Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

16 de abril de 2012

El comedor por Mara Nefill


Mhanseon- 25/07/1878

Para celebrar el verano mi padre organizó una fiesta. Invitó a todos sus amigos a un gran baile. Adorné la casa con guirnaldas de flores y puse alfombras verdes sobre el suelo de cerezo, parecía que el jardín había entrado en la casa a resguardarse de la lluvia de verano.
Yo esperaba a los invitados en la puerta, del brazo de mi padre, procurando que no se manchara el vestido blanco que me había regalado –nunca había tenido uno igual-, parecía la nieve misma hecha seda. El vestido fue lo primero que vio cuando llegó; su padre nos presento.
—Henry Walls, encantado—me dijo antes de besarme la mano—.Permítame, señorita Morrigan, presentarle a mi hijo Henry Liam III.
Mi padre me contó su amistad de años, inquebrantable. Esperaban que esa unión continuara en sus hijos.
Liam me miró fijamente  y dijo: —Esa libreta roja, la de baile, supongo, parece sangre sobre su vestido. ¿Puedo anotar mi nombre?
  Bailé con él una pieza que un viejo conocido de mi padre, Antonin Dvorak, había compuesto para mí: romance para piano y violín. Aunque esa pieza jamás fue compuesta para ser bailada.
El suyo fue el primer nombre escrito en mi libreta roja. Él se llevó el mío escondido en las rayas de su mano.

Mhanseon 25/11/1955

Me gusta verlos llegar. Se aproximan con cautela a la puerta, pensando si llamar o darse la vuelta. Todos arrugan en su mano la carta que los invita. Todos han aceptado, su esperanza los trae a mí.
Liam Walls VI  llegó con su Ferrari berlinetta plata —a juego con el día—, levantando huracanes. Casi se lleva por delante el magnolio mimado de Louise. 
Tuve que esperar a que su nombre volviera a casa, pero esperar es parte del juego, del plan.



Diario de Cooper- 25/11/1955

      Cuando me retiraba a mi habitación escuché una conversación que la Svensson se traía consigo misma. No fue mi intención hacerlo pero no logré que mi silla chirriara lo suficiente para llamar su atención. Murmuraba nombres rusos —o eso me pareció— delante de un jarrón con unas flores como campanillas, blancas y secas.
     Aún no he conseguido entablar una buena conversación con ella, me rehúye cuando lo intento. Su trato es amable y su rostro me dice que oculta su corazón. Me va gustando esta difícil mujer. 
    Esta extraña casa me cambia sin que yo pueda evitarlo. Si hace tan sólo un año me dijeran que intentaría llegar a una mujer para acariciarle la mano únicamente, con el único afán de escucharla, de hablar con ella, de ser su amigo, les diría que se habían vuelto locos. Pero eso era antes de llegar aquí.

  A medio día llegó otro invitado, Liam Walls, tiene invitación del conde pero parece que ya conoce la casa, las familias son “muy viejas amigas”, de “generaciones”, nos dijo, o más bien, nos advirtió, la señora Albrich. Vino en un deportivo impresionante y cargado de maletas, una de ellas con libros, que se abrió según subía las escaleras—demasiado peso para el bueno de Arthur—.Cayeron rodando dos con el mismo título “Merlin in Scotland” aunque con portadas de distintos colores, que fueron a dar a los pies de Louise que se los quedó mirando con recelo. Walls es guapo, no cabe duda, y lo sabe, le dirigió una sonrisa de auténtico seductor. Ella dejó los libros en el suelo y se fue al jardín sin decir una palabra. Siempre se va al jardín.

Mhanseon 25/07/2015

—Akane ¿quieres pasarme ese limón, por favor?— Héctor preparaba una ensalada de trucha con berros y  manzanas. Con mimo revolvía los ingredientes,  los aireaba “para que respiraran el aliño” tal y como le había enseñado la vieja cocinera de su casa.
—¿El… qué? — Akane seguía concentrada en el diario. — ¿Sabes que acaba de llegar otro invitado? 
—Por favor, deja de leer un rato… y pon la mesa, vamos a comer como debe ser.
—Siempre tan formal con estas cosas— Akane dejó el libro y se acercó a Héctor, olisqueó la ensalada y  dio su aprobación con un beso en la oreja del cocinero.
—Sabes…—Héctor no desviaba la mirada de las finas espirales de corteza de limón que caían sobre los berros—.Busca unas velas y vámonos al comedor. Seamos los dueños de esta mansión mientras estemos aquí, ¿te parece?
—Pues sí, me parece bien, es más, te diré que desde que llegamos tengo la sensación de ser dueña de esta casa.
—Pues yo de invitado abusador—Héctor se rió—. Pero, bueno, supongo que podemos usarlo todo.


Akane abrió de par en par los ventanales del comedor. Los visillos bancos jugaron a envolverla en la brisa que traía el jardín. Olían a jabón, y ese olor se propagó por la habitación, despertando la madera vieja que aguardaba unas manos que la acariciaran de nuevo, ¡hacía tanto tiempo que no sentía ese calor! 
Durante unos minutos su mente se perdió, y dejó que sus manos abrieran los cajones donde se guardaban los manteles de hilo blanco y la cubertería de plata.
—De plata—susurró—o sea que sí, aún existen estas cosas.
Akane miraba fijamente una cuchara, la pesaba balanceándola con la palma de la mano; la acercó a un ojo y se vio reflejado en ella.
—Es que es increíble —le dijo a la cuchara— estar aquí… los diarios… Todo esto es…
Solo se dio cuenta de que había preparado una mesa con siete servicios cuando Héctor entró con la ensaladera en las manos.
—¿Y a quién invitamos a cenar?—le preguntó.
—¡Vaya! Se me fue la cabeza, creo. Es que es todo tan bonito, fíjate, ¿habías visto alguna vez esta porcelana?, ¿tenedores de plata? Y los cuchillitos para la mantequilla, con estas alitas de mariposa… Yo sólo había visto esto en el cine, te lo juro, en las películas antiguas.
Héctor la miraba no creyéndose la Akane que estaba empezando a conocer desde que se habían instalado en la casa. En todo caso le gustaba. Le gustaba esa mujer que cada día le sorprendía con una sonrisa diferente.
—Ya que hay de todo ¿puedes encontrar un salvaplatos para la ensaladera? —Héctor pedía y ella, veloz, abría el lugar exacto en el que encontraba lo que necesitaba— ¿Y cubiertos de servir? 
—Aquí los tiene el señor. ¿Algo más?
—Uhmm… No. Bueno, sí, un sacacorchos si hay que voy a por el vino y los quesos.
Akane fue directa al cajón donde, en fila india, se ordenaban sacacorchos, cascanueces, dos salvabotellas que parecían telas de araña metálicas y unos pequeños artilugios puntiagudos que no sabía muy bien para qué servían. “Preguntaré a Héctor”, pensó, “Seguro que en su casa había de esto”. 
El cajón se bloqueó cuando intentaba cerrarlo, algo, mal colocado en el de abajo, lo impedía. Manipuló como pudo, tratando de no hacerse daño y sacó, no sin esfuerzo, un libro. Las tapas estaban medio rotas y las hojas con el aspecto de haber pasado por la lavadora. Olía a ginebra.
Héctor la encontró olisqueando el libro.
—Mira lo que he encontrado—le dijo—. Un libro.
—Ya veo—Héctor dejó los quesos en la mesa y sirvió dos vasos de vino blanco. Le dio uno a Akane—.Brindemos primero.
Héctor no le daba tanta importancia al hallazgo de su novia. Levantó la copa, el frío del vino enturbió el cristal que jugaba con las luces de las velas.
—¡Por Mhanseon! Por habernos acogido con los brazos abiertos— dijo.
—¡Por Mhanseon! Y por quienes vivieron aquí—replicó Akane.
—Está bueno ¿verdad?—Héctor paladeaba el vino.
—Riquísimo. ¿Es francés?
—No. Es alemán. Tienen unos blancos estupendos—a Héctor siempre le gustó la buena mesa—. La bodega de esta casa está llena de vinos muy, muy,  interesantes.
—Curioso—Akane leyó la etiqueta en voz alta—Ge…würzs…tra…miner… ¡Vaya nombrecito!
—Es el nombre de la uva—Héctor se reía. Le gustaba la cara que ponía cuando tenía dificultad en leer o pronunciar algo. Aún se atascaba con palabras españolas y, desde luego, el alemán no era lo suyo—. Significa “la especiada” y procede de Trentino, pero este vino es Alemán, de Baden.
—¿Baden?
—Región fronteriza entre Suiza, Francia… Y bueno, vamos a comer. Deja el libro ese por ahí.
—Sí.
Akane hizo ademán de dejarlo sobre el aparador pero, al hacerlo, cayó al suelo una hoja descolorida. Héctor se agachó a recogerla. En su mano tenía una etiqueta del mismo vino que ellos estaban bebiendo.
—Vaya. Quien leía este libro tenía el mismo gusto que yo—le enseñó la etiqueta a Akane— ¿Ves? —Héctor se fijó en la portada—.Pero creo que sólo en vinos. “The lineage of Merlin” by Liam Walls. Yo nunca, jamás, leería este libro.
 —Pues yo no te diría que no. Me gusta el castillo de la portada— lo abrió despegando las hojas con cuidado—. Tiene una dedicatoria: “Para mi buen amigo Héctor. A pesar de los silencios y las ausencias, siempre bajo el mismo techo. Liam Walls. Diciembre 1956”. Es…es…
—¡Mi tío! — Héctor  agitaba la mano en la que la  etiqueta, un chateau sucio rodeado de viñedos que habían perdido el verde, se había quedado pegada como un sello recién mojado— Vaya, eran amigos… era amigo de este escritor, y  vivieron juntos aquí ¿no? Entonces hasta esa fecha tuvo que estar por aquí ¿verdad? Seguro, vamos. 
Manoteaba excitado por la noticia y por la etiqueta que no quería irse de su mano. Sintió como si una mano ajena se la arrebatara y vio cómo caía, suavemente, al lado de uno de los platos sin comensal. 
—La brisa…—dijo Héctor encogiéndose de hombros.
Akane miraba fijamente una de las sillas vacías y sonreía. 
—Otro brindis, Héctor —dijo sin desviar la mirada de la silla—¡Por Liam Walls que nos dio una buena pista!... y una historia interesante… al menos para mí.

Mhanseon – 25/11/1955.

—Por favor, señores. Si gustan pasar al comedor.
El mayordomo, muy ceremonioso, interrumpió  la conversación que mantenían Héctor y Cooper en el salón. Eran los únicos que esperaban la hora de la cena con el aperitivo en la mano. Louise siempre era la última en bajar, eso sí, siempre de punta en blanco, como requerían las cenas formales en la casa. Sólo los sábados y algún día señalado, como el de hoy. El resto de los días cada uno iba un poco a su aire. En la casa no había cocinera y era la señora Albrich quien se encargaba de la cocina, aunque, desde la llegada de Héctor, era él quien se ocupaba, casi diariamente,  con el permiso y bendición del servicio, y el agradecimiento de sus compañeros que saboreaban cada plato que preparaba.
Cuando llegaron al comedor ya los estaba esperando  Liam Walls, perfectamente equipado con un traje de chaqueta de lana negra hecho a medida. Les recibió en la puerta con una botella de vino en una mano y una copa en la otra. La sirvió  y se la tendió a Cooper.
—Bienvenido a la cena de bienvenida, valga la redundancia. Señor Cooper —Liam no esperó respuesta, cogió una copa vacía, la llenó y se la dio a Héctor—. Señor Latorre, por favor. Encantado de conocerlos.
—Falta la señorita Louise, ¿verdad?—preguntó Liam mirando al mayordomo.
—Señora—respondió Latorre con una semi sonrisa—. Señora Svensson. Le gusta que la llamen así.
—Por supuesto. Gracias por decírmelo—dijo Liam guiñándole un ojo—. Hay que ser cuidadoso con las damas.
—Este vino es estupendo—dijo Cooper mirándolo al trasluz, como veía hacerlo a Héctor—. No lo había bebido antes.
—Desde luego que es excelente—corroboró Héctor—.Yo tampoco lo había probado antes. Tiene un gusto a cítrico y— dio un pequeño sorbo y lo paseó por la boca—…delicioso… como a flores ¿a rosas? ¿Francia?... No, espere… ¿Baden?
—¡Oh! Sí. Excelente paladar Héctor ¿puedo llamarlo así? Veo que usted es un auténtico gourmet. En efecto, es un vino de unas pequeñas bodegas de  un pueblecito  fronterizo con Francia. Tuve la suerte de conocer a sus dueños y me han regalado unas botellas que me complace compartir….
Louise entró en el comedor cortando las palabras de Liam.
—Señora Svensson—le dijo—, permítame pesentarme adecuadamente, soy Liam Walls. Por favor, acepte esta copa— El mayordomo ya la tenía preparada y esperaba que Liam la cogiese— y brinde con nosotros.
Durante unos segundos se hizo el silencio. Los cuatro miraron sus copas, como si quisieran buscar en el reflejo del vino las palabras adecuadas. Fue Cooper quien las encontró primero:
—Por Mhanseon que nos acoge y nos sorprende tan gratamente.
—Por Mhanseon, sus moradores y sus visitantes. Porque crezca nuestra amistad—continuó Héctor recorriendo con su mirada el rostro de sus compañeros.
—Por Mhanseon—dijo Liam—, por el  13º Conde de Torn y todos sus antepasados que, hoy, me permiten realizar mi sueño.
Los tres esperaron que Louise dijera algo pero bajó la cabeza y levantó la copa con un lacónico —¡Skoll!

A Louise no le gustaba entrar en el comedor. Siempre que lo hacía tenía la sensación de estar siendo observada. No es que no tuviera esa sensación en otros lugares de la casa o  en su habitación, o en el jardín; pero aquí se le erizaba la nuca y tenía dificultad para tragar. Cuando llegó tardaron tres días en servirle la cena en el comedor. Se sentó ella sola ante seis servicios vacíos que, creía, la miraban fijamente, fotografiando cada uno de sus movimientos. Estaba hambrienta, pero no pudo comer ni una cucharada del puré de nabos que le sirvieron. Le dijeron, sin más explicaciones, que era una tradición muy antigua. La mesa siempre se ponía para siete. No volvió a entrar hasta que llego Cooper, otro comensal llenaba espacio, pero la nuca seguía diciéndole lo mismo. Ahora eran ya cuatro a la mesa y el ambiente era más cálido, pero seguía sintiendo la angustia del primer día. 

La sopa dejó un olor a mar en los platos. Humeaba devolviendo a los olfatos los ingredientes que Héctor  señalaba mentalmente. Cooper la sorbía con fruición mientras Louise lo hacía como si estuviera dando de comer a un niño, despacio, jugando con la cuchara. Liam se llevó, deprisa, tres cucharadas a la boca y luego dejó la cuchara. No comería más. 
—No es que no me guste la sopa—les dijo—. Está muy buena, pero no soy capaz de comer mucho. Ya desde niño fue así, un desastre para las comidas, según mi tata.
Cooper se le quedó mirando y siguió comiendo sin decir nada. Él sí que no había tenido oportunidad de comer así en su vida y no desperdiciaba ni una miga de pan.
—Supongo que ustedes son también escritores ¿verdad?—preguntó Liam—. Yo estoy escribiendo un libro sobre el linaje de Merlín en Escocia. ¿Ustedes?.. 

Diario de Cooper 25/11/1955

Liam Walls es un caballero. Se le nota en el porte, en la forma en la que habla y, desde luego, hace gala de una esmerada educación. Es, además, un hombre extremadamente claro. Nos contó durante la cena, sin tapujos, su vida, la de su familia y el porqué estaba en Mhanseon.
Su familia es bien conocida en Escocia, un linaje de aristócratas convertidos en abogados y políticos que no se ha desviado de ese camino desde que lo emprendió su tatarabuelo, en la misma época, calculo yo, que al mío lo  metieron en la bodega de un barco, atado de pies y manos y, como un cerdo sin nombre, lo vendieron a un “buen cristiano” de Virginia. Por un buen precio, eso sí, al fin y al cabo era un auténtico mandinga. Pero esa es otra historia, la mía, y no viene ahora al caso.
El caso es que este Walls, segundo de los hijos de su padre, y brillante licenciado en Oxford,  ha decidido abandonar su prometedora carrera en la judicatura para dedicarse por entero a la vocación que se le reveló de muy niño: ser escritor y, además, dedicarse por entero a descubrir para los profanos la verdadera historia del linaje del Mago Merlín. Así que, aquí está, con una maleta llena de libros de “referencia de la auténtica historia oculta” que atrajo la atención de Héctor en cuanto se la nombraron y una máquina de escribir de última generación, una Lexinton pesada y redondeada como la que tenía  “ojosazulgris” en el club. Todas las imágenes de mis días allí volvieron en cuanto la vi, preciosa y brillante en su caja.
Liam me hizo pensar en el motivo por el que estoy aquí. Después de la cena, en el salón y frente a unas copas, nos habló de la tradición instaurada en  1878 por la que los sucesivos condes invitan a escritores a permanecer en la casa durante una temporada. Yo no tenía ni idea, ni Héctor ni Louise ni nadie me había comentado esto. Es más, no puedo considerarme un escritor, el hecho de haber escrito un par de letras para la mejor cantante de jazz del mundo, Sara Vaughan,  no significa que sea un gran letrista, además, hace ya tiempo que no escribo nada. No tengo tripas para hacerlo. Estos diarios no son cosa de escritores, más bien de borrachos paralíticos desesperados paranoicos, como yo, ahora, que dentro de mí hay un mar de brandy con olas de whisky. Si invitan a escritores entonces el conde… ¿cómo rayos sabe que la lullaby es mía? Mi nombre no aparece. El capullo del manager  de la Vaughan–o chulo diría yo- me la jodió bien jodida.
Héctor es poeta y hace esas performances tan graciosas con las botellitas, pero ¿Louise? ¿Escribe la Svensson? Misterio aún no resuelto. Como el de los ruiditos que sigo oyendo a deshora. A ver si Héctor logra entrar y echar un vistazo. Es buena gente este peruano, estar con él me devuelve la fe en la amistad. Empiezo a confiar en él como no lo hacía desde… ya no recuerdo cuando.
¡Dios mío! ¡Qué borracho estoy! Mañana será otro día. Hablaré con Liam de esto, o no. Nos dejó bien claro que venía a escribir y que no haría mucha vida social. Es un profesional. Amén.

Mhanseon  30/7/2015

—Vaya. Este Cooper es… era músico, ¡de jazz! fíjate…— Akane estaba estirada en el sofá del salón. Las palabras salieron envueltas en el humo del tabaco dulce de su pipa —. Gracias a él vamos a conocer a todos. El nuevo, Liam Walls, el del libro… pues lo escribió aquí, ya ves. Y dice que es tradición de la casa invitar a escritores. ¿No es emocionante?
—¿Dice algo más de mi tío?— Héctor estaba tirado en el otro sofá. Tenía en la mano una libreta roja que había encontrado en un cajón de la mesa de la biblioteca, pero aún no la había abierto. Estaba perezoso, como el sol, que parecía dormido detrás de unas nubes blanquecinas que cubrían todo el cielo. Además, prefería contemplar a su mujer. Tenerla a su lado, enfrascada en esa lectura interminable le daba paz. Para él ella era, así, la paz. 
Daba las gracias por haber recibido la carta, por haber encontrado los diarios, porque Akane se centrara en su lectura y se olvidara, aunque fuera por unos días de escribir. No es que él no quisiera que lo hiciera, sabía que le venía bien, que ella se expresaba así, pero al mismo tiempo le aterraban los tiempos en los que se encerraba sin hablar con nadie, sin mirarlo siquiera, escribiendo esas historias que a él le helaban el alma.
 —De tu tío poco por ahora, la verdad. Sólo cuenta lo de las botellitas y los poemas. Quizá más adelante—Akane pasó rápidamente las páginas del diario, buscando el nombre —. La verdad es que siempre lo menciona. Por cierto ¿Por qué no buscas en la red a ver si hay algo de una tal Sara Vaughan? Cantante. Cooper escribió letras para ella… un tipo fascinante. Descendiente de esclavos. 
Héctor se levantó y saco su tablet de una funda morada. Limpió la pantalla con la manga de la camisa y buscó un ángulo propicio para conectarse. 
—Aquí no hay mucha cobertura. La señal se corta. ¡Es un asco! Demasiados obstáculos.—Salió al jardín dejando a Akane con los diarios.
—¡No hay modo de conectarse! Uffff —Héctor paseaba con la tablet subiéndola y bajándola— No. No hay forma. Aquí no funciona nada, ni móviles, ni internet... ¡Maldita sea! ¿Habremos tenido otra tormenta solar o serán los bosques? Aislados. Eso es lo que estamos. Aislados en esta casa. Puede que haya desaparecido un continente y no nos hemos enterado.
Hablaba en alto, para los pájaros que quisieran escucharlo, con la tablet tapándole la cara. Le sorprendió un extraño ruido, como un solo de trompeta que se colaba con el logo del buscador .Saltó eufórico cuando el mundo empezó a girar en la pantalla.
La alarma de un email le llenó de alegría — ¡Por fin! ¡Por fin! ¡Habemus conexion!— Lo abrió deprisa, era de uno de sus colegas en Lima, le preguntaba si todo iba bien y le adjuntaba la foto de lo que parecía una playa salvaje. Héctor la abrió y los ojos se le llenaron de lágrimas, siguió leyendo en voz alta, exorcizando el miedo que la imagen le producía:
 “La mar volvió a subir y se llevó lo que quedaba de las plantaciones de maíz. Todo el pueblo ha desaparecido, Héctor, todo cambia tan deprisa que no podemos hacer nada más que asumirlo. Cuídate mucho, y de Akane, pese a todo acabamos por quererla, ya sabes. Nosotros cuidamos de tu casa y de tus cuadros ¿estarás pintando, no?, pero volver pronto, os echamos de menos. Pablo y Lucía”.
La tarde se cerró sobre el jardín con una suave lluvia que limpiaba sus ojos llorosos. Observó la casa y la luz que salía del salón donde Akane seguía enfrascada en la lectura. Creyó ver a la estatua del jardín aleteando las gotas de lluvia. Un escalofrío le recorrió la espalda y se instaló en su nuca convirtiéndose en presentimiento en su estómago: no los volvería a ver.

Mara Nefill

1 comentario:

  1. Vuelvo a leer tu texto después de un tiempo y se confirma la primera impresión: es extraordinario.
    Admiro la facilidad con que manejas personajes y tramas y los encajas en una prosa fluida y exquisita.
    Reverencia, reverencia, reverencia...
    :-)

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