Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

29 de abril de 2012

Plan de recate por Luna



El graznido de los polluelos, anidados entre la hierba que empezaba a desentumecerse con la primavera. Un sol retando las corrientes aún frías de los últimos pasos del invierno, fueron, éste sábado el más bello despertar para continuar con la tarea de la semana. Más no, podía faltar a la cita con Benjamín Cooper y Akane. Procedí entonces a cercenar esa mañana mi encuentro con Antón Chéjov. Llevé el pequeño al  bolsillero y me dispuse a caminar, tal vez dos kilómetros hacia la colina. Avancé, en ligero trotecillo, hasta encontrar ese apacible refugio entre todo lo apacible de la mansión. El sitio  que me había señalado Akane, era el predilecto de Benjamín, según ella. Hasta allí rueda a diario, bien con un libro, una libreta en donde escribe su diario y cuenta sus propias historias y las de otros. El saxofón o la trompeta nunca faltan.  —Es el espacio, para encontrarse a sí mismo, contemplando los primeros asomos de patos y de cisnes en una marcha tranquila y perfectamente anular, mientras  recrea sus imágenes, que luego repica sobre las hojas blancas de la libreta—. Asevera ella.

Unos minutos antes estuve allí, previos a la hora diez, aproveché seguramente la silla preferida de Benjamín.  Es una banca de apariencia improvisada, situada en el margen izquierdo sobre la vereda sencilla que surge de las huellas de los caminantes. Por ella solo se conducen los solitarios en busca del imperturbable  lago que exhibe desde lejos la hierba joven y tupida que lo incluye y en su estanque, el asomo  infantil de los primeros nenúfares blancos y violetas. 


Pronto sentí la presencia de alguien a mi espalda y en efecto, ahí estaban los ojos castaños plomizos de Benjamín Cooper y tras él, Akane, apoyando sus pequeñas manos sobre las orejas de la silla. Los bocas de los dos, liberaron de sus labios un fruncido de confianza. De inmediato salté al piso, devolví al pequeño de Chéjov a su bolsillo y les pregunté sin formalidad:

—¡Hola Benjamín, hola Anake! Que gusto verlos ¿Puedo abrazarlos?

—Vino la voz seca de Benjamín —¿por qué tanta sorpresa si esto es una cita pre-establecida?—. Me quedé perpleja y sin palabras.

Akane hizo un guiño indicando que no le hiciera caso. Ya ella me había advertido, que Benjamín dejaba ver  un carácter agrio y que realmente era la manera directa de decir lo que pensaba. Un hombre sin rodeos, sin aguadas.  Que no era un hombre ni de zalamerías ni de demasiadas cortesías. Lo comprendí mejor sabiendo que tenía un bagaje antillano. En todo caso, me sorprendió su primer acto.

Me dirigí a Akane, quien me esperaba con esa sensación que despiertan los buenos amigos con sus brazos abiertos y los ojos brillantes que nunca miente la simpatía. Ahora, juntas, medio en broma y medio en serio,  hacíamos la pequeña reverencia que de ella había aprendido.

—Y…, a mí, niña— dijo Benjamín dejando sus brazos al vuelo—. Entonces fui al abrazo.

Bastó sentir su calidez, pues no todo el mundo transmite lo mismo en un abrazo. Benjamín develaba  un movimiento rítmico en su frente, quizás el contagio sentimental que concatena la voz del instrumento en el aire, con la cascada de  acordes que emanan del vientre del músico. Más, no era sólo eso. Fue también el encanto que se despliega en los viejos de piel oscura contando historias, y, mientras nos cruzábamos en la mirada, recordé aquel interesante maestro negro de francés, en mis años de colegio, quien con un blanco perfecto de sus dientes parsimoniosamente nos llevaba por esa bella lengua. Así, yo evoqué las anécdotas que contaba Benjamín Cooper, en algunas tertulias frente a la chimenea del salón. Había contado por ejemplo, de sus desempeños laborales para subsistir, antes de llegar aquí  y previo a su paraplejia. Benjamín había decidido abandonar para siempre Virginia, su tierra; una vez dejó la heredad esclavista ancestral en el modesto cementerio para negros. Después, por motivos de un accidente en plena autopista vía a Miami, abandonó el oficio de camionero. Se inició como ayudante de cocina de un navío. Su meta, era Cuba. Para eso tuvo que intermediar como polizón desde Port—de—Paix en Haití hasta las costas cubanas. Aprovechando la situación neurológica por la que atravesaba la isla, con un nuevo sistema de gobierno. Una vez, logró el propósito, la condición de perseguido político en su país, le abonó la residencia en la isla. Se incorporó a una de las bandas de Jazz, —hemoglobina raizal de los hijos de Virginia—, como lo llama él.  

Akane dio indicio de querer fumar su pipa y ligeramente se apartó, mientras iba contaba que era de las pocas herencias que había logrado de su padre.  Igual motivación tuvo Benjamín y tomó la suya a la vez que dijo: —esta, la robé. Cuando fui cocinero—. Sus palabras no provocaron una mínima censura.

—Sabrán ustedes disculparme, tengo que retirarme unos pasos, pues soy intolerante a las aromas del tabaco— comenté—, los dos sonrieron e hicieron un guiño de aprobación. 
Entonces, me retiré algunos pasos recordando la imagen de Benjamín, esa noche del primer viernes de tertulia abrazados todos al calor generoso de la chimenea, mientras las lenguas de fuego subían en movimiento eróticos al ritmo de “La tanga”, que el interpretaba. Recordé la sensación que me atrapó en una red de admiración y melancolía, viéndole aparearse con su saxo, y en el centro de los dos, un aire inamovible de blues que no me dejó negar la percepción que tuve del hombre—saxo. 

—Luna vení— fue el llamado de Benjamín, con que me regresó. —Ya hemos parado nuestra auto-intoxicación. Ya estás a  salvo — dijo pastosamente, y, Anake, anticipó unos pasos para incluirme, reímos nuevamente en un nódulo común ante el desafío descarado a la salud. 

Benjamín, es voz pausada y mirada anticipada a las palabras. Las sortijas plateadas de su pelo y el bigote en forma de pájaro en vuelo a la distancia, me revelaron a un David Murray. 

 —Amigos ahora si, a lo que hemos venido— planteó Akane con voz ceremoniosa-. Ya veo que esto promete una buena amistad entre nosotros. Es que nos conocemos tan poco y ya nos toleramos…( interrumpió Benjamín) y prosiguió— somos ejemplo para este mundo intolerante.—lo dijo en retórica, que volvimos a romper en carcajada. 

—Nos hemos dado cita aquí para el plan que llamaremos “¡el rescate Svensson!” que ayude a Louise, que le devuelva la alegría, no somos sus amigos, pero buscaremos serlo. Creo que lo necesita—. Dijo Anake segura de sí.

Benjamín contó algunas anécdotas desde su llegada a Mhanseon que sucedieron con Louise. Anécdotas en las que siempre y según él, había visto invadida su tranquilidad por esta mujer extraña, como le llamaba.

Akane, traviesa y juguetona contó sucesos agrestes con Luoise, el brote de enojo con algunos habitantes, sobre el celo con visitantes nuevos, de los frasquitos que un día encontró en el entreabierto de la habitación de Louise, de la lectura abusiva, que reconoce ella, de uno de los secretos escrito en los pequeños rollos de papel y que al final, tuvo que quedarse, al ser sorprendida por Louise cerca a su puerta. –Para evitarle otro enojo, preferí no entregárselo— dijo con descaro, cruzando los brazos y guiñando el ojo a Benjamín.

Yo, también conté de mis experiencias del secreto que encontré en el jardín, de la mujer que encontré caminando solitaria en medio de la niebla, que por esa época invadía la mansión.

Anake contó sobre otras identidades que había encontrado con uno de los visitantes y la buena voluntad de la mirada lasciva que dejaba La Svensson escapar con frecuencia ante la presencia del apacible Héctor Latorre, aun cuando nunca los han visto hablar. También Vichoff le alcanzaba a sacar unas ligeras sonrisas frente a las hortencias.

—Por esto, yo sostengo que Louise es uno de esos seres extraños, que tienen personalidad múltiple, aun cuando tu, Benjamín lo pongas en duda— sostuvo Akane  peinando con las manos su larga cabellera oscura, haciendo de ella una sola cinta hacia uno de los costados.

Benjamín se quedó pensativo, enfocando su mirada hacia un punto fijo en el camino. Lo regreso a si, el canto de un desorientado pájaro joven. 

—Ahora que recuerdo—dijo Benjamín entre cortado, mirando a la chica— eso que dices bella oriental, me recuerda la novela del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, la famosa novela de Stevenson, que se ha considerado una representación vívida de la psicopatología correspondiente a un desdoblamiento de personalidad— pausó. 

— ¿Será posible?—interrogó doblando las líneas de la frente.

—Para darle tal tratamiento necesitaríamos conocimientos de Psicología, parasicología o pensar incluso en el síndrome Demonopático de Doble Personalidad— dije— y ellos rieron a carcajada abierta. —No pensarás exorcizarla —. Soslayó Benjamín. Volvimos a reír.

—En todo caso, amigos— dijo Akane, quien ya se antojaba nuevamente de encender su pipa—. A lo mejor si necesitemos consultar algunos asuntos sobre ello para acercar más socialmente a Louise. Pero también necesitamos saber de esos temas que plantea Luna.

—¿Qué hacemos entonces, para comenzar?— preguntó Benjamín.

—¡Se me ocurre!— dijo Akane—, consultar si dentro de los escritores hay alguien que entienda un poco de esas teorías, hay quienes opinan sobre la existencia de personalidades múltiples—. Puntualizó.

—A ti, Luna, ¿que se te ocurre?— preguntó Benjamín.

—Podríamos ir abonando experiencias de Louise, para ir logrando una información de su pasado— dije.

—Que no fue un pasado fácil. Igual que el mío—concluyó Benjamín mientras se disponía a orientar su silla, para regresar a casa, justo a tiempo para llegar al comedor. —Ni mío—. Finalizó la chica y comenzamos el regreso. 

Anake encontró oportuno vincular también al peruano como el cuarto amigo en el plan rescate.

En mi brotaba como agua en un grifo a punto de reventar. —Y ¿qué, de la imagen de La Svensson que desaparece de la fotografía  y qué de las nubes en que la vi convertida al final de nuestras conversaciones?

Luna







2 comentarios:

  1. Estoy convencida de que rescataremos a Louise, Luna. Gran relato, enhorabuena.

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  2. No hay imposibles, solo perseverantes junto a ti.

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