Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

5 de abril de 2012

La Carta por Rafael Bonaval



“Querido amigo:
Nucky ha regresado contando maravillas de aquel sitio en el que has escapado de nosotros. Y mira que no le gusta nada tocar los valses de Brahms, pero se apresuró a explicarnos que allí fue todo distinto ¡hasta Brahms suena bien en tu librería! Tenías que haber visto sus ojos cuando trataba de atinar con las palabras justas para que no perdiéramos detalle. Brillaban de puro contento.  
Y Rosa, ¡ay Rosa! Nos tronchábamos cuando contó cómo se puso de rodillas delante tuyo pidiendo por piedad que la dejases trabajar allí o te atendrías a las consecuencias, y viendo que seguías diciendo que no, hizo un pino puente correctísimo que casi le parte el espinazo, y sirvió para que acabara en el hospital. Menos mal que todo fue una fuerte contractura. 
Sí, llegan noticias tuyas muy divertidas aunque traigan lisiados en el camino. También hemos seguido las revistas literarias ¿Cómo te dio por poner ese nombre? ¿Cómo es? ¿Mushroom pillow? 
Algún día tendrás que decirme por qué se te ocurrió.
Es divertido, sí, agradable, pero estás tan lejos. 
Sabes que ninguno de tus amigos trató de convencerte para que te quedases después de todo lo que ocurrió. Comprendimos que era necesario un cambio de aires. Y tratamos de cuidarte desde lejos, como hiciste tú con todos nosotros alguna vez. Ahora, después de casi un año, te llamamos lo justo, tratamos de ser poco impertinentes, y nos preocupa sobre todo que jamás pierdas de vista nuestra confianza en ti. Cada vez que te pones en contacto con alguno de nosotros hay charla a la hora de las cañas (no hemos perdido esa sana costumbre), fantaseamos con que organizamos una salida hasta allí y nos presentamos por sorpresa pidiendo a voces las obras completas de Marcial Lafuente Estefanía, o en su defecto, todos los tomos disponibles de Mortadelo y Filemón. Nos reímos imaginando tu cara. Pero tranquilo no lo haremos. Fantasear es un refugio saludable, sólo eso. ¿Te das cuenta que todo lo ficticio es saludable?
Llevo hablando en plural toda la carta. Supongo que lo hago para ocultarme entre quienes te quieren tanto como yo. Pero es hora de que salga sola a escena.


Te escribo porque en las cartas puedo decir realmente lo que deseo decir. Si me arrepiento de algo que acabo de anotar, puedo borrar y empezar de nuevo. 
Si la vida fuera una carta escrita... 
Te hubiese llamado por teléfono, pero podría haber enmudecido, o emocionarme y sabes lo llorona que soy (cómo me gustaba que me cantases “ay de mi llorona, llorona...” con la nariz de payaso). En fin, preciso pedirte un favor y sólo sabré explicártelo por carta.
Debo entrar en quirófano dentro de un mes aproximadamente, quizá menos, aún no lo sé. Hace unas tres semanas noté un bulto en la pantorrilla izquierda. No presté atención, no me molestaba, pero en pocos días, cambió su aspecto y su tamaño. Me asusté, fui a urgencias, y algunas caras son puros diagnósticos. Aunque camuflaron el mal gesto con, “debemos esperar a las pruebas”, realizadas con una premura tan inquietante como necesaria, me temí lo peor, y lo peor tiene un nombre tan feo como un orco: osteosarcoma. Un ladrón que quiere desprenderme para siempre de una de las piernas que en alguna ocasión besaste hasta hacerme languidecer. 
Tengo miedo, cariño, tengo mucho miedo, y no tengo a nadie, mejor dicho, no quiero a nadie a mi lado que no seas tú en estos días que me llegan. En otro momento jamás te lo hubiera suplicado, pero estás solo, y yo te necesito. No me llames por teléfono, no preguntes nada a nadie, por favor, concédeme el regalo de escuchar pronto el timbre de la puerta de mi casa, y al abrir, mirarte un segundo, solo uno, y llorar abrazada a ti por tenerte ese segundo.
Querido mío, te espero. No tardes, por favor. Sé que si todo saliera mal, mi vida habría tenido sentido justo antes de traspasar la fría puerta del quirófano, porque fui de tu mano y mi mirada se quedó en la tuya.
Compláceme.
Tomaremos café y veremos viejas fotografías juntos. Pasearemos. Tengo el Cancionero de Petrarca que me regalaste, te pediré que me leas un soneto cada día, hasta que me ingresen.
Compláceme, querido mío.
Ya me despido, alterada, naturalmente. Me temblarán las manos cuando cierre el sobre. Posan mis labios un beso en el remite para que se desprenda cuando llegue a ti, y se acerque a tu cuello. 
Estoy segura que sabrás disculpar mi osadía.

Tuya, Ruth.


****
Mi percepción del movimiento rotatorio de los hombros acompasando una brazada tras otra incluye en cada giro las últimas frases de la demoledora carta de Ruth. Siempre he pensado que mi gusto por nadar se debe a la nostalgia de pez, abandonada en algún lugar de mi árbol genealógico en el que se incluyen hombres, mujeres y bestias. Procedo de un monstruo marino, porque la facilidad con la que muevo las piernas al impulsarme en el agua no es patrimonio de la fisiología humana. Me lo repetían los entrenadores en el club, y yo me reía contestándoles que en mi familia se cuenta una leyenda muy extraña sobre el amor entre una tatarabuela y un tritón. De su unión nacieron dos mellizos, un niño y una niña. Así aseguraban que la estirpe marina jamás se perdiera. 
Mis piernas... Cuántas veces quiso Ruth besarlas también, y yo le contestaba: “no, que tienen escamas, déjame que sea yo quien te recorra como si fueses un coral, y espérame en tu boca,” 
Languidecer... Mi ritmo languidece tanto que puedo contar las teselas del mosaico del suelo de la piscina... He perdido la cuenta de los largos que llevo y la única referencia que tengo es mi reloj... Más de dos horas... Creo que no quiero salir del vaso, y si pudiera morir nadando, me abandonaría a la misma extenuación de los salmones río arriba... Un minuto más, dos minutos más... Pero el tiempo no está en los minutos sino en las decisiones, y yo no sé qué hacer si no es mover una y otra vez mis brazos de lado a lado surcando las idénticas aguas de una pecera sarcófago... ¿Qué hacer? Qué hacer... ¿Qué hacer?  Ruth... Un minuto más... Los tritones también se agotan... Uno-dos-tres-cuatro: respiro... Las gafas sólo me protegen los ojos... Envuelven de niebla la pierna de Ruth... Uno-dos: respiro... Uno-dos... He perdido la cuenta de las teselas... Creo que son todas de una ciudad mítica... La ciudad de Ruth sumergida... La Atlántida de Ruth... Uno-dos: respiro... No respiro...  Respiro... No respiro... ¿Sonia? ¿Sandro? ¿Qué hacéis aquí, hijos míos? Qué alegría... Uno-dos... ¿Y mamá? Qué bien nadas, Sonia... Respiro... Qué bien nadas, sirena... No respiro... No... No, no respiro... ¿Akane?  Akane, no respiro...

Creo que hizo mucha ilusión al socorrista poder ocuparse de alguien en aquella piscina a la que no iba casi nadie. Sólo recuerdo verme en una camilla, sufriendo los pellizcos y palmaditas que me daba en la mejilla un enfermero. Finalmente, me había desmayado, y el incidente llegó a la librería, provocando algún revuelo. Vino a buscarme Pablo, y me llevó al hospital. Pero salvando las escamaciones de las piernas que achacaron los doctores a la larga exposición al agua, mi estado general no presentaba ningún signo anómalo por el que preocuparse.

Debía darme prisa. En la sala de observación tomé las primeras medidas. No llevaría equipaje alguno. Solamente el portátil y el móvil para poder hacer frente al negocio desde casa de Ruth. Cuando regresara, lo haría con la ropa que llevé el día de la partida. Todo lo que comprara para vestirme allí, no debería volver conmigo. 
Viajaría, sí, porque mi amor de juventud, mi amiga después, la madrina de Sandro, la mujer que me dijo tras el accidente, a sabiendas, de que aquellas palabras eran cristales en su lengua: “vete, aquí no volverás a amar nunca, y no es justo”, me rogaba estar a su lado. Suplicaba un sacrificio. Y yo estaba dispuesto a realizarlo. 
Repartí las responsabilidades entre Lidia, Pablo y  Rocío, mi triunvirato, les dije. Estaríamos en contacto permanente. Rogué que me cuidaran las hortensias del patio, y que mantuvieran limpia mi casa. Y les dejé un encargo.


****

¿Sí quién es?
No eres tan bajita como para no asomarte a la mirilla.
….. (concédeme el regalo de escuchar pronto el timbre de la puerta de mi casa)
Estoy aquí, Ruth, no te lo vas a creer... En el avión he tenido que pedir a la azafata que se abrazase a mí durante el aterrizaje si no quería presenciar el espectáculo más lamentable que podría marcar toda su carrera.
…..  (y al abrir, mirarte un segundo)
Le dije: si no me abraza, pienso pasarle la factura de la ropa que tenga que comprarme nada más bajar del avión, porque, como comprenderá, no pienso pasearme por el aeropuerto más meado que un bebé.
…..  (sólo uno)
Me abrazó, naturalmente... Y ahora te toca abrazarme... ¿Ruth?
…..  (y llorar abrazada a ti por tenerte ese segundo)
Ruth... No llores ahí detrás, he traído un abrigo en el que te gustará apoyar la cara. Es de un paño tan suave que no necesitarás ningún kleenex.
….. Tonto.

****

Buenos días, librería Mushroom Pillow, dígame... Oh no, no está... Pues no creo que vuelva en una temporada larga, quizá un par de meses... Un asunto personal... ¿Puedo ayudarle en algo? ¿Cómo dice? Perdone, ¿ha dicho Akane Fuchida?  Sí, verá, encantado... Rafael nos dejó un encargo en el caso de que usted o alguien de la casa donde vive... Sí, Mhanseon, sí... Bien, sí, en el caso de que se pusiera en contacto con nosotros, deberíamos hacerles entrega de unos paquetes... En realidad se trata de varios paquetes... Uno está a su nombre, Akane, es voluminoso... Y hay otro para... Espere, son varios, sí: Victoria, Liam, Benjamín Cooper, Louise, Héctor... Marion, Arthur... Y un sobre que pone... Murakami ¿Murakami? Sí, eso está escrito: Murakami... ¿Que si puedo abrirlo?  No sé, debe tratarse de algo privado... !Ah¡ ¿Que es para usted también? Bien, si me da su permiso... Espere... Ah, vaya... Bueno... El jefe no nos había dicho nada de esto...¡Qué sorpresa! ...Creo que debería pasarse usted por aquí.

Rafael Bonaval

1 comentario:

  1. "no, que tienen escamas, déjame que sea yo quien te recorra como si fueses un coral, y espérame en tu boca,” Rafael, solo es una pequeña muestra de tu genialidad. Dulzura, calidad y calidez.. todo en un relato.Enhorabuena, amigo.

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