Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

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16 de mayo de 2012

Kira por Atxia




Louise y la  pequeña Kira, sentadas en el sofá que hay en el porche de la casa, miran el cielo. Kira no deja de moverse, nerviosa,  esperando el momento en el que comience la lluvia de estrellas anunciada para esa noche. 

-Tranquilízate, Kira, todavía hay mucha claridad para que se puedan ver las estrellas. ¿ Qué quieres que hagamos mientras? 

-Mami, ¿por qué no me cuentas una de tus historias? –dice la niña mientras se estira en el sofá y apoya la cabeza en el regazo de su madre. 

Louise sonríe mientras le retira un rizo que le cae sobre la frente. “Cada día se parece más a Liliana. Sus rasgos tan finos, el pelo  negro ensortijado, los ojos verdes...” 

-¿Te acuerdas  del libro que leímos la semana pasada? 

-¿El Principito? 

-Sí. ¿Y recuerdas que al final del libro Antoine pedía que si alguien se encontraba a Principito le escribiera una carta para decirle que había vuelto? 

-Sí. 

-Pues yo le escribí esa carta. Hace unos años, antes de que tú nacieras, tu padre y yo estábamos trabajando en África. Los días que teníamos descanso, aprovechábamos para escaparnos al desierto. Nos gustaba el silencio que había en él, el tacto de la  arena, el misterio que esconde, su constante movimiento...Un día, mientras tu padre preparaba el fuego junto al que cenábamos cada noche, me alejé del campamento para dar un paseo. Y cual fue mi sorpresa cuando, tras una duna, divisé la figura de un niño que se acercaba hacia mí. Cerré los ojos. ¡No podía ser! Pero al abrirlos de nuevo, continuaba allí, avanzando, cada vez más cerca. 

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3 de abril de 2012

Una habitación en el Aleph por Atxia



Siempre he pensado que los roces del cariño son tan fuertes como los impuestos por la sangre, y que se puede encontrar un vinculo similar al que se produce en una familia junto a unos desconocidos. 
A pesar del poco tempo que llevo en Mhanseon, no hace ni tres meses de mi llegada, siento que la incipiente amistad que está surgiendo entre los residentes de la casa tiene visos de convertirse en un sentimiento largo y duradero. Son tantos los puntos en común, es tanta la empatía y la confluencia de pensamiento... Incluso he comenzado a pensar que el destino, con sus aparentes casualidades,  se ha aliado para conseguirlo. Sirva como ejemplo lo ocurrido hoy tras la cena. 

Nos habíamos reunido en la sala de música para escuchar las piezas con las que Nucky acostumbra a deleitarnos. Carmen y yo, en un extremo de la sala,  comenzamos a hablar sobre Literatura. Ella, culta y gran conversadora, me habló de  sus libros favoritos y destacó  “El Aleph y otros cuentos” de Borges. 
“Se repiten continuamente elementos: laberintos, fantasmas, inmortalidad, muerte, miedo a la muerte, vidas circulares, Dios, dioses, magia, venganza, matemáticas, razas, monedas, religiones, el amor, la cosificación de las personas. Es una vorágine de estructuras gramaticales que inquieta y descoloca constantemente, que te hace volver a lo leído y reestructurarlo en tu cerebro”, comentó Carmen. Curiosamente, todos esos elementos que ella había enumerado fueron los que, influida, además, por el misterio que se respira en la casa,  me impulsaron a comprar ese libro, en Mushroom Pillow, la asombrosa librería regentada por  Rafael.
Puede que esté atribuyendo al destino un protagonismo excesivo y que, quizás, todo sea solo sea un juego de mi subconsciente que busca señales para no perder la capacidad de sorpresa ante la vida. No lo sé. Lo que tengo claro es que parafraseando a Port, he estado tan lejos de mis pasos que no he podido acercarme a ningún sitio. Ahora siento, sin embargo, que he encontrado un lugar al que pertenezco. Lo que el destino ha unido, que no lo separe el hombre.
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19 de febrero de 2012

Esencia por Atxia


Akane se despierta con los primeros rayos del sol. A pesar de la serenidad que reina en la casa, Akane necesita bañarse en la armonía de la naturaleza. Ella es su guía en la búsqueda de la tranquilidad, de la paz, del silencio que necesita para estar atenta.

Sale de su habitación y, cuando llega al final del pasillo, ve la puerta de la habitación de Louise entreabierta. “Qué extraño, con lo celosa que es Louise de su intimidad. ¿Estará bien?”  Llama suavemente. -¿Louise, estás ahí? -nadie responde. La habitación está impecable. Mira a su alrededor y apenas encuentra objetos personales, como si fuera la estancia de una persona acostumbrada a viajar sin equipaje, consciente de que todo lo que necesita está en su interior. Se acerca al escritorio que hay frente a la ventana que da a su querido invernadero. Junto a un portarretratos, del que supone será una fotografía de su marido e hija, hay unos pequeños frascos de cristal con unos rollos de papel en su interior. A su lado, junto a un recipiente vacío, un folio con un pequeño poema, apenas dos versos escritos con una elegante letra, un nombre y una fecha.

“Escucho ese latido, eterno,
que se antepone al silencio.”

Samai, Camboya, 1976


Akane coge el portarretratos y mira la fotografía. Es una escena divertida en la que un hombre moreno, de rostro anguloso y unos dulces ojos almendrados, eleva por el aire a una niña de unos siete u ocho años con una cara risueña y pecas que le dan un aire travieso. Unos pasos airados atraviesan la habitación asustando a Akane. -¡Deja eso ahora mismo! –grita Louise mientras intenta quitarle el portarretratos. En el forcejeo, la imagen se cae al suelo rompiéndose el cristal protector en mil pedazos.
-¡Mira lo que has hecho!
-Pero yo...Louise, lo siento, no era mi intención.
-¿Ni siquiera entre estas paredes puedo encontrar un poco de paz? ¿Quién te ha dado permiso para registrar mis cosas?
-Yo... vi la puerta abierta y entré a ver si estabas bien.
-Ya, como si a alguien le importara lo que pudiera ocurrirme. ¡Vete, aléjate de mí! 
Akane sale corriendo sin poder evitar que las lágrimas aneguen sus ojos, mientras Louise, con furia, recoge los cristales de suelo y, al tirarlos a la papelera, se corta la mano. Lousie asombrada de conservar aún la capacidad de sentir dolor, mira como las gotas de sangre ruedan por su palma. “Llevo tanto tiempo escondida entre plantas, que  me he olvidado de que soy humana.” Su marido, desde la fotografía, parece asentir. “Quizás haya sido demasiado dura con Akane. Ella siempre ha sido amable conmigo y, cada vez que ha intentado acercarse a mí, solo ha recibido desplantes.” Tras lavarse y curar la herida decide ir en su búsqueda. Mira en su habitación, en el salón, en la sala de música, en el comedor... y, al no encontrarla, se dirige hacia el bosque.

Hace frío. Nubes de tormenta se ciernen sobre el horizonte. Louise se sube el cuello del abrigo para resguardarse del inmisericorde viento de enero. –Akaneeeeeee. Las primeras gotas comienzan a caer cuando llega al borde del lago y la encuentra sentada en una roca.
-Vamos, regresemos a casa.
-Déjame tranquila...
-Ya tendremos tiempo de discutir después. ¿No ves que se avecina una tormenta? Deja de comportarte como una chiquilla.
Akane se levanta ofuscada y, sin mediar palabra, comienza a caminar. Louise va tras ella. Las gotas de lluvia se multiplican y ambas corren hasta guarecerse en el invernadero.
-Akane, yo...lo siento.
-¿Sentir? ¡Tú no sabes lo que es sentir...! ¿Crees que eres la única que ha sufrido? Te escondes entre tus plantas, en tus poemas...Tu vida está vacía, solo albergas odio.
Louise, con el rostro lívido, se sienta en un banco que hay a su lado.
-Qué fácil es juzgar sin conocimiento de causa, Akane, confundes odio con rabia. Si, siento rabia porque no comprendo que el ser humano, siendo capaz de realizar verdaderos prodigios, se haya convertido en un ser autodestructivo que devasta y mutila los sueños de la buena gente. He aceptado que no tengo influencia en el devenir de muchos acontecimientos, soy consciente de ello, demasiadas personas han muerto en mis brazos como para no saberlo...pero admitirlo no me exime de la responsabilidad de cambiarlo. Dices que mi vida está vacía, qué equivocada estás...Soy heredera de un plan que Yerik, mi marido,  y yo comenzamos hace años y  me legó tras su muerte. Recoger en mis poemas la esencia de aquellos que no pudimos ayudar y salvar en vida. Recordarlos, preservar su memoria, recatarlos del olvido que supone formar parte de una fría estadística...Sentir y saber que ninguna muerte carece de sentido.

Lousie se levanta y, sin añadir ni una sola palabra más, se dirige hacia la casa. Una vez en su habitación, tras secarse y cambiarse de ropa, se sienta en el escritorio. Coge un folio de papel y escribe:

“La calle amanece gris,
vacía, distinta…”

Constantin, Rumania, 1985

Alguien llama a la puerta. Louise la abre y se encuentra con Akane que le muestra, sin decir nada, unos frascos de cristal. Louise sonríe. Es la primera vez que Akane la ve sonreír.

Atxia
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11 de febrero de 2012

El encuentro secreto



Louise miraba a su alrededor, incapaz de fijar la mirada en ninguno de esos rostros que la observaban con lástima. “El tiempo lo cura...” “No tienes que aprender a sufrir, tienes que convivir...” Louise veía mover los labios en sus semblantes pero solo escuchaba fragmentos de frases mutiladas. Las mismas frases que ella había dicho miles de veces en el ejercicio de su profesión, y que ahora le parecían carentes de sentido. 
Uno a uno, los asistentes al funeral se marcharon dejándola sola. ¿Sola? No. La culpa la acompañaba, la perseguía desde el día del accidente. “Me llevaré el secreto a la tumba.” Esas fueron las últimas palabras de su marido antes de que arrancara el coche. Se dicen tantas cosas sin pensar en su significado... El destino, quizás vengándose por las veces que se había negado a postrarse ante él, se reía de ella sin que pudiera hacer nada por silenciar sus carcajadas. 

Revivía la escena una y otra vez. La carta sin remitente. La fotografía y la nota que había en su interior.  El miedo. La discusión sobre si debían confesar la verdad. La mirada airada de su marido. Y sus últimas palabras: “Me llevaré el secreto...”

Louise corrió hacia la cocina. Buscó en el cubo de la basura la nota que había roto su marido. “Aquí está.“ Jueves, a las 19:00, en la cafetería de la Plaza Mayor. Louise miró el reloj, las 17:30. Se puso el abrigo, cogió el bolso y salió a la calle. Llegó a la cafetería y, tras pedirle una infusión al camarero, se sentó en una mesa junto al gran ventanal que daba a la plaza. Desde allí podía ver el exterior sin ser vista desde fuera. Sacó del bolso un sobre y extrajo la fotografía que había en su interior. En el reverso un nombre y una fecha: Liliana, 1969. Una joven sonriente la miraba con unos bellos ojos verdes, penetrantes, intensos... los mismos que tenía su pequeña. 

Un hombre cruzó la puerta de la cafetería. Louise le reconoció inmediatamente, aunque, despojado de su autoridad y arrogancia, no parecía el mismo. Se acercó a la mesa.

-Hola, Louise, ¿me recuerdas?

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