Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

1 de mayo de 2012

Amiga de los sueños por Emilio Porta


Ilustración de Jhon William Godwar
No, no tenía amigos. Al menos amigos reales, de carne y hueso. Amigos que pudieran tocarla o dejar sobre su piel una simple caricia. Algo tangible, como es la amistad o el amor para la mayoría de los mortales. Ella lo derivaba todo a sus silencios. Los convertía en nube o en modo de ser. Levantaba la mirada más allá de su sonrisa, oculta, escondida, pero diáfana en los días de lluvia, cuando todo era techo para sus sueños.

Victoria no bajaba casi nunca al comedor. En realidad le daba igual comer o no. Delgada, cada día estaba más delgada, decían,  pero ella sabía que su cuerpo era bello, hermoso, más allá de las líneas que los demás trazaban, más allá de todas las líneas. Victoria, sabía, además, que su cuerpo era también su alma y que encerraba todos sus sueños, los sueños que amaba porque de ellos nacían todos sus relatos. Conservaba la carta que ellos, una noche, escribieron. Las palabras de Hans Christian Andersen, el joven danés que nunca pudo vivir más allá de su fantasía y la disfrazó de realidad.


El plan de encontrarle era intemporal. No necesitaba ser encerrado en fechas y calendarios, habitaba en la memoria de su corazón, fuerte y frágil a la vez, como es el corazón de todos aquellos que saben que a la dureza de la vida solo se la vence con la resistencia interior. Y allí estaba ella, en esa actitud altiva, pero sencilla, con su cuaderno abierto por sus líneas de escape, sus renglones escritos a la nada, que para Victoria era el todo, porque la nada solo la comprenden aquellos que creen en su inmensidad y su misterio. Allí, permanecía, con el lápiz de sus manos, el cabás de su niña, la madeja de su madre, todo mezclado, como en un poema de Eliot se fundía el tiempo, dejando caer sus pensamientos sobre el mantel. Ese mantel vacío porque su blancura le hacía daño a la muerte de sus esperanzas. Quietas, impasibles, mantenidas más allá de la realidad.

Allí, sentada en el comedor detrás de la cortina del vacío, Victoria no las alimentaba. Las guardaba, dobladas, sujetas a los servilleteros de plata cuyo círculo de metal a veces envolvía  la luna, cuando todos seguían en amistosa charla, cuando todos acabaran de comer.

-  Victoria, ¿no tomas nada? Vas a enfermar...

Pero ella seguía callada, esperando solo al té de la tarde, en el jardín o en el salón, al lado de la chimenea, porque, de todas las estancias en las que dibujaba sus espacios, solo el comedor le resultaba hostil. No por los alimentos, sino por las miradas obligadas en las conversaciones de sobremesa que siempre versaban sobre el presente y el futuro. Y ella solo quería escapar, viajar a una ciudad nórdica a orillas del Báltico, porque sospechaba que, si ella no le rescataba, Hans moriría allí.

Emilio Porta (Port 2011)

3 comentarios:

  1. Me descubres una Victoria nueva, distinta de la que yo había imaginado y eso siempre es interesante. Felicidades, Emilio, es un texto muy bello.

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  2. Realmente delicioso. Qué bello texto Emilio, qué bello y qué Victoria has creado. Enhorabuena y gracias. Tiene frases, pensamientos que guardo con todo el mimo y respeto que se merecen.

    Un abrazo.

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  3. Todo personaje es como cada uno le lee, lo escribe, o lo sueña. Vosotras dos, queridas amigas y escritoras, sabéis de esto. Y no imagináis, Frida y Carmen, lo que me gusta sentir que compartimos cosas...mías, vuestras, de todos los que formamos este pequeño y gran refugio, Mhanseon, Netwriters.

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