Desde el mismo día en que llegué a Mansheon tuve claro que mi presencia aquí no obedecía al azar, que detrás de aquella extraña invitación que recibí se escondía un propósito, un fin cuyos límites como es lógico no podía conocer, pero sí intuir. Por tanto me enfrentaba a un reto, a una apuesta seria que me iba a exigir un esfuerzo suplementario si quería salir indemne de ella, no hacerlo supondría afrontar el riesgo de perderme por laberintos inextricables que me abocarían a la locura (aunque debo confesaros que el hecho de estar aquí es ya una locura). Y así como el dueño de la mansión, el misterioso conde Torn, actúa conforme a un plan meticulosamente concebido, estoy seguro de ello, yo actuaré en términos semejantes, forjando otro que guie mi estancia aquí y convierta mi aventura en una feliz experiencia y no en una pesadilla. No un plan cualquiera, naturalmente, sino un Plan con mayúsculas, pues lo que hay puesto en juego es mucho, puede incluso que mi vida.
Desde que descubriera la misteriosa tumba entre la maleza del bosque que rodea a la mansión, y conociera a la inefable señorita Robles el mismo día, supe que aquel lugar encerraba más de lo que enseñaba. Ya lo sabía por la propia historia de Mansheon, pero su historia mostraba una mínima parte de lo que allí se cocía. Me he dedicado, pues, a conocer a fondo el lugar y, sobre todo, a sus moradores, sin olvidar, claro está, a los colegas de uno y otro sexo que me acompañan en esta singular empresa.
Aquí nada ni nadie es lo que parece, ni siquiera mis colegas, todos muy sonrientes, todos encantados de saludarme, todos dispuestos a la colaboración, al buenos días, ¿has dormido bien?, que tengas buen día…, ¡pamplinas! Tras una semana aquí su comportamiento ha dado un cambio radical, se nota en sus rostros, en sus gestos, en sus conversaciones, cada vez más reservadas y raras. Se han dejado impresionar por el entorno, por la realidad cambiante de Mansheon y el personal que lo ocupa, rodeados todos de un halo de bruma y misterio. Un día pueden aparecer como solícitos anfitriones y al día siguiente, sin motivo aparente, te dan un bufido de gato desquiciado. No descarto, incluso, que el gato de Victoria sea producto de un sortilegio o de un mal de ojo de alguien del castillo, que por las noches se convierte en alguno de sus maridos frustrados. Incluso puede que se trate de su hija Andrea, desaparecida misteriosamente, y que en lugar de un gato sea una gata, y que no se llame Kant sino Katy. ¡Vaya usted a saber!
Otra idea que se va abriendo paso lentamente en mí –que me refuerza en la idea de la necesidad de un buen Plan para salir de aquí con las neuronas en su sitio- es que nuestra presencia en este lugar, que unas veces se presenta tétrico y oscuro, otras luminoso y brillante, unas veces bajo la bruma y otras radiante, no obedece solamente a un plan imaginado para alcanzar un fin, sino que hay algo más, algo que se escapa incluso a los propios designios de nuestro anfitrión: el destino. Sí, aun a riesgo de que me tachen de cuentista el destino también ha jugado su baza para intervenir en mi elección, y seguramente en la de mis compañeros, para que todos estemos hoy aquí. Me induce a pensar en ello el hecho de que yo estaba a punto de emprender el camino de regreso en mi vida, arriar velas y volver a puerto y, de pronto, este desafío. Estas cosas nunca pasan por casualidad. Aquí, pues, además del gato de Victoria Robles, hay más gatos encerrados. Y no me refiero solo a las extrañas costumbres de los moradores de Mansheon, cuyos secretos, con solo imaginarlos, me ponen los pelos de punta.
Sin ir más lejos, anoche decidí explorar la mansión, escudriñar todos sus rincones y recovecos como parte del plan –es básico conocer bien el lugar de operaciones- y bajé a las bodegas. No quise, de momento, aventurarme por sus mazmorras que ya habían explorado dos compañeras de letras con un resultado nada alentador. Estuve fisgándolo todo y debo confesar que el conde tiene unas bodegas dignas del mejor sumiller, cosa que me gustó, pues soy de la opinión que los amantes de los buenos caldos suelen ser personas de excelentes cualidades humanas.
Pero cuando ya iba a dar por terminada mi exploración e irme a mis aposentos, encontrándome en el vestíbulo dispuesto a subir a ellos, oigo pasos. Rápidamente me escondí tras unas cortinas y lo que vi me produjo un escalofrío que casi se me caen los pantalones. No podía dar crédito a lo que estaba viendo: ante mí apareció un ser contraído y monstruoso que no llegaba al metro de altura, vestido completamente de negro, excepto su calzado, unas botas de piel de ante color pajizo hasta los tobillos y de unas medidas enormes, lo menos un 50, con la suela completamente plana. Empezó a subir las escaleras hacia la planta superior encorvado, con la cabeza casi rozando los escalones superiores. Sus piernas era flacas y rectas, como astas de bandera, cubiertas por unos leotardos que cubrían todo su cuerpo, desde el cuello a los pies, y la parte superior de su ridículo cuerpo lo cubría con una especie de blusa, también negra, que le llegaba hasta la cadera. Me fue imposible verle la cara. ¿De dónde había salido semejante criatura? ¿Adónde iba?
Decidido a averiguarlo me aventuré a seguirlo, pero cuando llegué a la planta superior había desaparecido, se había esfumado en algún punto del largo pasillo de la planta. ¿Dónde se había metido? ¿Quién conocía su existencia? ¿Al servicio de quién estaba? ¿Qué funciones tenía? Preguntas todas ellas sin respuesta que es necesario aclarar cuanto antes.
No obstante, no me hago demasiadas ilusiones, este lugar es desconcertante, extraño y cambiante. Ayer sin ir más lejos quise cerciorarme de que la tumba que hallé, cuyo epitafio tanto llamó mi atención, era real, que no era producto de una alucinación como algunos de mis compañeros llegaron a sugerir. Para que no hubiera lugar a dudas invité a mis colegas, Vichof y Port11, a que me acompañaran, mayormente por lo que dice el refrán de los cuatro ojos que ven más que dos. Y allá que nos fuimos los tres mientras intercambiábamos impresiones sobre nuestra estancia allí.
Yo estoy seguro de por dónde me metí y por dónde fui, tan seguro como que me llamo NClarin, pero no encontré el sitio exacto por el que me introduje entre la maleza, era como si ese lugar nunca hubiera existido, como si el paraje hubiera cambiado de la noche a la mañana, como si hubiera cambiado todo. Buscamos y rebuscamos, fuimos y vinimos, entramos y salimos…, nada, ni rastro de la tumba ni del pequeño invernadero, ni nada de nada. Se lo había tragado la tierra.
No me digáis que no hay aquí gato encerrado. Para empezar a desentrañar tanto misterio empezaré por hablar con la misteriosa señorita Robles con la que no he vuelto a hacerlo desde que llegué, hace ya una semana. Y tal vez con la no menos intrigante Louise Svensson. Me da a mí que ambas tienen mucho que contar.
NClarín
Es curioso, tú piensas ya en salir y yo..en quedarme..
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