Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

13 de mayo de 2012

En la sala secreta por NClarín



 Hoy he subido a las buhardillas de la mansión. Lo he hecho temprano, antes de que mis colegas y el personal de la finca se despertara, quería ver amanecer en Mhanseon y quería estar solo,  sentir la magnificencia del amanecer  en soledad, ver y percibir cómo las sombras huyen de la luz y la naturaleza muestra su colorido en todo su esplendor  a medida que el amante de la aurora se levanta en el horizonte. 
  
 Desde mi atalaya contemplo en un primer plano, tamizado por la tenue luz del amanecer, un bosque de pinos en el que los abetos enseñorean su esbeltez. Hay también olmos y fresnos y otras especies que le dan al paisaje una rica variedad de tonalidades que van desde el verde intenso, casi negro, hasta el más tenue, casi amarillo. En un claro del bosque, un riachuelo  discurre mansamente  y, a su izquierda, un camino se pierde en la frondosidad del paisaje.  
  
Me embeleso contemplando la serenidad y la belleza que se desprende del espectáculo que contemplo y dejo volar mi imaginación y mi fantasía. 
   
Tengo bajo mis pies un retazo de naturaleza viva que se muestra ante mí indiferente a las sensaciones que despierta. Seguramente es capaz de sentir emociones por sí misma, pero discretamente las oculta, solo se muestra tal cual es y, desde su mudez, te habla, te sugiere, te embriaga, te transmite sentimientos y nunca te engaña, se muestra tal cual es y se deja querer.  Tiene una pasión, la exuberancia,  y una virtud, la multiplicidad de su colorido. Esta soy yo, parece decirte. Meterse en su cama será otra cosa. 


Todo este espectáculo de luz y color lo miro  y lo siento desde un lugar en el que la vida y el tiempo parecen haberse detenido, donde los viejos muros que lo albergan son testigos mudos de su inquietante historia. En él se han recluido sus huéspedes, no se sabe muy bien si huyendo de sí mismos o para encontrarse, cada uno con su historia a cuestas, cada cual con sus secretos, cada quien con sus propias heridas. ¿A qué y por qué han venido? ¿Qué los trajo aquí? Fuera está la placidez, dentro, la tensión.  Uno tiene que preguntarse a la fuerza  qué ha empujado a que, quienes han elegido este lugar para vivir,  se confinen en él y se sientan felices cuando lo propio de Mansheon es la tristeza y la soledad.   
  
De cualquier modo hay que preguntarse qué une a los residentes de Mansheon entre sí y qué tienen en común. Qué puede unir a  Victoria Robles con Akane Fuchida,   a esta con aquella, a ambas con Louise Svenson y a esta con las dos.  ¿Y con Benjamín Cooper? No hablemos de Liam Walls, personaje misterioso y escurridizo al que le gustan los coches y viene a relegarse a Mansheon;  o de Hector Latorre, un peruano de influyente familia que abandona su tierra y se viene aquí a escribir y a tomar café negro sin azúcar. Todo esto es surrealista y sin embargo es real.     
   
Y me  pregunto, ¿cuál es la realidad de Mansheon, la que contemplo desde la buhardilla o la que se vive en su interior? ¿Cuál es la realidad de sus moradores? ¿Cuál es la mía?   Y si dirijo mi mirada a los personajes que hoy ocupan mi mente, ¿qué ocultan? ¿De qué huyen? ¿Qué esperan? ¿Esperan encontrar la felicidad como esta ha encontrado a Victoria o simplemente reniegan de un mundo que les ha causado demasiadas heridas? ¿Están vivos o están muertos? ¿Están aquí en busca de la inmortalidad a la que aspiraron o tienen un pacto con el Diablo? ¿Quién me dice que no son vampiros y que una noche nos van a invitar a un baile que terminará en una orgía de sangre?

 Si repasamos su historia,  Akane es huérfana, su madre se suicidó y su padre sucumbió al alcohol; ahora vive aquí escribiendo cuentos al revés, fumando en pipa y escondiendo  mensajes secretos tras el espejo. ¿Por qué? ¿Y Liam Wals, un escocés al que le gusta la ginebra? Un tipo arrogante que esconde sus sentimientos, escribe historias fantásticas y le gusta la soledad. ¿Qué les pasa a sus sentimientos?

 Si nos fijamos en Victoria Robles la extrañeza sube enteros. Estuvo a punto de casarse cuatro veces y las cuatro se arrepintió en el último momento,  sin embargo, guarda todos sus vestidos de novia,  se los pone cuando llueve para pasear bajo la lluvia y, como única compañía, tiene un gato.  Escribe cuentos sin final, como sus noviazgos,  sigue recordando a sus novios y quiere a los cuatro. Hasta es posible que les escriba. ¿Qué le pasa a la encantadora Victoria?  

La misma extrañeza nos hace sentir Hector Latorre, un rico heredero peruano que lo abandona todo desesperado por la muerte de su novia y viene a recluirse en Mansheon. Aquí se dedica  a escribir y a beber café amargo como si fuera agua, y los poemas que escribe los mete en tarros de cristal. A ver qué explicación tiene eso.     Más extraño aún es el caso de Louise Svensson, enfermera de guerra. Se enamoró de un oficial ruso con el que tuvo una hija y la guerra se los quitó a ambos. Escribe poemas sobre los que descarga su frustración y cuida del jardín, cuyas plantas mima con esmero, pero está peleada con el género humano.  

Y para cerrar la lista el más extraño de todos:  Benjamín Cooper, un negro descendiente de esclavos de Virginia (USA) que dando tumbos por el ancho mundo aprendió a tocar la trompeta y tras tener un accidente que lo postró en una silla de ruedas se viene a Mansheon a escribir diarios y a contar historias. ¿Tiene esto algún sentido?  
  
Seis personajes –tres hombres y tres mujeres- de lo más variopinto que tienen en común sus desgracias y su afición: la escritura.  Todos tienen uno u otro motivo para deshacer los lazos que los unen al mundo, lo que no está claro es por qué vinieron a  recluirse en Mansheon.  Si analizamos  bien todos estos datos no podemos evitar  concluir que en cada personaje hay un halo de locura,  en cuyo caso Mansheon vendría a ser para ellos  una casa de reposo, un sanatorio mental. Esto podría ser una explicación, pero seguimos sin saber cómo conocieron al Conde Thorn y por qué éste los envió aquí y ellos aceptaron.  Mansheon sigue siendo un misterio.

Lo único que sabemos de Mansheon es que su historia está unida a Mórrigan, la hija del antepasado del Conde Thorn,  que según todos tenía el don de la ubicuidad –al menos eso es lo que se desprende de las historias que se oyen por aquí sobre ella-, una mujer que fue raptada siendo niña vaya usted a saber por quién, pues nunca pudo saberse, y un buen día  apareció, dijo “he vuelto”, y su abuelo, para celebrarlo, le regaló este predio.  Pero Morrigan hizo de él su mundo particular y todo lo que hoy es Mansheon es obra suya.  Se cuenta que murió, pero su cadáver nunca apareció, por tanto debe de estar aquí, entre nosotros, ejerciendo su influencia  y haciendo que incluso el tiempo sea relativo, pues sus habitantes unas veces están, otras no, se van, vienen, desaparecen y nunca puede estar uno seguro de si van o vienen. En realidad no sabemos sin están vivos o muertos. Lo que parece lógico pensar  es que si Mansheon es obra de Mórrigan sus personajes también lo sean, que los haya elegido ella de entre los muchos que trajo el conde, y que lo que el Conde Thorn busque realmente   al invitarnos a venir aquí  es desentrañar el misterio de su nieta que él por sí solo no puede. Es para volverse loco. Y desde luego Mórrigan lo estaba, todo induce a pensar que es así.   
  
 Es inevitable colegir que para llegar al meollo del misterio hay que descubrir qué une entre sí a estos seis inquietantes personajes y  si alguno de ellos conocía a Morrigan antes de venir aquí, y que  para saberlo hay que acercarse a la misteriosa personalidad de esta, averiguar  dónde y  con quién estuvo cuando fue raptada y qué hizo durante todo ese tiempo. Puede que en Morrigan está la clave de todo. El mayordomo debe saber algo;  hasta llegar al conde Thorn empezaré por él.  
  
Pero antes de hablar con  míster Thidesson le haré una visita a mrs Albrich, ella, desde su discreción, desde ese segundo plano que adopta como si tratara de pasar desapercibida, sabe más de lo que aparenta, estoy seguro.  

 Decido abandonar las buhardillas y me encamino a las dependencias de la plata baja en busca de Marion. Mientras lo hago me pegunto ¿quién es en realidad Marion Albrich?  No sé nada sobre ella, ni siquiera estoy seguro de si es hombre o mujer, si el papel que desempeña de ama de llaves es una simple tapadera para vigilar de cerca a los huéspedes de Mansheon o es una espía del MI6 al servicio de su graciosa majestad.  Todo puede ser, incluso que sea la psiquiatra de Mansheon, pero por su aspecto parece ser lo que es, lo cual no deja de ser sospechoso teniendo en cuenta que aquí nada es lo que parece. Marion es alta y espigada, morena, ojos claros, con un rostro que parece haber modulado  la brisa por la suavidad de sus facciones, y con una mirada penetrante que impresiona. Modales muy correctos, siempre en su sitio, no intima con nadie, siempre está apartada de todos y sin embrago próxima; lo observa todo, lo sabe todo, lo controla todo. 
  
 La encontré en el office desayunando. 

   --Hombre, Clarín, llegas a tiempo, ¿quieres desayunar? –me dijo a modo de recibimiento con afectado entusiasmo. 

   Aunque parezca rara su familiaridad en el trato no lo es, ya habíamos hablado en más de una ocasión y convinimos en tutearnos, Mansheon era fría, ¿por qué serlo nosotros también? Y aceptó. 

   --No podré hacerlo en mejor compañía, buenos días, Marion –le respondí. 

  Me acomodé en la mesa frente a ella y me dispuse a dar buena cuenta del opíparo desayuno que había preparado. 

   --¿Sabes, Marión? --Me atreví- había llegado a pensar que te alimentabas del aire.

  Me miró entre divertida y sorprendida.

   --¿Por qué lo dices? –preguntó divertida.

  --Es la primera vez que te veo comer –aclaré.

   Se rió.  

  --¿Cómo llevas tu estancia en Mansheon? –me preguntó a continuación con tono neutro. 

 --Es curioso lo que me pasa desde que llegué –le respondí-, y es que pese a que el lugar no invita precisamente al optimismo ni inspira vitalidad, uno se encuentra bien aquí. Me pregunto si  los demás sentirán lo mismo. ¿Te pasa a ti? 

  --Si sientes eso es que has empezado a captar la esencia de Mansheon –me respondió sin aclarar mi pregunta, aunque di por sentado que si la causa era el conocimiento del lugar, ella, que llevaba aquí toda su vida, se sentiría en el séptimo cielo. 

   --¿La esencia de Mansheon, Marion? –comenté de forma retórica- Dudo que la conozca algún día. 

  --No desesperes, lo lograrás –me animó.

  --Una pequeña ayuda me vendría fenomenal –le dije con intención. 

   Terminamos de desayunar, nos levantamos de la mesa y Marion me invitó a que la siguiera. 

   --Hoy vas a conocer un poco mejor a Mansheon –me adelantó-, pero antes debo cubrirte la cabeza, no puedes ver por dónde vamos a ir a ese sitio. 

   Y para mi sorpresa me puso una capucha negra de lana gruesa a través de la cual no se filtraba ni la más mínima porción de luz. Me cogió de la mano y la seguí a través de lo que me pareció un pasadizo que debía de arrancar de algún lugar secreto de la cocina. Anduvimos en completo silencio durante unos cinco minutos, subimos unas escaleras, oí como Marión abría una puerta y como volvía a cerrarla. Fue entonces cuando me quitó la capucha y me dijo:

   --Estamos en la cámara secreta de la mansión, eres el primero en conocerla, pero no te hagas ilusiones, sólo conocerás una pequeña parte. De momento puedes observar los cuadros de las paredes –me sugirió. 

   Fue lo que inmediatamente llamó mi atención. Eran de una belleza deslumbrante en su plasticidad, pero de todos ellos brotaba una infinita melancolía. Las pinturas que exhibían las paredes de la cámara secreta eran obra de John William Waterhouse,  pintor inglés que plasmó en sus pinturas leyendas, mitos y poesía. Allí estaba el famoso cuadro "Lady of Shalott", en el que Elena se dirige a Camelot en una barca a morir porque descubre que su amor, el caballero Lanzarote, está enamorado de la reina Ginebra. La escena, de un  romanticismo demoledor, me conmovió profundamente. 

   Junto a él se enseñoreaba un cuadro bellísimo, “Hylas y las ninfas”, a cuya contemplación es imposible sustraerse: siete ninfas de una belleza embriagadora se bañan en un lago,  Hylas las ve,  se acerca y lo seducen. El cuadro recoge el momento en que una de ellas lo agarra del brazo antes de arrastrarlo hasta el fondo del marjal donde moriría. 

   Continuo mi exploración y me fijo en otra pintura que evoca a la Bella Durmiente, pero que en realidad se trata de “La belle dame sans merci”, que recoge el momento en que el caballero se acerca a la dama sin saber que va a morir a sus manos.

   Otro cuadro  esplendoroso llama mi atención: “Ausente, pero no olvidado”, que representa la tristeza en su más profunda y patética expresión en el rostro de una bellísima joven que medita, con un ramos de flores en su mano izquierda, junto a una tumba, y junto a él, “Pandora”, en el que la mitológica diosa se dispone a abrir la caja que tantos males atrajo sobre la tierra.  Junto a “Pandora”, “Ofelia”, la prometida de Hamlet, que enloqueció de dolor y después murió ante el hecho terrible de que su amado matara a su padre.  

  Por último una espectacular pintura atrae mi atención: “La Tempestad”,  que  representa el momento en que Miranda contempla desde la orilla del mar el hundimiento del barco donde viaja el hermano de su padre a causa de la tempestad que había provocado Ariel por mandato de aquel. 

   Puede decirse que me quedé extasiado contemplando aquellas extraordinarias obras cuyo denominador común no era solo su extraordinaria belleza, sino que en todos ellos, además de la melancolía,  estaba presente la muerte. 

   --Todos los encargó la señorita Morrigan –me aclaró Marion cuando acabé de contemplarlos. 

  --¿Son copias de los originales? –pregunté admirado.

  --Así es –confirmó ella.

  --¿No me vas enseñar nada más? –volví a preguntarle sin reponerme aún de la impresión.

  --Por hoy es suficiente –me respondió-, lo que acabas de ver es el espíritu de Mansheon. Aquí hallarás belleza, te toparás con la tristeza y convivirás diariamente con la muerte. Belleza, tristeza y muerte, ellas son el alma de este misterioso  lugar donde, no obstante,  es posible encontrar la felicidad. Victoria te lo dijo, ¿verdad?

   Y recordé cuando Victoria Robles, en la conversación que mantuve con ella en el comedor, me confesó que la felicidad la había encontrado aquí. 

   Esa noche la busqué, quería darle las buenas noches, seguir nuestra conversación, y subí a sus aposentos. Llamé a la puerta y su voz me invitó a pasar. Al hacerlo, desde la puerta, contemplé el cuadro más bello de todos: Victoria, vestida con una falda larga de color negro y un suéter de manga corta a juego, con su maravillosa cabellera cobriza hasta la cintura, contemplaba la noche de luna llena en un cielo cuajado de estrellas.  No tuve por menos de detenerme en la entrada para saborear la belleza que emanaba de su figura en aquel marco nocturno digno de Chopin. 

   --Pasa, Clarin, no te quedes en la puerta, hace una noche magnífica –me invitó.

   ¿Por qué sabía que era yo si ni siquiera había vuelto la cabeza para mirarme y yo no había pronunciado ni media palabra? Cuidado, chaval –me dije- que tú no has venido aquí a encontrar la felicidad ni a que la felicidad te encuentre a ti. Has venido a lo que has venido, a lo que hace que sigas vivo, a lo que mantiene viva tu ilusión, has venido a escribir, no vayas ahora a pisar terrenos que pueden llevarte a la desesperación. Mansheon es cambiante y contradictorio, sus habitantes,  también, y tú ya no estás para aventuras a la luz de la luna. 

   Aun así me acerqué a ella, me puse a su lado, y le dije: “no me importaría ser el quinto”.  No debí decirlo, pero la suerte estaba echada.  

NClarín

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