Ilustración Benjamin Lacombe |
El
camino que conducía al invernadero ribeteaba el delicado manto de hierba fresca
con un sendero de pequeñas baldosas de barro. Entre ellas, y saltando de
puntillas con sus diminutos pies de geisha, Akane Fuchida hacía equilibrios trasladando
sendos vasos de licor en sus manos. No le gustaba especialmente aquel lugar
porque el perfume que emanaban las orquídeas tropicales, se le antojaba
pegajoso como el hedor que rezuma el alcohol bajo las mantas. Sin embargo,
aquella orla vítrea y gigante era el refugio de Benjamin. Un arcano de cristal
y gotas saturadas por el vapor, que embellecían las plantas y templaban el
maltrecho espíritu del gastado trompetista.
Akane se las
arregló como pudo para abrir la puerta sin verter el líquido, y tras el
esfuerzo, comprobó que, entre el libre albedrío de las hojas, el anciano adusto
de piel arrugada como una cáscara de nuez, dormitaba sobre la silla de ruedas,
igual que un horno amodorrado por el rescoldo. La luz se tornaba ligeramente
irreal, y el ambiente, húmedo y cálido, aletargaba los párpados.
— Whisky on the rocks para el caballero.
— ¿Qué haces aquí
pequeña? — Benjamin, sobreponiéndose al sobresalto, enfrentó la mirada de la
muchacha con unos ojos negros que parecían haber perdido la vida hacía mucho
tiempo —. A ti no te gusta el invernadero.
Akane se encogió de hombros y se
sentó en un banco de madera encendiendo un cigarrillo en su larga pipa. Los dos
permanecieron un tiempo en silencio. Uno saboreaba su copa, la otra se distraía
en estallar las pequeñas gotas que se acumulaban en las hojas.
— Esconderte de
ella no hará que te sientas mejor.
— Cierto, pero de
algún modo me protege. Esa mujer es un huracán de rabia que arrasa con todo —
argumentó el anciano, permitiendo que su mirada se hiciera cristalina por la
emoción.
— Louise sufre.
— ¿Acaso crees que
no lo sé? — Benjamín puso sus delgadas manos en el borde de la manta —, pero
¿quién no lo hace? ¿quién de nosotros no arrastra la sombra helada de la
pérdida?
La mirada de Akane se endureció
repentinamente, y, al tiempo que se tornó marmóreo el blanco de su tez,
desposeyendo a la joven de la vivacidad que irradiaba.
— Mira, Ben, todo
ese festival de barbaridades que Louise deja escapar entre sus labios los días
impares... porque de los pares mejor ni hablar, nos parece algo atroz. Pero,
cuando se está así de destrozada, es un comportamiento común. Y, créeme, yo la
entiendo.
— ¿De qué me
hablas? — repuso.
— ¿Te has imaginado
alguna vez lo doloroso que es vivir con una suicida? No querer ir al colegio
porque temes que en tu ausencia haga una locura. Sentir, a los ocho años, el
peso de la responsabilidad de mantener a tu madre con vida. Esconder cuchillas,
tirar medicamentos, no ir a jugar por no dejarla sola. Y luego, lo peor, perderla
junto a tu padre el mismo día. A una porque se la tragó el mar y al otro, una
botella de whisky escocés barato. Claro que la entiendo, demasiado la
comprendo.
Si Benjamín Cooper hubiera podido
andar, en aquel momento se habría levantado para arropar a la japonesa altiva
que se encontraba frente a él, sin embargo no le quedó más remedio que ahogar
un grito de tristeza y mirar, con desprecio, el vaso que sostenía entre las
manos.
— ...Pequeña
princesa, lo siento de veras, he sido tremendamente egoísta — intentó alcanzar
la mano de Akane desde su inmóvil posición de lisiado tembloroso —, pero… nunca
imaginé que arrastraras tanto sufrimiento.
— ¡Eh, eh, eh! Si
lo llego a saber no te cuento nada. ¡Mira qué cara de entierro! Eso ya pasó, yo
estoy bien — poniéndose en pie, deslizó una mano por el contorno de su figura,
y prosiguió— Mira, ¿qué te parece? Pura elegancia...
— ¡Ya lo estás
haciendo otra vez!
—¿Hacer qué? —
Akane, volvió a sentarse, contrariada.
— No hablar de lo
que llevas por dentro, de lo que te apena, de los pequeños cristales que
laceran tu alma.
— Pero, ¿qué dices
Ben? Si yo no me callo.
—Desde luego que no lo haces, ni bajo el agua. Pero desvías
la atención con frivolidades.
—¡Oye, que mi conversación es muy interesante! — protestó la
muchacha.
—¡Será interesante! Tanto como cuando parloteas sin parar
de ese grupo, que nadie conoce por cierto….
—Franz Ferdinand.
—Como sea... ¿A quién le importa el dichoso grupo de
poperos de dos acordes? Y cuando no son estos, es lo bien que escribe
Victoria... Y tenemos que leer todos sus jodidos cuentos ¡que no terminan
nunca, Akane!
—Los cuentos de Victoria son preciosos, y lo sabes — sonrió
Akane, atildándose el pelo coquetamente.
—Vale, escribe muy bien...
Como Liam ¿no? “Ay, Liam, qué capacidad tiene para hacer realidad la
magia”.... “Qué persona más fascinante es Liam, tan taciturno y arrogante”....
-continúo para sí, mientras trataba de emular aquellas ocasiones en las que
soportó comentarios similares.
— ¿Qué insinúas, Benjamín Cooper?
Benjamín
se detuvo un instante para medir sus palabras. La muñeca japonesa a tamaño real
que se sentaba frente a él, era una de las personas más importantes de su vida
actual. Nada apesadumbraría más su ánimo maltrecho, que hacer daño, con un
puñado de certezas, a aquella frágil hacedora de las historias mínimas que,
cada mañana, aparecían escritas en papel de flores bajo su almohada,
recordándole que aún le quedaba un motivo para respirar.
— Lo que quiero decir es que si ese escocés soberbio y
testarudo, traidor al Whisky, con una inclinación animal por la ginebra, y un
gusto envidiable por las mujeres, se armara del valor de sus antepasados de las
altas tierras y se declarara, nos haría un tremendo favor a todos.
— Francamente, no te entiendo — aunque en los ojos de
Akane, se dibujara una pequeña llama de
satisfacción al saberse descubierta en su secreto, sin haber mencionado una
sola palabra.
—Pues es muy sencillo, te guardas todo: lo bueno y lo malo.
Sobre todo lo malo — recriminó Benjamín.
—Pero no te enfades, abuelete —Akane arrugó la nariz.
—¡No me pongas pucheros, niña! ¡Yo inventé los pucheros! Y
no me llames así, que sólo podría ser tu padre.
—¿Y si te cuento un secreto? —musitó la muchacha con
picardía.
—¿Un secreto?... ¡Ay, qué barato me vendo! A ver.. cuenta,
cuenta. —replicó simpático con ademanes afectados.
— Liam quiere que demos un paseo en el nuevo Aston Martin
que se ha comprado.
— ¡Ese chico y la velocidad! — amonestó teatralmente con un
reproche en la voz —. ¿Y crees que al menos hará algo digno, como, por ejemplo,
besarte?
—¡Ja, como si te lo fuera a contar! — Akane chasqueó la
lengua y esbozó una ligera sonrisa ladeada.
—No hará falta, lo sabré.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —cruzando los brazos sobre el pecho,
Akane frunció el rostro como una niña pequeña enojada.
— Simple... Dejarás de hablar sobre él.
Akane se
levantó con la delicadeza de un nenúfar que se deja mecer por la brisa en
otoño, y depositó un delicado beso en el rostro endurecido de su amigo,
después, abandonó el invernadero retomando su juego de pisadas alternas sobre
las baldosas del sendero. “Secretos, secretos..”, canturreaba.
Todos
guardaban secretos en aquella mansión. El de ella era saber que todas las
noches, desde hacía meses, Liam Walls se adentraba en su habitación con una
taza de chocolate caliente para beberla juntos después de besar cada poro de su
cuerpo, haciendo así que el puzzle de su existencia cobrara sentido. Su secreto
ocurría cada noche, frente a la presencia durmiente de todos, inmerso en una
fascinante burbuja exclusiva de dos.
“Secretos, secretos…” — canturreaba Akane Fuchida.
Chim pum!
Laura
Frost
Vengo de NW. Aquí se respira magia...
ResponderEliminarSaludos a todos.
Ya sabes que tu AKANE es especial.. besos Laura ..
ResponderEliminar(Se pone loca) ¡ME ENCANTA!! Un SR. Blog. Buen trabajo!
ResponderEliminarVale,ya te dejaré opinión. No sabía que escribías megarrelatos.
ResponderEliminarSaludos.