Atrapada en un lugar del espacio-tiempo indeterminado, la mansión —cuyos habitantes no pueden abandonarla pues han sido seducidos por ella —, puede despertar en cualquier lugar o época de un modo imprecedible. Eso lo decide la pluma del escritor o escritora que se aloje en Mhanseon. Pero… ¿quién vive en la mansión? Pasa y lo comprobarás.

30 de mayo de 2012

El día que abrió la boca y pestañeó sin irritarse por Luna


“El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
No para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
He pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Soy y seré siempre el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso”.
(Fragmento de Tabaquería de Fernando Pessoa)




No era el rojo cobrizo del sol naciente acostumbrado en Mhanseon por esta época y a esa hora, el que se echaba de menos, eran las manos que acostumbraban a pasar dirigiendo una carreta con equipos de jardinería y nuevas plantas crecidas en el invernadero. A cambio, un opaco plomizo que dejaba hilos del rastro de una luna hundida en el firmamento y una leve mancha blanca grisácea la protegía, como si algo quisiera ocultar o algo presagiara.

Había visto desde lejos a Héctor, de quien sabía era latinoamericano, pero no me había interesado acercarme a él. Quizás porque siempre le había visto acompañado de la espigada pelirroja, Victoria Robles quien se desplaza con la finura de los flamingos. Figuré el sonido de los pasos de Akane a los de un potrillo caminando un pedregal, tras de mí, y con la conciencia en la mano, irrumpimos el papiro que el hombre había dejado caer de sus piernas y la pluma desgonzada entre sus dedos, parecía querer levantar el vuelo, mientras él dormía profundamente.

Abril 4 de 1980

Adios Ica. Adiós para siempre Huacachina

La niebla de la mañana se colaba por el umbral de la puerta y la nueva luz inundaba los cristales. Muchas geografías y una generosidad de picos, para el Alto Perú, ¡cuántos picos! Cuantas cimas blancas. Cuesta tanto abandonarte mí adorada Huacachina y tu hermoso oasis rodeado de palmeras y huarangos. No volveré a perderme entre ustedes, amigos verdes. No volveré a correr ni a beber de tu agua. Que costo tiene ser un Latorre. – ¡que costo por Dios!— y, tu, padre, porque tenías que haber sido descendiente del Marquéz de Torre Hermosa, porqué tuviste que emparentar, con esa menuda morena, sobrina del endemoniado presidente Ramón Castilla? Aun que ella mi madre haya sido. De que te sirvió padre la opulencia, si la felicidad siempre fue una aventura. Una fantasía desgracida. Cuánta sangre acomodaste en tus manos mientras enroscabas el dinero producto del explotado caucho. Seguramente este papiro llevará mi último reclamo. Soy tan rico padre, como tan, solo, que no valen ya los reclamos, aun cuando seas solo un fantasma.”. (Héctor la Torre).


Leyó Akane. No hubo tiempo para comentario alguno, solo un breve fruncido de labios. Afuera, a la distancia, agapandos, lirios blancos y azaleas mixtas, se mecían sobre una pequeña carrocería tirada de uno de los minitractores, conducido por alguien que venía camino hacia nosotros.

Sin duda es Louise, —clamó Akane, —y rápidamente dejó de nuevo la lámina amarillenta del papiro en el mismo lugar. Me dirigió una señal con sus diminutos ojos, indicando ir a la puerta y encontrarla a su paso.

—El tiempo no presagia buenos augurios —predijo —mientras se desenguantaba y se rascaba la cabeza, ajustando el pelo a una hebilla.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Akane, que se protegía a mi espalda.

Simuló no haber escuchado a la muchacha y dijo con mirada directa a mis ojos —necesito tu ayuda —, debemos sembrar estas plantas, esta semana. Es cuarto creciente.

Akane viene con nosotras —dije tosiendo. La miró de reojo y sentenció con el índice, —Ella, ¡no ama las flores!

—¿Por qué dices eso Louise? —Pregunto la chica aterrada. —Porque te he visto deshojando mis margaritas amarillas cerca del lago.

—Akane está enamorada, —dije a Louise con singular picardía, para justificar esa acción común de adolescentes. Akane rió y ella destempló los labios. Quizás también alguna vez lo hizo.

Nos disponíamos las tres a tomar camino, en ropa de labranza, cuando el cristal dividido de la ventana del salón, anunció los brazos verticales de Héctor y un leve bostezo se escuchó. Louise envío a los cristales un mensaje ininteligible, era 5 de abril, sus ojos brillaron y su cuerpo tomó la posición de una espiga prometedora. Brilló. Cuando de adentro se elevó el cuerpo del sillón y sintió Héctor el aseste de la mirada, volteó hacia el exterior como una ráfaga, respondiendo a la llamada y un breve pestañeo. Pensé en una comunicación telepática entre ellos. Es una conexión.

—¿Será que quiere un café? —nos sorprendió Louise con esta pregunta tan entrada en confianza.

Ve y le ofreces el café, Louise. Siempre le gusta tomar varias tazas en el día.

—¿Será…? —dudó, la mujer.

—¡Claro! ¡Ve!, corre. —dijimos en coro y la miramos tiernamente, creímos empezar a comprender parte de su enigma.

Nos desentendimos de lo que pasara adentro y preferimos acercamos para curiosear de cerca las plantas. Ellos adentro conversaban en voz muy baja y él tomaba su café. Vino a la memoria de Akane aquellos pasajes narrados por algunos visitantes. Así, cuando Akane iracunda un día comentaba a Benjamín sobre el “festival de barbaridades que Louise dejaba escapar entre sus labios los días impares... porque de los pares mejor ni hablar, nos parece algo atroz” la refería (Laura Frost). —Sí, empalidezco cuando los días en efecto son impares y tiemblo cuando son pares, y lo peor, no sé si me llama la ira o me asesta el miedo—. El inolvidable balbuceo de Héctor, presentándose a un grupo de visitantes y habitantes cuando llegó por primera vez a Mhanseon. Sus ojos enclavados en los de Louise y la respuesta de ella, en medio de una atragantada saliva espesa, ante esa flecha contundente de cazador de voluntades que tenía la mirada proyectada desde el foco de sus ojos, oscuramente penetrantes, según contó (Mara Nefill). La vigilia con que guarda su dolor y los relatos que ha escuchado Enrique Gracia, al mirto y al rosal. Eran ya, una pequeña congregación de sugestiones y aprioris que surgían en Akane, —hay algo extraño en ellos. Quizás algo común—. Puntualizó mientas trenzaba el pelo.

Lo vimos recoger el papiro, enrollarlo sobre un lienzo delicadamente e introducirlo en un cilindro de cristal y desaparecer del salón dejando la taza vacía en manos de la mujer.

Ella salió para reunirse con nosotras, con un rostro de ganancia, —y, Héctor viene con nosotras a sembrar plantas? —impertinente preguntó de Akane, consideré—. Por un momento se notó desencajado su rostro y era de notar, no le agradó la pregunta. Como si Louise me hubiese leído el pensamiento, me auscultó, abrió la boca posando la punta de su lengua en la comisura de la boca, suspiró, pestañeó y meneó la cabeza y sin recibirle una palabra, comprendí el mensaje —en efecto, no me simpatiza—.

Akane se dispuso entonces a fumar y encontré tal vez una razón más de la repulsión de Louise por la chica. Fumar en cualquier momento, lugar o grupo. Lo supe, cuando vi el incendio de sus ojos, que de un mar tranquilo viajaron a la espesura del verde bosque y fueron degradándose hasta llegar al gris oscuro. No dijo nada. Volvió a abrir la boca objetando las palabras, mordiendo levemente el labio superior. Quise evitar la pérdida de una mañana prometedora compartida con Louise, ¡era la primera vez compartiendo en grupo con nuestro objetivo de rescate!

—Akane, te molesta si te ruego no fumes, que me siento algo indispuesta? —No te preocupes, ya lo sabía y no lo haré, aun que me muera de ganas. Acentuó desgarbada y pícara. En la respuesta que los ojos acompañan a las palabras, entendí: —muy lista ella !eh!

Al momento llegaba Héctor, atractivo como siempre, llevaba un suéter amarillo melón que jugaba con su piel, jeans y botas encauchadas media caña. Con él, algunas herramientas de jardín. Entregó a Louise una bolsa de caramelos de café y menta para todos y agua fresca. Qué gran confianza se tienen estos dos —pensé malévola.

—Es una mañana extraña la de hoy. —zumbó de pronto la voz sardónica de Benjamín al tiempo que se vinculaba al grupo, salía de no sé dónde y murmurando porque no le habíamos anticipado invitación. Mientras manipulaba la silla para acercarse e incorporarse, respondimos con un llamativo aplauso al que también Louise se sumó.

Nos fuimos desplazando y hablábamos de las vigorosas plantas cultivadas por Louise. Ella entusiasmada como antes no la vi, señalaba a Héctor, que árboles necesitaban de inmediato la poda de verano, le explicaba cómo debía hacerse para evitar la entrada de organismos parásitos en los cortes. Nos enseñó los setos que requerían poda ornamental, pues la mansión acostumbra a guardar las tradiciones de los antepasados jardines europeos, y terminó por comprometernos toda la semana para podar en formas fantasmagóricas, animales, figuras geométricas, ángeles, y hasta demonios. Para eso asignó a cada uno su Boj. Nos entrenó en el manejo de las tijeras y dejó en libertad todos nuestros sentimientos artísticos. Acordamos la distribución de las plantas del carro y las sembramos en hileras círculares alrededor de los Tejos y entre árbol y árbol dimos cabidas a las azaleas.

Benjamín se aventuró a proponerle a la mujer, acompañarnos con su música, aseverando que las hondas de su saxo eran la voz de la esperanza para los retoños. Louise miro desdeñada a Benjamín. El, abrió los brazos, frunció el ceño y meneo la cabeza, explicándole que estaba impedido para la poda.

Si que fue una mañana extraña, por primera vez vi una Louise diferente, serena, tolerante, quizás el cuarto creciente de la luna, sea la mejor fase para la enigmática polaca. ¿Sería quizás un sueño? o una fantasía.

—¡No! es la mejor sorpresa de cumpleaños para el Conde! —Espero que así sea.

Luna

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