Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

29 de febrero de 2012

Música, Licor, Libros y Café: La Edición Japonesa por Rafa B.


Aún no se han entregado al silencio las últimas notas del vals, cuando algún energúmeno comienza a aplaudir. De todas formas, no se lo reprocho, mi amiga Nucky nos ha brindado un concierto soberbio, y el público quiere mostrarle su agradecimiento sin demora.

Se enfadaba conmigo durante nuestras conversaciones telefónicas: que si no me gusta Brahms y menos la opus 93, que si tienes un piano decente o lo llevo yo desde mi casa, que si eres un caprichoso al que no puedo decir “no, déjame tranquila”. Y ahí está, sonriente y saludando a un auditorio complacido y, quizá, un poco más feliz.
Pero no es suficiente. No han servido los conciertos o las lecturas dramatizadas o los títeres para los más pequeños o las veladas con champán y angustia mientras emulábamos un cabaret berlinés junto a los libros o invitar a Rosa, mi antigua compañera de trabajo en la Biblioteca Nacional, para que organizase sus talleres sobre libros de cine, (recomendando que pusiera especial énfasis en los libros y películas japonesas, bajo el argumento aleve de que en la ciudad interesa mucho la cultura del país del origami). Cada nueva invención supone un riesgo malabarista y su puesta en práctica sólo es un éxito gracias a los fantasmas de mi mujer y mis hijos. Estoy convencido. De manera que Rosa quedó muy satisfecha cuando se puso a trabajar con un grupo de jóvenes (convocados desde un cielo atravesado de grullas de papel), tan interesados en la literatura y la cinematografía japonesa.
Tampoco sirvió que se publicase en los periódicos de la ciudad, en las ediciones regionales de las tiradas nacionales, en algún suplemento semanal, o en revistas literarias, que nuestra librería contaba entre las más bellas de Europa. Esta publicidad sobrevino sin buscarla. No imaginé qué boca a boca pudo avisar a quienes se ocupan de establecer un ranking en la elegancia o la gracia de una librería, organizando poses de escaparate internacional en un negocio que ya contiene en sí mismo toda la hermosura posible. Sin embargo, creí que este empujón podría animarla.
Pero no fue así.
Avisé a mis compañeros de que permanecieran atentos por si entraba alguna persona cuya fisonomía coincidiera con la descripción que les hice de Anake Fouchida. Me sinceré a medias con ellos, las verdades así son las únicas verdades que compartimos con los demás. Les conté que se trataba de la persona a quien debía estar agradecido por haber encontrado este lugar, y no había tenido ocasión de mostrarle mi reconocimiento, pero no les dije que tanto alboroto en la biblioteca no sólo correspondía a una cuestión de estilo para captar clientes e incrementar las ventas. Cada novedad trataba de llamar la atención del público, sin duda, pero, en el fondo, formaba parte de un plan cuya eficacia dependía de la fortuna con que sus señales luminosas, como las lanzadas por los barcos a la deriva, obtuvieran el fogonazo de una respuesta salvadora.
Yo quería sorprender a esa mujer que se coló en medio de mi vida como lo hace el mar entre los pies de los niños pequeños. Sólo ellos se asombran de que el agua no quiera quedarse siempre entre sus dedos. Nunca se explicarán por qué el agua les roza. Sólo se mantendrán alerta. Y así estaba yo, incapaz de encontrar una razón a una inquietud que provocaba mantenerme vigilante.
Finalmente, opté por regresar al principio. Ella se me apareció cuando mis pasos respondían al azar. Si entonces no me impuse ningún trazado tratando de hallar un sitio, decidí que también sería así ahora. No haría nada que pudiera forzar un encuentro.
Hasta que un día no hubo dudas.
Una cliente pronunció su nombre completo.
- Buenos días, es usted el dueño?
- Sí soy yo, dígame, ¿busca algún libro en particular? ¿quiere que le ayude?
- Muchas gracias. Sí, en realidad busco un libro. Creo que, sin su ayuda, sería absolutamente imposible para mí poder encontrarlo.
- Muy bien, de qué se trata.
- Querría los dos tomos del libro 1Q84 de Haruki Murakami.
- Esto es sencillo.
- Verá, no es tan sencillo, la edición que busco debe ser japonesa.

Traté de mantener una calma profesional. No porque me asustase el reto de obtener una edición original del libro de Murakami, sino porque no deseaba que aquella mujer adivinase la nueva velocidad que había adquirido mi pulso sanguíneo al intuir que aquel encargo tenía que ver con Anake.
- Le aseguro que se trata de un encargo muy original... pero creo que podré conseguirlo.
- En cualquier caso, no es para mí. Es para una amiga mía.
- ¿Habla japonés?
- No, no, yo no... ella sí, es japonesa. Verá su idioma es extremadamente complejo pero tremendamente sosegado. Sí.., cuando pido a mi amiga que me hable en japonés, se multiplica la sensación de descanso e imagino lugares mágicos donde reposan las hadas o los gnomos, sobre una almohada de setas mágicas.
- Mushroom Pillow.
- Oh... Ella a veces pronuncia esas mismas palabras, qué insólita casualidad.
- Sí... La casualidad suele ser así, insólita.
No continuar la charla, me pareció lo más prudente, aunque la cortesía hizo que contestase con un sencillo “un momento, por favor, voy a tomar nota”. Mientras, en mi pensamiento se alborotaban las preguntas que, en realidad, querría hacer, pero, sobre todo, había una que permanecía obstinada entre las sienes: “Sólo puede ser ella, sólo puede ser ella... ¿por qué no ha venido en persona?
- Sí, por favor, a nombre de quien pongo el encargo.
- Victoria Robles.
- ¿Es usted?
- Sí.
- Pensé que me daría el nombre de la persona que lo encargaba.
- Oh, perdone, desde luego, Anake... Anake Fuchida.
Anake... una sacudida de gozo y temor a un mismo tiempo, me zarandeó, me descosió el alma, y supe, que, donde hubiera estado en todos estos meses, ella había seguido mis pasos. De otro modo no se hubiera atrevido a realizar un encargo tan temerario y llamativo. Entendí en ese mismo instante que el plan había surtido efecto.
Yo no era un secreto, me estuvo descubriendo desde el principio, cambió las tornas y logró que el secreto fuera ella, y comenzaba a romperlo despacio, como se rompen las ingenuas nieves perpetuas en verano, pidiendo los libros de Murakami. Creo que adiviné que se trataba de una prueba. Quizá la definitiva para que decidiera aparecer un día por la misma puerta en la que fue testigo de mis lágrimas.
Victoria Robles me facilitó la dirección y un número de teléfono, y aún comentó algo sobre la casa donde compartía los días y las noches junto a otras personas. Mhanseon, dijo que se llamaba. Levantada cerca del mar, flanqueada por pinos cantores. La imaginación de esta mujer, lejos de extrañarme, me resultaba familiar. Cuando hablaba, llegué a pensar que era yo quien inventaba en su boca las palabras. Parecía una mujer salida de las páginas de un libro victoriano, o el personaje que un buen puñado de escritores hubieran deseado en sus novelas.
No sé dónde está Mhanseon. Las horas dedicado al negocio me han impedido preocuparme por los recovecos de la ciudad o sus afueras. La geografía práctica con la que me desenvolvía pasaba por los pedidos, las reformas, los correos electrónicos, las llamadas telefónicas, la escalera que subía a la casa, las ventanas de mi habitación o la vieja mecedora que encontré en el salón (a la que llamé Morrigan, un súcubo al que cabe el honor de mecerme en las horas difíciles).
La calle o los acantilados, eran territorio de las historias que traían mis compañeros de trabajo o los proveedores; y yo su lector o su teatro.
No fue difícil encargar la edición que Anake pidió a través de su emisaria. Eso sí, traté que fuese la más bella. Me ocupé personalmente de que los volúmenes llegasen a Mhanseon a través de una empresa repartidora de confianza. En un sobre anexo explicaba que prefería cobrar los volúmenes en la propia librería después de que los mismos fuesen del total agrado de la peticionaria. Y comenzó una cuenta atrás adolescente. Confieso que con la argucia del cobro, experimenté, de nuevo, la dulzura del temblor de los jóvenes que arden en silencio, esperando obtener del día un encuentro fugaz con quien les araña el corazón.
A los pocos días, apareció otra mujer que, respondiendo al nombre de Marion Albrich, pagó los volúmenes, expresando con gentileza libresca, la infinita ilusión que había producido en la casa, la recepción de libros tan originales.
Sonreí agradecido, cuidando que ni un solo gesto se dejara contagiar por el abatimiento, y, antes de que se fuera, acerté a responder:
- Por favor, podría decir a quien encargó los libros que la librería se llamará a partir de hoy Mushroom Pillow, creo que le gustará saberlo.
- Sin duda, Rafael, así lo haré. Buenos días y hasta pronto.
También sabía mi nombre.


Rafael Bonaval

2 comentarios:

  1. Hay que ver como es Marion, siempre al tanto de todo. Si se midiera con el metro de Mary Poppins sería casi prefecta.

    Rafael, me gusta el texto y como lo has hilado, pero eres un desastre a la hora de hacer planes :-) Más vale que te dejes de planes adolescentes y te acerques a Anake sin tapujos, por lo menos sabrás a qué atenerte.

    Un beso y adelante me gusta esta librería.

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  2. Comentaré al personaje qué le parece eso de que se acerque a Akane sin tapujos. Me da, de todos modos, que le queda bastante para hacerlo. Veremos por donde sale este librero durante el mes de Marzo.
    Y ya sabes, Atxia, esta librería está también abierta para ti siempre, y siempre habrá un café o un té, o un rato de charla, o lo que quieras.
    Muchas gracias querida amiga.

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