A la pequeña Andrea le fascinaba que le contaran
el cuento de Blancanieves. Se imaginaba que ella era la princesita abandonada y
encontrada por siete divertidos enanitos, que la idolatraban y no podían vivir
sin su presencia. Pensaba que todos estaban medio enamorados de la niña, que,
sin conocer quien era, no aspiraba a otra cosa que a hacerles la
jornada más agradable cuidando de su pequeña casa. A Andrea le gustaba
inventarse historias y sucesos protagonizados por ella misma a partir de los
cuentos que leía o le contaban. Un día escondió los gorros de los enanos y
todos se volvieron locos buscando por el jardín ese atuendo, pues era imposible
imaginarlos sin esa pequeña prenda sobre su cabeza. A Andrea le gustaba
representar sus propias historias, sus cuentos sobre los cuentos, y para ello
utilizaba el jardín y el invernadero anexo para desarrollar su fantasía.
- Crear cuentos sobre los cuentos - decía su abuela - como si no
hubiera ya bastantes cuentos en el mundo, bonitos y llenos de magia, para tener
que enmendar la plana a los grandes autores que los crearon.
- Déjela, madre, es una niña llena de imaginación. Seguro que,
cuando crezca, ella también será escritora.
- Escritora de cuentos, Victoria...Como se ve que no es tu hija. Lo
más probable es que, a este paso, confunda la vida real con la vida
imaginada, dos cosas muy distintas. Y no distinguir la realidad de la
fantasía le traerá siempre problemas.
En el fondo Victoria sospechaba que su
madre tenía razón. Ella había vivido siempre en un mundo ajeno a su modo de
pensar y sentir. Miraba a Andrea y recordaba sus enlaces frustrados, su
negativa a unirse para siempre a un hombre, justo en el último momento y por un
detalle inesperado que le hacía comprender que no era la persona con la que iba a ser
feliz compartiendo una vida. Victoria Robles miraba a Andrea y se veía
reflejada en su carita, pecosa como la de ella, blanca de piel y azul la
mirada, como la de ella. Y más claros sus ojos, pero igual de inocentes.
- Me recuerdas tanto a tu sobrina. Tú también, de pequeña,
vivías en las nubes. Creías que la vida era de color de rosa, que no había
problemas. Y mírate. Una mujer preciosa unida...a un gato. Sola y sin un hombre
que la sostenga.
- Nunca quise que un hombre me "sostuviera", madre.
Precisamente me hice maestra para trabajar y no tener que depender de nadie.
- Y por eso, finalmente, no te casaste. Al final veías en cada
hombre que te pretendía una amenaza para tu vida. Y, sin embargo, llegaste a
comprar el traje de novia cuatro veces...
- Y aún los guardo. Me hace ilusión conservar el pequeño momento
de ilusión que supuso su compra.
- Eres extraña, Viky, una chica, bueno, una mujer ya,
extraña. Es como si pensaras que valía más lo que te habías creado alrededor
del matrimonio que el matrimonio en sí.
- Algo así, sí, algo así.
La tarde declinaba y Victoria y su madre dejaron de hablar. Andrea
llegó de improviso hasta el porche donde su tía y su abuela la esperaban para
regresar a la casa. De repente, la niña se quedó quieta y miró fijamente a su
tía, quien, sorprendida, sonrió y, con un ligero ademán, acercó su mano a la
mejilla de Andrea para acariciarla. La niña se apartó, seria, sin aceptar el
gesto.
- ¿Qué pasa Andrea, qué te pasa? ¿Por que me miras así?
Andrea permaneció en silencio y bajó la mirada. Luego, sin previo
aviso, echó a correr.
- !Andrea! !Andrea! ¿Donde vas? !Vuelve! - gritó Victoria.
Pero la niña siguió corriendo y se alejó de la casa. Corrió hacía los
últimos restos de sol y se perdió en el horizonte. Esa fue la última vez
que vieron a la niña. Pero la abuela se levantó y apoyándose en su
bastón, sin el más leve gesto de inquietud, miró a Victoria, que cerró el
cuaderno en el que había estado escribiendo toda la tarde, y, con voz rotunda y
clara, le dijo:
- Vamos, Victoria, es tarde. Ya sabes
que la niña nunca regresa. Quizás, algún día, uno de los príncipes que siempre
has rechazado consiga romper el hechizo y la traiga de vuelta.
Emilio Porta (Port2011)
El secreto está en el cuaderno, quizás Victoria no escribe el final de la histora porque ella es Andrea.
ResponderEliminarUn placer, como siempre, Emilio.
Ya ves, provocas imaginar...
Interesante, muy interesante y perfecto...a ver ..
ResponderEliminarNo puedo decir otra cosa que muy bueno y que me ha gustado.
ResponderEliminarA mi me encantan los cuentos de siempre interpretados con una visión moderna.
Tengo a Caperucita en diferentes versiones; roja,verde,de colores,sin texto y en puzzle.
Muy interesante relato.
El secreto de Andrea está en su autor.
Por lo general a los hombres les gusta las mujeres de cabellos largos e ideas cortas.
No es mi caso, Old Tree. Me gustan las mujeres con ideas y corazón amplio y profundo. Me gustan los seres humanos capaces de pensar y sentir. Gracias por tu comentario :-)
ResponderEliminarCarmen, gracias. Sé que te ha gustado :-)
ResponderEliminarGracias Luna del Sur. Quizás, perhaps...:-)
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