir, pero no creo en eso, y no tengo explicación para el daño ni para la sinrazón del ser humano. Tuve la extraña idea de que igual que a mí me hace sufrir y a la vez me conforta esta música, a ti también podría hacerte sentir aunque fuera un mínimo de alivio. Lo único que puede acercarte a lo que aún no sabemos ni nombrar es la música.

-Son lamentos, Ben, no es más que un canto de tristeza.

-Son tres lamentos, sí. El primero adapta un canto medieval sobre el dolor de la Virgen María y el tercero habla de una madre que perdió a su hijo en la guerra. El segundo es de una hija: el autor encontró una leyenda, escrita por una chica de dieciocho años en la pared de una celda de la prisión de la Gestapo en Zakopane, Polonia: “Mamá, no llores. Inmaculada Reina Celestial, socórreme siempre”. Al compositor le impresionó el tono sin ira y que antepusiera ese mensaje a su madre a la petición de ayuda para ella, y pensó que su música podría hacer salir de la celda ese mensaje y llevarlo por siempre al aire libre y al eco de las montañas. Esa chica, ante todo, no quería que su madre sufriera.

Como para sí misma, Louise dijo, pensativa:

-Sufrimiento y alivio a la vez…

-Caminos en el tiempo y el espacio, Louise, tacto sin manos sobre el alma, brisa que sopla sin aire, palabras que revelan su significado sin que sepamos dibujarlas, el hilo que sujeta la esperanza …  

Ben calló y deseó, con todas sus fuerzas, que así fuera. Sabía que en poco tiempo tendría que soltar su mano y no estaba seguro de si su intento habría podido mitigar el dolor que Louise llevaba dentro o ella acabaría odiándole por habérselo hecho más presente. Tampoco sabía si lo que habían compartido aquella tarde podía llamarse amistad, pero le parecía que un camino entre ambos había quedado abierto. 

Trató de romper el ensimismamiento de ella:

-Ojalá Morrigan haya escuchado también la música. 

Louise le miró fijamente y, por primera vez, con una chispa de dulzura en el azul acero de sus ojos.

-Aún no lo entiendes, Ben: ella estaba en la música.

Pero sí lo entendía, lo entendía perfectamente. Hacía tiempo que Morrigan a él también le hablaba desde el alma de la música.

Luisa Grajalva






3 comentarios:

  1. Un texto bellísimo, Luisa, para leer despacio y saborear todos los matices que contiene. No me extraña que se lo hayas dedicado a Rafael: tú también has escrito desde el alma de la música. Un abrazo.

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  2. El sufrimiento es la catarsis que lleva, dolorosamente, al alivio del alma...

    Gracias por tu relato, Luisa.Consigue emocionarme

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  3. Bueno, Luisa, hay que descubrirse ante la sensibilidad con la que te expresas y la maestría con la que escribes. Tu relato emociona y embebe. Dices cosas para enmarcar. Enhorabuena, amiga.

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