Mhanseon

Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

18 de junio de 2012

Atrapados en cristal por Laura Frost


Botellas de cristal fotografía de Jonny Miller

    Cuando Héctor Latorre abandonó el Perú desde el puerto de Matarani en Arequipa portaba un equipaje impropio para alguien que había formado parte de la alta sociedad peruana desde su cuna: una maleta con algo de ropa, una bolsa de viaje con un par de libros y el sombrero panameño que había sido de su padre. Regresar a Perú había sido un acontecimiento extraño y desconcertante, después de tantos años viviendo en Nueva York, pero como nada quedaba allí para él, pensó que en sus raíces encontraría algo de sosiego. Se equivocaba, desde luego. Tampoco había nada allí para él, por eso también se marchó. Quiso dejar a tras sus recuerdos, por aquello de soportar una existencia algo más placentera, pero tampoco le fue posible, así que asumió que debía viajar con ellos.

Una de las ventajas de viajar en barco es que se dispone de mucho tiempo para observar a los demás, y Héctor Latorre siempre había sido una persona muy observadora. Todas las mañanas, a eso de las doce, una señora casi anciana se sentaba en una de las hamacas de la cubierta superior de proa. No hablaba con nadie, ni leía, solo cerraba los ojos y se dejaba bañar por los rayos de sol mientras saboreaba un gin-tonic que ella misma se preparaba haciendo uso de una pequeña botella de cristal. Luego dejaba la botella junto a la hamaca y se marchaba, para repetir el mismo ritual al día siguiente.

Posiblemente, a su alrededor y en aquel viaje, estaban sucediendo muchas cosas, pero a Héctor nada le resultaba más curioso que el comportamiento de aquella extraña mujer. Y así, como quien espera detrás de la puerta en silencio, Héctor comenzó a recopilar una tras una aquellas pequeñas botellas, que comenzaron a tintinear en una maltrecha caja de cartón en su camarote, sin saber muy bien qué hacer con ellas.


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15 de junio de 2012

El peso de la memoria por NClarín


   Hoy hace un día de perros en Mansheon, se ha levantado un viento desapacible en extremo, hace un  frío que cala los huesos y no ha parado de llover desde ayer.  Casi todos nos hemos refugiado en la sala de música y ahora mismo estamos  escuchando   el  Concierto para violín en re mayor, Op. 35, de Tchaikovski.  Su música es un compendio de los secretos que encierra Mansheon, pues en ella están presentes el amor, la muerte, el destino, la belleza, la desesperación…
   Tchaikovski era homosexual, esto no constituye ningún secreto para nadie, mucho menos para los amantes de su música, lo cual marcó su vida y está en la base de sus fracasos afectivos y emocionales.  A pesar de serlo se casó con Antonina Miliukova, una discípula suya,  para acallar las malas lenguas y salir de dudas, algo fácil de entender  si tenemos en cuenta que en aquella época era un grave pecado. Pero su matrimonio fue un rotundo fracaso que lo sumió en una profunda depresión que lo apartó de Antonina y lo llevó a un intento de suicidio.  Fue precisamente en esta tesitura vital en la que compuso el concierto que ahora escuchamos.  

  Mientras su música nos envuelve,  al influjo de la condición del autor y su atormentada vida,  recuerdo el caso de un amigo que, de forma inexplicable, se quitó la vida colgándose de un madero en su propia casa. Cincuenta y tres años tenía, los mismos que  el compositor ruso cuando murió. 
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13 de junio de 2012

Recuerdos por Mara Nefill



Mhanseon-sala de música- 22/12/1880

Victoria despertó a la casa con una canción que Wagner había compuesto para su mujer como regalo de aniversario. Ella la tocaba el día de su cumpleaños, celebraba así su nacimiento y el recuerdo de quien le había enseñado a tocarla.
Hacía tiempo que nadie tocaba el piano de media cola que mi abuela había mandado traer de Viena. Sus dedos se movían ágiles por las teclas, despertando en ellas la añoranza de otros dedos, más jóvenes y más torpes, que reposaban ahora sobre un vestido de tafetán negro en el cuadro que presidía la sala de música.
Yo bajé corriendo de mi guarida en la buhardilla al oírla tocar. Llegué para ver las caras de asombro y felicidad con que se miraban  Mr. Tydesson y  Mrs. Albrich, agradeciendo la música que inundaba la casa.
Aplaudimos cuando terminó la pieza. Mrs. Albrich lloraba.
—Oh, señora, ¡cuánto tiempo hacía que no se tocaba el piano de Lady Torn ¡¡Cuánto tiempo! —le dijo.
—¿Le molesta que lo haya hecho?—  Victoria  miraba alternativamente a Arthur y a Marion, buscando en ellos algún gesto de reprobación.
     —Si me permite señora Robles, es delicioso el que lo haya hecho—contestó Arthur — Mrs Albrich y yo le damos las gracias por su música.
     —Bien entonces—dijo Victoria levantándose resuelta del taburete—. Abramos la ventana y dejemos que el bosque entre en esta sala ¿les parece?
Marion se adelantó a ella y, descorriendo las pesadas cortinas de terciopelo rojo, abrió la ventana a la luz de un día que intentaba vencer a la tormenta del norte. Un viento frío entró en la habitación, levantando la bata de algodón de seda blanca que cubría el camisón de Victoria. Aún no se había vestido.
Arthur se la quedó mirando, admirando el pelo rojizo que le llegaba a la cintura y que se movía al compás de su bata con la melodía de las nubes rotas por el aguacero matutino.
No oyó mi “feliz cumpleaños”, salió corriendo hacía el jardín a bañarse bajo la lluvia.

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11 de junio de 2012

Encuentros por Luisa Grajalva


Ilustración de Paul Delvaux

     El mundo suele pensar que la noche ha sido hecha para dormir, pero en Mhanseon las cosas son distintas. En sus jardines puede verse un caballo que galopa desbocado o a una estatua bajar de su pedestal y sentarse a conversar en algún rincón con Marion. También, un reflejo de luna fugitivo que trata de ocultarse detrás de cada árbol. Y una rosa de extraordinaria belleza que desaparece bajo tierra si nos acercamos mucho a ella. Incluso, en noches claras, una hermosa joven, vestida de rojo, invita a acompañarla con la hipnótica cadencia de su voz y una extraña frase repetida: Ven conmigo hacia ti, ven conmigo hacia donde vas a encontrarte...

Aunque Victoria suele vestirse de novia sólo para caminar bajo la lluvia, en esta noche cálida se ha puesto el preferido de los cuatro vestidos nupciales que guarda en su armario, y se ha mirado largamente ante el espejo antes de dirigirse, despacio, como si desfilara ante las miradas de sus invitados, al rincón más alejado del jardín. Con el paso de quien presiente que, exactamente en esa noche y a esa hora, su cita es con un destino largamente postergado. 

En el banco de una pequeña pérgola, casi oculta por fragantes enredaderas de dama de noche, un hombre la está esperando. Al verla llegar, se pone en pie. Victoria se acerca a él sin apresurarse, manteniendo su paso de novia y visiblemente emocionada. Cuando llega a su altura, el hombre acaricia su rostro, humedecido por las lágrimas, y, tomando sus manos, la invita a sentarse junto a él.

- Ya estoy aquí, Victoria

- No he hecho otra cosa que buscarte, otra cosa que necesitarte durante toda mi vida.

- ¿Eso es lo que crees?

- Creo que mi destino está unido al tuyo, que únicamente tú podrás comprenderme. Siempre te he admirado y he deseado saber cómo llevabas a cabo lo que yo jamás puedo culminar.

- Vengo a decirte que estás equivocada.

- No puedo estarlo. Tú has escrito los cuentos más bellos del mundo y yo siento que debo escribirlos, pero los empiezo y no puedo terminarlos. Entonces es cuando pienso en ti una y otra vez. Te he necesitado siempre para que me ayudes a saber cómo hacerlo.

- ¿Quieres saber cómo terminarlos o quieres saber por qué no puedes concluirlos?

- Quiero ser igual que tú, quiero ser tú. Y quiero que compartas para siempre mi vida.

- Dos deseos que, aunque lo ignores, ya has logrado.

- No, yo nunca puedo terminar las cosas. Me puse cuatro veces un vestido como el que llevo hoy y no pude casarme ninguna de las cuatro, eso ya lo sabes. En las cuatro ocasiones, pudo más el miedo que yo misma.
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9 de junio de 2012

Un envío postal lleno de sueños por Port


Ha llegado un paquete postal a Mhanseon. Viene a nombre de Victoria Robles. Y está enviado desde Copenhague. Cuando llegó, Victoria no estaba en la casa. Con la llegada del buen tiempo andaba enredada en el jardín, con sus flores, que no son suyas, pero lo son porque cree que crecen más cuando las mira, y sus historias... que éstas si son suyas, porque las lleva consigo antes de escribirlas. El paquete lo recogió Marion y ahora se lo acaba de entregar.

- Victoria, es para usted. Viene de Dinamarca. Igual son los sueños de Hamlet.
- No, Marion...son sueños, seguro, pero no de Hamlet...
- ¿Un paquete de sueños? ¿De verdad?...Trataba de jugar con las palabras, Victoria.
- Las palabras son para jugar...si están vivas. Estas fueron escritas hace tiempo. Vienen del pasado. Pero sí, están vivas.
- Quizás soy indiscreta pero...¿quién te las envía... perdona, Victoria, ya sabes que, en la confianza del tiempo, te considero amiga y te tuteo.
- En la confianza del tiempo, Marion, qué bonito...
- Suena a confluencia, también,...la eufonía de las palabras...
- Me las envía un tímido y asustado amigo.
- ¿?
- Un escritor que quizás conozcas...Andersen.
- ¿Hans Christian Andersen? Qué cosas, Victoria, es del pasado, de los pasados siglos...
- Ah, Marion, que poca fe tienes en la fuerza de los sueños. Ni siquiera crees que puedan saltar sobre espacio y tiempo.
- Bueno...y...¿qué sueños trae la caja? Porque, aunque ligera, pesa...
- Mira, vamos a mirarlos juntas.

Victoria separó cuidadosamente las tapas de la caja y vio una carpeta con lazos. Y, sobre ella, escrito a plumilla, un título: "Recuerdos de un soldadito de plomo: la caja de música de la bailarina".

Port
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7 de junio de 2012

Sueños recordados, recuerdos soñados por Vichoff


¿Se pueden tener recuerdos de lo que no se conoce? ¿Se pueden recordar las calles, los edificios, los parques de una ciudad en la que nunca se ha estado? ¿Se puede tener en la memoria el color de un cielo que nunca se ha visto, el olor de un aire que nunca se ha respirado, el sonido de los carruajes sobre un pavimento que nunca se ha pisado? ¿Es tan tenue la frontera entre la realidad y la ficción, entre el sueño y la vigilia?

Porque yo me recuerdo en una mañana lluviosa, mirando un hermoso palacio blanco desde la extensión verde de un parque, un parque que se cierra a mi espalda con la cortina de un antiguo bosque de árboles apretados. 

Respiro profundamente y el aire templado me llena los pulmones, cierro los ojos un instante y en mi memoria se materializa un aire parecido en algún lugar de la costa de New Jersey, un mar gris de amanecer, unos brazos que me rodean desde atrás y una voz escondida en mi cuello que me pide que vuelva a la cama. Pero no quiero volver. Solo quiero quedarme allí hasta que salga el sol y luego correr hacia el primer barco que zarpe hacia Europa. Y pienso: “Konrad, no me casaré contigo”, pero no sé si llegado el momento seré capaz de rechazarle, no sé si tendré las fuerzas necesarias para explicarle mi abandono. Por eso quiero ese barco, por eso miro al mar y no quiero volver a la cama.

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5 de junio de 2012

A la sala de música llegó el asombro por Luna


Aún el rostro de Louise continuaba iluminado con la presencia de Héctor, hasta que el paso diáfano de los aviones gemelos dibujando figuras geométricas en dos líneas paralelas sobre el despejado azul celeste, se hicieron concurrentes. No pudo ocultar la agitación de su cuerpo, y, como una abeja, clava el aguijón en su alimento, aferró ella las uñas a la tierra. Un extraño frió emanó de su traslúcida piel, luego, como pudo, posó las manos, para proteger protegió el rostro de la imparable escarcha que a él llegaba, en plena primavera; al tiempo intentaba evadir las lenguas blancas que dejaban las turbinas en el cielo.

Corrió hacia la rotonda que circula la garita del constado izquierdo a la entrada principal de la mansión en busca de refugio. Caía, caía y volvía a caer. Llamó angustiosamente a una tal Helen, y pidió auxilio a un hombre, quizás su marido, quizás su ayudante de enfermería. Pedía la dotación para primeros auxilios.

Todos quedamos atónitos ante la tragedia que se hacía palpable a los recuerdos de Louise.

Cuando sobrevolaban de regreso las aeronaves, venía ella a nosotros. Allí, quizás en su imaginario, yacían los heridos, tropezaba bruscamente dejando a medio camino el maletín salvavidas, que no era otro, que una cesta de petunias, y buscó refugio bajo la silla de Benjamín, estrujando sus piernas, y chasqueando la hierba joven que asomaba en la vereda.

Todos vimos conmovidos la escena. Akane emitió en su rostro la sugerencia de socorro para Louise, Tal vez, una voz de aliento cercana o una caricia a sus manos, le devolvería la paz. Héctor continuaba con las manos en los bolsillos y atinaba a aspirar profundamente como si algo le entrecortara la vida. Después liberó uno de sus brazos, se frotó los ojos y pausó la respiración detenida  en un profundo y sonoro suspiro. ¡Cuánto desearía un café cargado o una bebida fuerte!
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2 de junio de 2012

Cumpleaños por Nanny


En cuanto acaba un frugal desayuno, Louise se marcha al jardín, a hundir sus manos en la cálida tierra, a sentir el aroma de sus flores, a sentir la brisa en el rostro. Hoy tiene menos ganas aún de relacionarse con nadie de lo que es habitual en ella. Se ha levantado antes que los demás, se ha preparado unos sandwiches para almorzar y no piensa abandonar el trabajo con las plantas mientras el sol brille en el cielo.

Hoy más que nunca Louise desea, necesita, precisa de la soledad porque hoy, justamente hoy, es el cumpleaños de su pequeña y los recuerdos pesan y duelen tanto que no le quedan fuerzas para lidiar con banalidades sociales.

Hoy a Louise le duelen las entrañas, casi como si se hubiera puesto otra vez de parto, pero hoy no parirá una preciosa niñita sino un dolor caliente y profundo que le desgarra el corazón. 

Mientras hunde sus manos en la tierra, Louise siente que las primeras lágrimas comienzan a brotar al tiempo que los recuerdos inician su triste desfile: Louise luciendo, orgullosa y feliz, su enorme tripa de embarazada rumbo al hospital; Louise tumbada en la cama, soportando los primeros dolores, mientras su marido le sujeta las manos; Louise en el paritorio, exhausta, empujando con toda las fuerzas de que es capaz mientras aprieta los dientes para no soltar ni un sólo grito... y, por fin, su niña, su preciosa niña, con su carita arrugada, sus ojos cerrados, su diminuta manita cerrada en torno a su dedo. Su pequeña comiendo por vez primera, su niña en brazos de su orgulloso padre, su hijita dormida a su lado. Y los primeros pasos, y su primer mamá y...

Los recuerdos ahogan a Louise mientras sigue cavando, plantando, quitando malas hierbas, regando... Intenta contener el llanto que se le agolpa en el pecho y, entonces, desde la sala de música surge una música triste, una melancólica balada de trompeta. Benjamín está tocando y, como si supiera lo que Louise necesita, ha escogido una melodía llena de nostalgia, aflicción y dolor que sacude a la mujer como una ola y permite que el llanto, por fin, se desborde y rompa contra sus ojos.

Louise llora hasta caer rendida y, entre sus amadas flores, se queda dormida y sueña con la mano de su pequeña agarrada a la suya mientras pasean bajo el cálido sol de primavera...


Nanny
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30 de mayo de 2012

El día que abrió la boca y pestañeó sin irritarse por Luna


“El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
No para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
He pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Soy y seré siempre el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso”.
(Fragmento de Tabaquería de Fernando Pessoa)




No era el rojo cobrizo del sol naciente acostumbrado en Mhanseon por esta época y a esa hora, el que se echaba de menos, eran las manos que acostumbraban a pasar dirigiendo una carreta con equipos de jardinería y nuevas plantas crecidas en el invernadero. A cambio, un opaco plomizo que dejaba hilos del rastro de una luna hundida en el firmamento y una leve mancha blanca grisácea la protegía, como si algo quisiera ocultar o algo presagiara.

Había visto desde lejos a Héctor, de quien sabía era latinoamericano, pero no me había interesado acercarme a él. Quizás porque siempre le había visto acompañado de la espigada pelirroja, Victoria Robles quien se desplaza con la finura de los flamingos. Figuré el sonido de los pasos de Akane a los de un potrillo caminando un pedregal, tras de mí, y con la conciencia en la mano, irrumpimos el papiro que el hombre había dejado caer de sus piernas y la pluma desgonzada entre sus dedos, parecía querer levantar el vuelo, mientras él dormía profundamente.

Abril 4 de 1980

Adios Ica. Adiós para siempre Huacachina

La niebla de la mañana se colaba por el umbral de la puerta y la nueva luz inundaba los cristales. Muchas geografías y una generosidad de picos, para el Alto Perú, ¡cuántos picos! Cuantas cimas blancas. Cuesta tanto abandonarte mí adorada Huacachina y tu hermoso oasis rodeado de palmeras y huarangos. No volveré a perderme entre ustedes, amigos verdes. No volveré a correr ni a beber de tu agua. Que costo tiene ser un Latorre. – ¡que costo por Dios!— y, tu, padre, porque tenías que haber sido descendiente del Marquéz de Torre Hermosa, porqué tuviste que emparentar, con esa menuda morena, sobrina del endemoniado presidente Ramón Castilla? Aun que ella mi madre haya sido. De que te sirvió padre la opulencia, si la felicidad siempre fue una aventura. Una fantasía desgracida. Cuánta sangre acomodaste en tus manos mientras enroscabas el dinero producto del explotado caucho. Seguramente este papiro llevará mi último reclamo. Soy tan rico padre, como tan, solo, que no valen ya los reclamos, aun cuando seas solo un fantasma.”. (Héctor la Torre).
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23 de mayo de 2012

Imaginarium


—Zoro querido, te tengo muy dicho que nada de uñas de los pies.

—Es que no hay otra cosa.

—Guilles, deja de discutir con el roedor— refunfuñó el Fantasma sacando la llave que había sustraído del comedor.

—Ha empezado él.

—No seas crío, amor— el caballero del alto sombrero de copa sonrió de oreja a oreja.

—Vamos, no tenemos toda la noche— pasaron al interior de la buhardilla donde la oscuridad era casi absoluta. Bajo su sombrero de ala ancha, la mirada del Fantasma se desliza hacia un bolsillo interior del que saca un pequeño libro de tapas de cuero. Al abrirlo, cientas de curiosas luciérnagas azules y mariposas irisadas iluminan la habitación revelando sus miles de libros de donde asoman hadas y otros seres extraños para ver al peculiar trío.

—Estaba pensando, ¿no deberíamos hacer algo con esa chica del pelo largo? Ya nos ha visto varias veces.
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16 de mayo de 2012

Kira por Atxia




Louise y la  pequeña Kira, sentadas en el sofá que hay en el porche de la casa, miran el cielo. Kira no deja de moverse, nerviosa,  esperando el momento en el que comience la lluvia de estrellas anunciada para esa noche. 

-Tranquilízate, Kira, todavía hay mucha claridad para que se puedan ver las estrellas. ¿ Qué quieres que hagamos mientras? 

-Mami, ¿por qué no me cuentas una de tus historias? –dice la niña mientras se estira en el sofá y apoya la cabeza en el regazo de su madre. 

Louise sonríe mientras le retira un rizo que le cae sobre la frente. “Cada día se parece más a Liliana. Sus rasgos tan finos, el pelo  negro ensortijado, los ojos verdes...” 

-¿Te acuerdas  del libro que leímos la semana pasada? 

-¿El Principito? 

-Sí. ¿Y recuerdas que al final del libro Antoine pedía que si alguien se encontraba a Principito le escribiera una carta para decirle que había vuelto? 

-Sí. 

-Pues yo le escribí esa carta. Hace unos años, antes de que tú nacieras, tu padre y yo estábamos trabajando en África. Los días que teníamos descanso, aprovechábamos para escaparnos al desierto. Nos gustaba el silencio que había en él, el tacto de la  arena, el misterio que esconde, su constante movimiento...Un día, mientras tu padre preparaba el fuego junto al que cenábamos cada noche, me alejé del campamento para dar un paseo. Y cual fue mi sorpresa cuando, tras una duna, divisé la figura de un niño que se acercaba hacia mí. Cerré los ojos. ¡No podía ser! Pero al abrirlos de nuevo, continuaba allí, avanzando, cada vez más cerca. 

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15 de mayo de 2012

Fantasías animadas de ayer y hoy por Ritman


“Se necesita una botella que tenga llena sus tres cuartas partes con agua, tres dientes de ajo, pequeño mechón de pelo (de la persona que realiza el encantamiento) y siete agujas de coser. Con la botella cerrada y agarrada con la mano derecha se repite tres veces la siguiente oración: “Todo el mal que llega hacia mí, volverá para atrás. Seré libre de amar a quien yo quiera.”

Luego se coloca la botella de vidrio en la hornalla de la cocina y se enciende el fuego, se cierra bien la puerta de la cocina y se sale para afuera de ella un tiempo hasta que la botella explota. Sucedido esto se entra nuevamente a la cocina y se apaga el fuego y se juntan todos los elementos dispersos, se colocan en una bolsa de basura y se sacan rápidamente fuera de la casa.
Supuestamente este hechizo elimina toda influencia de otras personas que quieren dominar sus emociones y sentimientos, y garantiza que esa persona no podrá molestar nuevamente.”

-Encontré  la receta  de este contra hechizo con botella, dentro de una botella, precisamente. Cómo un mensaje.

-Message in a bottle- añadí  con la  innecesariedad que me caracteriza.
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13 de mayo de 2012

En la sala secreta por NClarín



 Hoy he subido a las buhardillas de la mansión. Lo he hecho temprano, antes de que mis colegas y el personal de la finca se despertara, quería ver amanecer en Mhanseon y quería estar solo,  sentir la magnificencia del amanecer  en soledad, ver y percibir cómo las sombras huyen de la luz y la naturaleza muestra su colorido en todo su esplendor  a medida que el amante de la aurora se levanta en el horizonte. 
  
 Desde mi atalaya contemplo en un primer plano, tamizado por la tenue luz del amanecer, un bosque de pinos en el que los abetos enseñorean su esbeltez. Hay también olmos y fresnos y otras especies que le dan al paisaje una rica variedad de tonalidades que van desde el verde intenso, casi negro, hasta el más tenue, casi amarillo. En un claro del bosque, un riachuelo  discurre mansamente  y, a su izquierda, un camino se pierde en la frondosidad del paisaje.  
  
Me embeleso contemplando la serenidad y la belleza que se desprende del espectáculo que contemplo y dejo volar mi imaginación y mi fantasía. 
   
Tengo bajo mis pies un retazo de naturaleza viva que se muestra ante mí indiferente a las sensaciones que despierta. Seguramente es capaz de sentir emociones por sí misma, pero discretamente las oculta, solo se muestra tal cual es y, desde su mudez, te habla, te sugiere, te embriaga, te transmite sentimientos y nunca te engaña, se muestra tal cual es y se deja querer.  Tiene una pasión, la exuberancia,  y una virtud, la multiplicidad de su colorido. Esta soy yo, parece decirte. Meterse en su cama será otra cosa. 

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10 de mayo de 2012

El príncipe por Nanny


Cielo gris. Grises montañas. Bosque gris. Grises campos. El castillo es gris, la ciudad es gris, el reino es gris. El mundo es gris. No hay atisbos de ningún otro color, sólo gris, en toda su variedad de tonos, desde el casi blanco hasta el casi negro, pero siempre gris, gris, gris. Omnipresente  triste gris.
El hombre, sentado en lo alto de la colina, observa, suspira y recuerda como era el mundo antes de que el gris lo llenara todo. Antes de que se llevaran al príncipe, el rey falleciera sin heredero y el mundo quedara abandonado a su suerte.

Antes -recuerda- el aire era tan diáfano que se podía ver a más de un kilómetro y, en un buen día, hasta era posible oír el zumbido de una abeja a tres kilómetros... o al menos eso decía siempre su padre. Los colores eran tan vibrantes que casi dolían, la comida era tan sabrosa que aún salivaba al recordarla. Las ciudades estallaban de ruido y color. Los campos eran fértiles. El mundo era un lugar rebosante de vida, de vida colorida y ruidosa, de vigorosa y maravillosa vida... Ahora, sin embargo, el aire era pesado y difícil de respirar, no había más color que el gris, la comida no sabía a nada, las ciudades parecían habitadas por grisáceos zombis, en los campos sólo crecían unas raquíticas plantas, la vida se arrastraba aplastada bajo la monotonía del gris.
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7 de mayo de 2012

Crónicas de Rhen-Aniam por Laura Frost




El crepúsculo en la estación de tránsito siempre era frío y silencioso en aquellas tierras inhóspitas del norte. Aunque Rhen-Aniam estaba gobernada por dos largas estaciones extremas —Rhen, cuando los días son largos y calurosos a excepción de Frozen Lands, y Aniam, cuando el azote de los vientos helados del norte devastaban todas las regiones imponiendo en el paisaje cientos de tonalidades de blanco—, con ellas convivían armoniosamente los tránsitos, unos cortos periodos de tiempo donde las temperaturas se suavizaban y en los que las distintas regiones de Rhen-Aniam se enarbolaban de vida. Los habitantes de aquellas tierras veían trascurrir sus vidas entre la impenitente circunferencia que imponían esas dos grandes estaciones extremas y sus pequeños tránsitos.

Kirlam había nacido en Rhen- Yatsu, el tránsito hacia el fuego y eso le convirtió desde su nacimiento en un ser especial, una raya en el agua que se produce una vez cada miles de años.

Hasta aquel momento nunca habían nacido niños humanos en los tránsitos, solo las hadas gozaban de ese privilegio y ellas habitan en la región de Los Lagos, muy lejos de las Montañas Circulares y jamás se mezclan con los humanos. Pero Kirlam no era solo humano y Sardack —la Reina Sapo—, lo sabía. Veintiocho ciclos atrás, la reina había lanzado sus huestes personales, la guardia más cruenta que se pueda imaginar liderada por el impasible Zolden, y tras arrasar con todo el clan había secuestrado al bebé de pecho que aún era Kirlam para educarlo bajo su tutela y su mando en las artes de la magia negra, inculcándole cada día, con laboriosa tenacidad, los principios que sostenían su imperio de terror. Ahora su nombre era Kirlam Temed.
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5 de mayo de 2012

Fantasía por Vichoff


La casa de mis padres no tenía buhardilla, tenía desván. Al menos así llamábamos mi hermano y yo a aquel espacio inmenso lleno de sombras al que se accedía desde una estrecha escalera que arrancaba del primer piso y al que nos escapábamos a jugar en cuanto teníamos ocasión. Había baúles con ropajes antiguos, un montón de trastos viejos, estanterías con libros enmohecidos por la humedad, muebles desvencijados y un enorme armario de sacristía en el que colgaban varias casullas. Nuestros favoritos eran, sin duda, los baúles, en los que encontrábamos ropas suficientes para disfrazarnos casi de cualquier cosa. El preferido de Jorge era un sombrero de ala ancha con el que se convertía, ayudado por su espada de madera, en un mosquetero dispuesto a rescatar a la princesa del barco donde los piratas la mantenían prisionera. Cuando le ganaba aquel afán aventurero, que era casi siempre, me obligaba a ponerme un viejo vestido de aya, me escondía en un rincón, detrás de un antiguo espejo de pie, y me ordenaba permanecer quieta y en silencio hasta que él, después de recorrer el desván varias veces, de acá para allá, blandiendo su espada contra fieros piratas imaginarios, esquivando ataques y votando a bríos constantemente, llegaba a salvarme.

Yo protestaba porque aquel papel pasivo me aburría sobremanera. Yo quería ponerme un sombrero, ceñirme una espada y pelear contra los piratas, pero Jorge no transigía.

—Si tú también eres mosquetero, entonces… ¿a quién rescatamos?

Entonces le propuse invertir los papeles: él se quedaría detrás del espejo, esperándome, mientras yo me deshacía de mis adversarios.

—Eso no puede ser —dijo con absoluta convicción.

—¿Por qué?

—Porque tú eres chica y yo soy chico.

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3 de mayo de 2012

Alkimia por Carmen CGOP



Akane se quedó sin habla al entrar en el comedor donde se habían reunido todos los invitados del Conde. Liam y Victoria ya le eran conocidos pero ahora se unían a la escena otros actores que no tenían desperdicio en absoluto.

Héctor, venido de una familia criolla, que andaba paseándose entre las viandas del cuarto mientras Louise, mujer de mirada cargada de tristeza, charlaba con Benjamín Cooper, hombre de color atado a una silla de ruedas, que frente a la chimenea parecía su perfecto opuesto. Todos ellos escritores y desde luego, jamás se ha visto reparto más curioso.


— ¿Le interesan mis invitados, señorita?— se acercó el Conde con una sonrisa de gato.

—Mucho. No sabía que le gustase tanto la literatura, milord, como para juntar a tantos artistas en un solo lugar.

—Es algo de familia, Srta. Fuchida.

—… —nada contestó cuando sus ojos recayeron en un peculiar retrato—. ¿Quién es el misterioso enmascarado?

—Siento no poder contestarla, pero creo que ya se han cruzado por estos pasillos y seguro que ahora mismo nos vigila gran atención— y sin esperar replica, siguió atendiendo a sus invitados, dejando a Akane con la duda de si el hombre de la máscara nassone era el mismo de la capa.


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1 de mayo de 2012

Amiga de los sueños por Emilio Porta


Ilustración de Jhon William Godwar
No, no tenía amigos. Al menos amigos reales, de carne y hueso. Amigos que pudieran tocarla o dejar sobre su piel una simple caricia. Algo tangible, como es la amistad o el amor para la mayoría de los mortales. Ella lo derivaba todo a sus silencios. Los convertía en nube o en modo de ser. Levantaba la mirada más allá de su sonrisa, oculta, escondida, pero diáfana en los días de lluvia, cuando todo era techo para sus sueños.

Victoria no bajaba casi nunca al comedor. En realidad le daba igual comer o no. Delgada, cada día estaba más delgada, decían,  pero ella sabía que su cuerpo era bello, hermoso, más allá de las líneas que los demás trazaban, más allá de todas las líneas. Victoria, sabía, además, que su cuerpo era también su alma y que encerraba todos sus sueños, los sueños que amaba porque de ellos nacían todos sus relatos. Conservaba la carta que ellos, una noche, escribieron. Las palabras de Hans Christian Andersen, el joven danés que nunca pudo vivir más allá de su fantasía y la disfrazó de realidad.
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29 de abril de 2012

Plan de recate por Luna



El graznido de los polluelos, anidados entre la hierba que empezaba a desentumecerse con la primavera. Un sol retando las corrientes aún frías de los últimos pasos del invierno, fueron, éste sábado el más bello despertar para continuar con la tarea de la semana. Más no, podía faltar a la cita con Benjamín Cooper y Akane. Procedí entonces a cercenar esa mañana mi encuentro con Antón Chéjov. Llevé el pequeño al  bolsillero y me dispuse a caminar, tal vez dos kilómetros hacia la colina. Avancé, en ligero trotecillo, hasta encontrar ese apacible refugio entre todo lo apacible de la mansión. El sitio  que me había señalado Akane, era el predilecto de Benjamín, según ella. Hasta allí rueda a diario, bien con un libro, una libreta en donde escribe su diario y cuenta sus propias historias y las de otros. El saxofón o la trompeta nunca faltan.  —Es el espacio, para encontrarse a sí mismo, contemplando los primeros asomos de patos y de cisnes en una marcha tranquila y perfectamente anular, mientras  recrea sus imágenes, que luego repica sobre las hojas blancas de la libreta—. Asevera ella.

Unos minutos antes estuve allí, previos a la hora diez, aproveché seguramente la silla preferida de Benjamín.  Es una banca de apariencia improvisada, situada en el margen izquierdo sobre la vereda sencilla que surge de las huellas de los caminantes. Por ella solo se conducen los solitarios en busca del imperturbable  lago que exhibe desde lejos la hierba joven y tupida que lo incluye y en su estanque, el asomo  infantil de los primeros nenúfares blancos y violetas. 
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27 de abril de 2012

El alma de la música por Luisa Grajalva




A Rafael Bonaval, que habla y escribe desde el alma de la música.

Benjamín pensaba en el contraste entre la suavidad del azul de las hortensias y el azul acero de los ojos de Louise, pero tuvo que interrumpir sus pensamientos cuando advirtió que estos últimos estaban clavados en los suyos.

-¿Piensas estar mirándome toda la tarde?

-Si te molesta, me voy inmediatamente. Pero me gusta ver la vida que das a esas hortensias. Y preguntarme si ellas son capaces de devolverte algo de esa vida.

-Es todo lo contrario. En el lugar donde nací se decía que quien cuida hortensias muere.

Recién pronunciada la frase, Louise pensó que había hablado de más. Ni siquiera sabía por qué había recordado de pronto esa estúpida superstición. Se apresuró a tratar de quitarle importancia.

-Pero ya imaginarás que es una estupidez en la que no creo.

La siguiente pregunta de Benjamin la tomó por sorpresa.

-¿Quieres morir, Louise?

Podría haber respondido con cajas destempladas, decirle que se metiera en sus asuntos y la dejara en paz, pero parecía que sus pensamientos esa tarde querían tomarse la libertad de expresarse en voz alta, incluso a pesar suyo. 

-No-dijo.   

-Entonces, ¿quieres vivir?

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